Este artículo se publicó hace 13 años.
La seriedad es cómica
En su casa de Las Cruces en la costa chilena, a medio camino entre la tumba de Vicente Huidobro en Cartagena y la tumba de Pablo Neruda en Isla Negra, a Nicanor Parra no le hacía falta el Premio Cervantes. Al Premio Cervantes, sí, le hacía falta Nicanor Parra, que desde hace décadas es la voz viva más influyente y emocionante de la poesía en lengua española.
Hay un antes y después de la publicación de Poemas y antipoemas en 1954. Con su lenguaje surgido de la vida cotidiana, lleno de coloquialismos, de las jergas de la enseñanza y la ciencia, y de la espesa prosa burocrática, y con su galería de personajes estrambóticos que deambulaban enajenados por el hostil espacio urbano, Poemas y antipoemas tenía poco que ver con la obra de los autores canónicos de la época.
El que habla en su poesía tiene miedo, pero no tiene consuelo
Nicanor Parra miraba el mundo y la poesía sin anteojeras líricas o proféticas. Instalado en la realidad, escribía del desconcierto y la angustia de la modernidad, pero permitiendo que ese desconcierto y esa angustia se instalaran en el propio lenguaje de sus poemas. El que habla en la poesía de Parra tiene dudas, pero no tiene respuestas; tiene miedo, pero no tiene consuelo.
La gran poesía aspiró siempre a consolar al lector ávido de verdades. En la poesía de Parra no existen esas verdades. Las verdades con las que los poetas intentaron apaciguarnos ya no sirven; quizá nunca sirvieron, pero después de la Segunda Guerra Mundial se reveló que la verdad era una máscara y detrás estaba el vacío.
Como decía el filósofo alemán Theodor Adorno, después de Auschwitz ya no se podía escribir poesía. No se podía escribir, al menos, como antes, consolándonos, amparándonos con verdades de pacotilla.
Lo único que nos queda dice Parra es reírnos de nosotros mismos
Un mundo en pedazosLa antipoesía de Nicanor Parra es una poesía para después de Auschwitz, pero el desamparo intelectual y emocional que muestra no lleva al llanto. En un mundo que se cae a pedazos, y que ni la religión, ni la política, ni el amor, ni la poesía será capaz de recomponer, lo único que nos queda nos dice Parra es la capacidad de reírnos de nosotros mismos y de nuestro mundo. A esa capacidad se reduciría la dignidad humana.
He oído a lectores sesudos hablar de Nicanor Parra, en términos despectivos, como de un poeta "cómico". Lo cierto es que es autor de algunos de los poemas más divertidos de la lengua, poemas como Siegmund Freud o Descansa en paz o Agnus Dei ("Cordero de Dios que lavas los pecados del mundo / dame tu lana para hacerme un sweater").
Ahora bien, como el propio Nicanor Parra ha dicho, "la verdadera seriedad es cómica", y como maestro de esa seriedad cómica pertenece a la ilustre estirpe de Quevedo, Kafka, Chaplin, Chejov y, claro, Miguel de Cervantes.
* Coeditor de sus obras completas en Círculo de Lectores
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