Este artículo se publicó hace 2 años.
(Pocos) futbolistas valientes
El gesto de los futbolistas iranís al saltar al campo con chaqueta negra y tapando su escudo se produjo a poco más de cincuenta días para que se inicie el mundial de Qatar, donde han aceptado jugar, sin rechistar, las grandes figuras del fútbol mundial sobre campos regados de sangre.
Madrid-Actualizado a
Parafraseando a Gary Lineker, el fútbol es un deporte en el que juegan once contra once y siempre pierden los derechos humanos. O casi. Esta semana hemos asistido a un hecho insólito: los jugadores de la selección nacional de Irán saltaron al campo con chaqueta negra, y tapando su escudo, para solidarizarse con las mujeres que han tomado las calles de su país para protestar por la tortura y asesinato de Mahsa Amini, la chica de 22 años que cometió el delito de llevar mal colocado el velo, la hiyab.
Este gesto de los futbolistas iranís se produjo a poco más de cincuenta días para que se inicie el mundial de Qatar, donde han aceptado jugar, sin rechistar, las grandes figuras del fútbol mundial sobre campos regados de sangre. Según una investigación realizada por el periódico británico The Guardian el pasado año, al menos 6.500 trabajadores, bajo régimen esclavista, murieron durante la construcción de los flamantes estadios donde pelotearán Messi, Ronaldo, Benzema, Pedri, Modric, De Bruyne, Haaland, Lewandowski...
Muchos futbolistas y entrenadores de élite se han pronunciado contra la celebración de este mundial por el hecho de que tenga que ser en invierno (el primero de la historia), pero ninguno ha elevado la voz contra la evidencia de jugarlo en un país donde los derechos humanos nunca pasan por el VAR: los homosexuales pueden ser condenados a cinco años de prisión, la obra de mano inmigrante carece de derecho alguno, los sindicatos son ilegales y un poema puede ser castigado con cadena perpetua. Le sucedió 2012 al poeta Mohamed al-Ajami tras escribir sobre jazmines e imperialismo durante la primavera árabe en Túnez. El régimen qatarí consideró que sus versos incitaban también a la rebelión en el Golfo Pérsico. Lo indultaron en 2016 después de que el Alto Comisionado para los Derechos Humanos de la ONU denunciara las condiciones irregulares de la detención. Se acercaba el mundial y el país, con la renta per cápita más alta del mundo y tercero en el ránking de reservas de gas natural, no quería dar mala imagen. Si algo bueno se puede decir del mundial de Qatar es que al menos sirvió para sacar de la cárcel a un poeta.
La selección iraní, que estos días se rebeló simbólicamente contra la represión y asesinato de sus mujeres, estará también en el mundial de Qatar. Es uno de los 32 combinados clasificados. Los jugadores que se cubrieron el escudo fueron amenazados con sanciones por el régimen. No estaban en su país cuando protagonizaron el gesto. Jugaban en Austria un amistoso contra Senegal. Sardar Azmoun, delantero del Bayer Leverkusen y estrella de la selección iraní, escribió en Instagram: "El castigo máximo es ser expulsado de la selección nacional, que es un pequeño precio a pagar por un solo mechón de cabello de una mujer iraní". El mensaje desaparecía de su red social poco tiempo después.
Y es que la historia nos enseña que el fútbol es un deporte de cobardes. No existe la homosexualidad en este deporte. Ningún jugador de élite ha salido del armario. El waterpoolista internacional español Víctor Gutiérrez Santiago lo explicaba así en una entrevista del año pasado: "Son una minoría los deportistas que se atreven a declarar abiertamente su orientación sexual. El miedo a sentirse rechazado por el público, por tus compañeros o a que se marche un patrocinador es muy elevado. A mí se me hace muy difícil pensar que un jugador del Real Madrid o el Barcelona [de fútbol], que en sus camisetas lucen Fly Emirates y Qatar Airways, decida salir del armario. No lo va a hacer, entre otras cosas, porque promocionan a países donde la homosexualidad está perseguida...".
Los brazaletes negros contra los asesinatos de Franco
En España sí hubo algún caso de valentía futbolística parangonable al que han protagonizado esta semana los jugadores iraníes. El 27 de septiembre de 1975 Francisco Franco había ordenado el fusilamiento de dos miembros de ETA y tres del FRAP. Fueron los últimos asesinatos del dictador, condenados incluso por la Santa Sede. Al día siguiente, en el viejo estadio santanderino del Sardinero, se enfrentaban en partido de Liga el Rácing y el Elche. Dos futbolistas del equipo cántabro, Sergio Manzanera y Aitor Aguirre, saltaron al campo con dos discretos brazaletes negros en señal de luto y condena. El público se percató al cabo de un rato. Y parte del respetable comenzó a silbar.
En el descanso del partido, dos policías entraron en el vestuario y amenazaron a ambos jugadores con llevarlos a comisaría inmediatamente si no se despojaban del bramante. Salieron otra vez al campo y ganaron 2-1. Pero el partido no había terminado ahí. Los castigaron con 300.000 pesetas de multa (una barbaridad entonces) y, con la ley antiterrorista, se llegó a pedir para cada uno de ellos cinco años de cárcel. La muerte de Franco les salvó de llegar a juicio. "Casi nadie nos apoyó. En aquella época, lo mejor era no hablar", recordaba Manzanera en el libro de Quique Peinado Futbolistas de izquierdas.
Un año antes, Johan Cruyff también había tenido un enfrentamiento, aunque quizá no tan heroico, con las autoridades franquistas. Acababa de nacer su hijo cuando llegó al FC Barcelona y, cuando acudió al registro para inscribirlo, no le permitían hacerlo con el nombre de Jordi. Los patronímicos catalanes, vascos o gallegos estaban prohibidos por la oficialidad fascista. Pero Cruyff era una estrella internacional. El mejor jugador del mundo. El traspaso más caro de la historia hasta entonces.
Sin restarle un ápice de mérito, Cruyff sabía que la prensa internacional estaba más pendiente de él que de Franco. No es un aserto exagerado. Meses antes, tras el Real Madrid 0- Barcelona 5, The New York Times había titulado así una crónica sobre el jugador: "Más ha hecho Cruyff en 90 minutos por Cataluña que los políticos en dos décadas".
Los propagandistas del fascio español no iban a atreverse a montar un escándalo internacional por el nombre de un neonato. Tras muchas dudas y un par de llamadas, el hijo de Cruyff se convirtió en el primer Jordi oficial del franquismo. Aquella anécdota inspiró a Manuel Vázquez Montalbán a asegurar, cada vez que la oportunidad lo requería, que el FC Barcelona era el brazo no armado del independentismo catalán.
La censura a los mensajes en las camisetas interiores
En los últimos tiempos, se desató la guerra de las camisetas interiores. Los jugadores escondían bajo la zamarra oficial mensajes de carga más o menos política (menos que más), y cuando marcaban un gol se levantaban la oficial y mostraban sus ideas o antojos. Hasta que la Federación incluyó estas prácticas en su código disciplinario (artículo 91): "El futbolista que [...] alce su camiseta y exhiba cualquier clase de publicidad, lema, leyendas, siglas, anagramas o dibujos será sancionado". La libertad de expresión, por inocente que fuera, había sido desterrada de los campos de fútbol.
Una de las víctimas más llamativas de estas sanciones fue Frederik Kanouté, que, siendo jugador del Sevilla en 2009, festejó un gol enseñando una camiseta con la palabra Palestina, en varios idiomas, tras un criminal bombardeo israelí sobre la Franja de Gaza. Le cayeron 3.000 euros. Juanmi, delantero de la Real Sociedad, fue amonestado por enseñar el nombre de joven seguidor muerto por leucemia. El jienense Jonás también cayó en las garras de la federación por conmemorar el Día del Cáncer Infantil... Hay innumerables ejemplos.
El gesto de los jugadores iraníes en defensa de los derechos humanos quedará para la historia. Y ya se verá lo que sucede con los que, cuando todo esto se haya olvidado, regresen a su tierra. Quizá no siempre será "un pequeño precio a pagar por un solo mechón de cabello de una mujer iraní".
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