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En el país de los pequeños

El Sporting gana 2-0 al Getafe

ALFREDO VARONA

 

El jefe fue Nacho Cases y no Boateng, que le saca dos cabezas y tres o cuatro espaldas. Cases fue un futbolista fascinante. Boateng, un forastero en medio campo. Así que el fútbol volvió a ser de los pequeños y el Sporting le pegó un repaso sensacional al Getafe, que jugó en un planeta extraño y lleno de malas noticias. Sus futbolistas decayeron rápido y fueron incapaces de decir lo siento.

La diferencia fue abusiva y el partido de El Molinón se quedó sin motivos. A la media hora, apareció De las Cuevas, que amenazó a la reina y dejó de pie a Codina, incapaz de entender tanta imaginación. Ocho minutos después, André Castro eligió otra manera de sentenciar al portero: un disparo duro y sin caridad que, por cierto, nadie salió a cerrar. Pero los defensas del Getafe carecían de motivos para pegarse la paliza. Se sabían sentenciados y se limitaron a dejarse llevar.

Frente a un enemigo tan pequeño, al Sporting sólo le faltó vanidad ante el gol. El resto fue un ejercicio perfecto que sostiene todas las metáforas del universo. Cases lideró el partido desde el suelo. El resto obedecieron como niños, antes de acostarse, y como adultos, con el balón en los pies. De las Cuevas fue un futbolista enorme antes y después de entrar en el área. André Castro tiene esa dignidad con la pelota de los portugueses. Diego Castro cumplió casi todas sus promesas. Y el Sporting sacó de lado a un Getafe, al que le sobró hasta el uniforme. Sólo amenazó con volver una vez. Fue con 2-0 y por medio de Colunga que, para hacerse hombre, necesita fallar algún gol cada día. Ayer no fue una excepción, claro.

La tarde conoció a otros dos laterales, Lora y Canella, que se enamoraron de la línea de fondo. Y, por supuesto, fue un amor correspondido, porque Víctor Sánchez y Miguel Torres llegaron con horas de retraso, cuando ya no quedaba un solo canapé.

Pero eso no es novedad en el Getafe, cuyos futbolistas ejercen una profesión tan bella que su deber es el de hacerla digna. El mensaje fue de Míchel, el entrenador que se quedó sin expresión corporal. Sus futbolistas no tenían remedio.

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