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Aladdín y el genio en la obra ,musical de Gran Vía.
Aladdín y el genio en la obra ,musical de Gran Vía.
Obra musical de 'La historia interminable'
Obra musical de 'La historia interminable'

La nostalgia millennial se apodera del Broadway madrileño

Ya no hay que ir al Broadway neoyorquino o el West End londinense para ver ‘El Rey León’ y otros musicales de envergadura. Madrid se ha convertido en referente del turismo teatral y, en la actualidad, la escena de Gran Vía vive un auténtico revival de clásicos infantiles capaces de conquistar a toda una generación de millennials nostálgicos. Aquel ‘Érase una vez’ ahora se acompaña de música y danza sobre las tablas.

Aurora Muñoz

Los libros que leemos en la infancia nos marcan para siempre. ¿Quién no recuerda aquella edición de Alfaguara de La historia interminable impreso en rojo y verde? Ese tesoro que aún ocupa las estanterías de toda una generación que creció en los 80 se comenzó a fraguar en 1977, aunque se publicó dos años más tarde. Michael Ende empezó a escribir la novela tras la visita de su editor, buscó en una caja de zapatos y en un pedazo de papel escribió: «Un niño toma un libro, se encuentra literalmente dentro de la historia y tiene problemas para salir». Desde entonces, pequeños lectores de todo el mundo se han quedado prendidos a sus más de 400 páginas, como Bastian. La obra ha dado el salto al ballet, a la ópera y, desde el 5 de octubre de 2022, el célebre dragón Fuyur ha estado coronando el Teatro Calderón de Madrid. Pronto emprenderá un nuevo vuelo y el 28 de mayo partirá junto con las brujas, hombres lobo y el resto de criaturas mágicas hacia el Teatre Apolo de Barcelona. Allí resurgirá el 22 noviembre 2023.

Antes de disfrutar de una de las últimas funciones dominicales del espectáculo, la gente se agolpa delante de las escalinatas. «Yo vivo en aquella calle, al lado del teatro y he visto pisar esos escalones a las más grandes. Aquí han cantado ángeles. Imperio Argentina, Sara Montiel… ¡todas!», nos cuenta con orgullo un octogenario a las puertas del Calderón, que se inauguró en 1917 bajo el nombre de Teatro Odeón. Hace ya más de un cuarto de siglo desde que Paloma San Basilio y José Sacristán se subieron al escenario de este templo centenario del teatro, como protagonistas del musical El hombre de la Mancha. Aquel estreno, un 20 diciembre de 1997, marcó un antes y un después en la escena madrileña. A partir de entonces, el Calderón ha vivido una auténtica reconversión sobre sus tablas en las últimas décadas y ha acogido grandes espectáculos musicales nacionales e internacionales bajo la promoción de Rialto como The Hole (2011), Hello Dolly (2001) o We will rock you (Queen) (2003).

Resulta tentador decir que ahora es el turno de los más pequeños, pero la aventura de Atreyu para salvar a la Emperatriz Infantil (Teresa Abarca) recupera un deseo universal: encontrar la realidad recorriendo el camino inverso desde ese mundo interior donde reside la imaginación. El responsable de este montaje nostálgico es Dario Regattieri. El productor ejecutivo de este espectáculo y CEO de beon. Entertainment lleva más de 25 años trabajando en la industria del espectáculo, lo que le ha permitido estar al frente de otros montajes recientes como El Médico, de Noah Gordon —el primero producido exclusivamente con capital español—; El tiempo entre costuras, de María Dueñas y Antoine, basado en la historia del creador de El Principito (ganador del premio MAX 2021). Regattieri supo ver el potencial de esta obra de Ende, que lo encumbró después de Momo, una novela que justo ahora cumple 50 años. Este clásico de la literatura intergeneracional toca temas como el acosoa escolar o el proceso de duelo que luego explotarían otros autores en éxitos recientes como Patrick Ness en Un monstruo viene a verme (A Monster Calls, 2011). «Este proyecto surgió durante el COVID, una etapa difícil para emprender un viaje tan complejo, pero no pude decir que no, porque era un reto personal que conectaba con mi infancia y una aventura que tenía que vivir sí o sí. Ahora me alegro de que haya nacido después de la pandemia, porque creo que es el momento idóneo para sumergirse en una historia que trata de la amistad y de creer en uno mismo, de luchar por lo que crees. Son valores importantes y fueron justo los que necesitamos para sacarla adelante. Creo que lo que hemos vivido ha generado una sensibilidad nueva en la gente y estamos más receptivos al mensaje», considera su productor ejecutivo.

Durante las casi tres horas que dura el espectáculo, el público no desconecta. Todas las canciones, excepto la legendaria Never Ending Story, han sido reinterpretadas en castellano por el compositor Iván Macías, de manera que algunos valientes se atreven a corearlas desde el patio de butacas. «Cuando tratas una temática como Fantasia, ya tienes una canción mítica que acompaña y estás muy metido en el mundo de los años 80. Eso conlleva una música que no solo encaje con el libro, sino que también esté acorde con las fechas en las que la novela se popularizó», introduce Regattieri. «Lo que ha conseguido Iván es crear una composición con sintetizadores originales de esa década para mantener la esencia del sonido de aquellos días. Ha hecho un trabajo increíble porque, aunque se combinan estilos diferentes, todos hacen reconocible una época concreta», explica. Uno de sus temas favoritos es el que protagoniza Gmork, el hombre lobo (Álex Forriols), con aires de ópera rock que lo conectan directamente con Jesucristo Superstar.

Entre los fans del inolvidable libro de aventuras se encontraba Enrique del Pozo en la sesión a la que UwU asistió, que vivió como un niño más esta gesta fantástica. El término no es baladí. Adaptar una historia de estas características no es sencillo y sin embargo, la obra ha conseguido ponerse en marcha con el beneplácito de la familia Ende. «No hay que olvidar el precedente que sentó la relación del escritor con la película de 1984. Su reacción fue tan mala que cuando vio el borrador final intentó recuperar los derechos e impedir que la producción siguiera adelante, pero ya era demasiado tarde. Después del estreno en Alemania, llegó a calificar el filme como repugnante y aseguraba que los responsables no habían comprendido el libro, que no reflejaba su esencia, y es que la película en realidad solo representa mitad de la obra», recuerda Regattieri. «Después de aquello, para nosotros siempre fue una premisa ser muy fiel al original y nos marcamos como una obligación estar muy en contacto con la editorial y la familia durante todo el proceso», asegura.  Félix Amador , autor del libreto, se enfocó principalmente en la segunda parte del libro. «Un musical no deja de ser un ejercicio de síntesis donde es más lo que quitas de lo que dejas. Quisimos aprovechar muy bien el tiempo para entrar en la raíz de la historia que Michael Ende había escrito en su día y consideramos que esa otra mitad no era renunciable», concluye el productor ejecutivo.

El mérito no solo reside en la adecuación del texto al libreto, sino también en la pericia de sus 35 actores, 11 de los cuáles son menores de edad que se turnan para interpretar a Atreyu (David Sarnago, Marcos Sarnago, Marta Porris y Pablo Castiñeira) y a Bastián (Alicia Scutelnicu, Karina Scutelnicu, Martina Hernández, Noelia Rincón y Rocío Barroso). Entre los adultos, algunos trabajan casi todo el tiempo en la más completa oscuridad. Es el caso de Pili de Grado, Adela Campos y José Antonio García, tres titiriteros que se adentran con cascos con linterna en las tripas de Fuyur, el gran dragón blanco, para hacerlo volar. Deben agudizar el oído dentro de la estructura de aluminio, hierro y fibra de vidrio que conforma su enorme esqueleto. Esa compleja caja de huesos animatrónicos se recubrió de licra y espumas para simular el movimiento de los músculos debajo de la piel. Así se logra la ilusión de verlo cobrar vida.

Esta maravilla no es el único robot sobre el escenario. «Nosotros sabíamos que nos iban a medir mucho por esas criaturas. Ellas eran la delgada línea entre un resultado amateur y un espectáculo de calidad. No nos podíamos permitir tener a un actor corriendo por el escenario con un palo de madera como si fuera un dragón chino. Así que buscamos empresas de efectos especiales que suelen trabajar en cine y en televisión. A partir de ahí, surgió la idea de emplear la animatrónica para darles un movimiento real. Creo que es la primera vez que se hace en España sobre las tablas», dice orgulloso su productor ejecutivo. «La empresa KREAT FX, con Fito Dellibard a la cabeza, logró crear todo el universo de criaturas que componen Fantasia en seis meses. Necesitaron un equipo de más de 30 personas, entre escultores, ingenieros de desarrollo mecánico y expertos en electrónica para alcanzar el realismo mágico que requerían un impactante y gigantesco caracol de carreras, el Comepiedras —construido roca a roca para conseguir una gesticularidad única— o la legendaria Morla, que habita en el pantano de la tristeza y sirvió de inspiración al grupo indie Vetusta Morla.

Las referencias son inagotables y las anécdotas, también. Tanto es así que el musical se convirtió en noticia involuntariamente poco después de su estreno cuando recibió la queja de un grupo animalista por utilizar animales vivos en la representación. Sin embargo, el caballo de Atreyu, Artax, es otra creación hiperrealista de su talentoso equipo técnico de escenografía y atrezzo. «Me llamó una señora indignada, completamente fuera de sí, para advertirme de que nos iba a denunciar por un delito muy grave y decía que no comprendía cómo en este siglo todavía nos permitíamos el lujo de explotar a los animales de esa forma. Era imposible interrumpir a la buena señora y, cuando por fin pude hablar, le dije: ‘Me ha hecho el mayor cumplido que se le podría hacer a esta obra porque si le ha parecido real es porque realmente hemos un gran trabajo y hemos conseguido crear la ilusión correcta'», rememora Regattieri. Esta confusión entronca con la herencia de la versión cinematográfica, donde durante años circuló la teoría de que el equino murió durante la filmación. Tampoco es cierto. En 1984 las leyes de protección animal no eran muy estrictas, pero al equipo de Wolfgang Petersen, director del filme, le preocupaba la seguridad del caballo en la escena y diseñó un mecanismo de seguridad. Los rumores circulantes aseguraban que el elevador que debería haber sacado al caballo del fango falló y se provocó su ahogamiento, pero Noah Hathaway, intérprete de Atreyu, lo desmintió públicamente.

Madrid es musical

La calidad de espectáculos como este ha propiciado que la capital de España se convierta en parada obligatoria de los amantes del género. Fitur desveló que, antes de la pandemia, España era el primer destino turístico musical, pero el COVID nos hizo retroceder a las cifras de 2013. Esta conclusión se extrae de datos de la SGAE que se centran sobre todo en el público de festivales y grandes conciertos, que han llegado a movilizar a cerca de 3,2 millones de personas en 2016. Los teatros tampoco se quedan atrás en esta revolución sonora. En concreto, según los estudios de la promotora Stage Entertainment —responsable de producciones como Aladdín y El Rey León—, basados en encuestas a espectadores, los musicales reportan entre 200 y 250 millones de euros a Madrid al año, de acuerdo con el gasto de los casi tres millones que acuden a la capital desde fuera y que representan el 50% del público. Sin embargo, no es oro todo lo que reluce. Estas obras casi faraónicas, con enormes elencos, orquesta, una escenografía y vestuarios espectaculares, suponen una poderosa inversión, que se cifra entre 3 y 3,5 millones de euros de promedio, lo que explica que las entradas tengan un coste que oscila entre los 25 y los 100 euros.

Disney renace y reescribe su historia en clave zeta

Eso no ha impedido que varios teatros hayan apostado por el género y, desde 1.999, la Gran Vía madrileña se ha convertido en otra meca musical donde se puede disfrutar de un cartel en español similar al que ofrecen Broadway, en Nueva York (EEUU) o West End, en Londres (Reino Unido). Aquel año se estrenó La Bella y la Bestia en el Teatro Lope de Vega. Aquel icónico montaje basado en el cuento tradicional se convirtió pronto en uno de los favoritos del público, que hasta entonces solo podía disfrutarlo en el parque de atracciones Eurodisney, en París y otros escenarios internacionales. Sus canciones memorables se adaptaron al teatro justo en un momento en el que Disney vivía su propio resurgimiento, tanto artístico como económico.

La compañía fue creciendo sin saber adónde le llevaría tal estrategia. Hizo grandes apuestas como la adquisición de LucasFilms (Star Wars), Pixar y Marvel, lo que originó el mayor conglomerado de entretenimiento del mundo. En 2019, todos sus clásicos salieron del catálogo de Netflix para integrarse en una nueva plataforma, Disney+. El servicio de streaming nació en vísperas del confinamiento, lo que jugó a su favor, pero aun así, no ha tenido los resultados esperados. Salvo The Mandalorian ninguna otra serie de su nueva era ha logrado la repercusión de los títulos de siempre y, quizás por eso, se lanzó a la adaptación a acción real varios de sus clásicos, incluyendo algún que otro spin-off en forma de precuela. Cruella, Mulán y Maléfica son algunos de los live action que forman parte de una nueva etapa. Pero si hay un remake que marcó la diferencia, ese es El Rey León.

El nuevo largometraje del clásico animado de 1994 fue una de las primeras apuestas fotorrealistas que emplearon técnicas digitales de VR/AR (realidad virtual y realidad aumentada). Llevar la historia de Simba a este nivel de animación costó 260 millones de dólares, lo que la convirtió en el proyecto más caro de Disney hasta la fecha. Tuvo una postproducción de más de dos años y, si se compara con otras películas de acción real que vieron la luz ese mismo año, la diferencia es significativa. Dumbo y Aladdín, costaron 170 millones y 183, respectivamente. Eso no quita que el experimento de Jon Favreau fuese un éxito rotundo, que superó ampliamente la barrera de los 1.200 millones de dólares en la taquilla internacional al mes de su estreno. Nada puede desbancar al soberano de la sabana. Ni siquiera el cambio generacional. La mejor prueba es que su formato musical lleva doce años en Madrid y sigue siendo imbatible. La obra teatral se ha convertido en el ejemplo perfecto de esta renovación de la factoría Walt Disney.

Valores de siempre, nuevas narrativas

Un miércoles cualquiera por la tarde, las inmediaciones del Teatro Lope de Vega se llenan de algarabía media hora antes de la función. Alumnos de hasta tres colegios distintos se agolpan, con sus pañuelos de colores como distintivo, ansiosos por ocupar sus localidades. No son los únicos. En platea, se encuentra un matrimonio octogenario que, en contra de lo esperado, acude sin nietos. No han visto nunca el largometraje de animación, pero el boca a boca ha hecho que completen su paso por Madrid con una visita al espectáculo más longevo de la Gran Vía. No obstante, El Rey León es la mayor producción de estas características en nuestro país. Los números lo demuestran. Es el primer musical que logra superar la década en cartel en Madrid, superando los cinco millones de espectadores [110 millones en todo el mundo] y con llenos diarios en sus más de 4.000 representaciones desde su estreno en 2011. Allí no cabe ni un alfiler.

Entre bambalinas, los actores se preparan para hacer magia una función más. «Yo no he visto nada parecido a El Rey León a nivel de infraestructura y maquinaria. Tiene una música es espectacular y además su equipo está formado por gente extremadamente talentosa. Son muchos los atributos que lo convierten en un gran musical que ha superado con creces la etiqueta de espectáculo infantil», argumenta Pitu Manubens, el actor que interpreta a Scar. No le falta razón. La obra ha cosechado más de 70 premios internacionales hasta ahora, entre los que se encuentran galardones tan prestigiosos como el premio Tony, el de la NY Drama Critics a mejor musical, el Grammy a mejor álbum musical, el premio Laurence Olivier (Reino Unido) a mejor coreografía y mejor diseño de vestuario, y tres premios Molière (Francia) a mejor musical, diseño de iluminación y de vestuario. A pesar de este palmarés y la larga trayectoria a sus espaldas, los casi 100 artistas que forman parte de su elenco ponen cada día toda su energía en este espectáculo lleno de música y color que transporta al espectador a África en un canto de respeto y amor por la naturaleza.

Durante la función, más de 25 tipos de animales salen al escenario tras abrirse paso por los pasillos del patio de butacas. El trabajo actoral para reproducir sus movimientos es admirable. Algunos, como las jirafas, con un tamaño superior a los siete metros y medio de altura. Y otros como el elefante, que tiene una longitud de cuatro metros. Entre todos ellos, solo hay uno malvado: el personaje que interpreta Manubens. «Scar es un caramelo. Hacer de malo es algo que a todos los actores nos encanta porque el teatro es el único sitio donde debes serlo. Aun así, empatizo con el personaje. Sería imposible interpretarlo si no fuese así. Creo que está frustrado y rabioso porque considera que es más inteligente que su hermano Mufasa, pero eso no le da derecho al trono. Cuando nace Simba, sabe que ya se ha quedado sin opciones», justifica el actor que le da vida, aunque advierte que no todo vale en la lucha por ascender al poder. Esta simbiosis que se produce entre intérprete y león se debe también en gran medida al trabajo de caracterización. «Tenemos un equipo de maquillaje que emplea entre 30 y 45 minutos en convertirme en Scar. A eso hay que sumarle otros 15 o 20 minutos de vestuario», detalla. En total, Manubens mueve 15 kilos extra sobre el escenario. «En mi caso, no es para tanto, pero el actor que hace de Pumba [Ramón Balasch] supera los 30 kilos de vestuario. En ese sentido, este es un musical especialmente duro y tenemos un equipo de fisioterapeutas que trabajan con nosotros para que el cuerpo no se resienta después de tantas funciones», amplia el intérprete catalán.

La factoría de sueños

Manubens lleva desde 2019 en este proyecto que ha marcado su vida, pero quizás la historia más alucinante de las muchas ligadas a este musical sea la del madrileño Alejandro de los Santos, el actual director residente de Aladdín. «Tenía 18 años cuando fui a ver fui a ver La Bella y la Bestia. Podría ser el año 2.000, como mucho. Me quedé completamente alucinado con aquel espectáculo y formulé el deseo. Lo recuerdo perfectamente. Quería hacer algo así y proyecte mi sueño. Desde entonces, me puse las pilas para trabajar todas las áreas relacionadas, porque para ser actor de teatro musical hay que tener un perfil muy completo. No te vale solo con declamar, también tienes que saber cantar y bailar. Es una formación muy exigente, pero lo conseguí», relata. En el año 2007 entró en la segunda producción que se hizo de La Bella y la Bestia. Aquel fue primer Disney, pero lo mejor estaba por llegar. El Rey León fue su gran prueba de fuego. Formó parte del elenco original del montaje en España y ha interpretado a tres personajes diferentes: una de las hienas, Timón y Zazu. Además, tuvo la oportunidad de ejercer como director residente de los niños que participan como actores en la obra en los papeles de Simba y Nala. «Entre medias, ha habido otros musicales, pero Disney ha aportado magia a mi vida y muchas alegrías», reconoce.

Y, como no hay dos sin tres, ahora vuelve a la factoría con un nuevo reto. De los Santos es el responsable de la adaptación del libreto y las letras al castellano de las canciones del último estreno musical de la compañía en la Gran Vía madrileña. Han pasado más de 30 años desde que la alfombra mágica sobrevolaba Ágrabah en la película de animación original y ya era hora de sacudirle el polvo. Desde el 24 de marzo, el Teatro Coliseum alberga una nueva adaptación teatral de Aladdín. La versión musical de esta fantástica historia de un joven soñador viene avalada por su triunfo en Broadway, donde más de 1.000.000 de personas lo han visto ya. En todo el mundo, la obra ha atraído a más de 14 millones de visitantes en los escenarios de West End (Londres), Japón, Australia, Nueva Zelanda, Singapur, Hamburgo y Stuttgart.

Ahora le toca el turno a Madrid de llegar al corazón de la audiencia nacional y, para lograrlo, en sus líneas de texto se cuelan referencias a la estancia del rey emérito en Arabia Saudí o a timos populares como el de la estampita o el tocomocho. «Quizás esa labor ha sido una de las que más me han motivado en este proyecto», admite el director residente. «Hay muchas cosas que, si se tradujeran de manera literal del libreto original, el público español no reaccionaría de la misma manera. El teatro es algo colaborativo y, a pesar de que estamos hablando de una gran corporación, hay que encontrar un punto creativo de confluencia para que la obra gane. Estos grandes títulos se cuidan mucho es algo y los que nos dedicamos a esto sabemos que, para pasar ciertas fronteras, hay que dialogar y llegar a acuerdos que no son sencillos», aclara De los Santos.

Las princesas ya no quieren ser rescatadas

Una de las principales batallas que ha tenido que enfrentar la multinacional de los sueños infantiles incluye una revisión crítica de sus tramas tradicionales y, sobre todo, de la imagen sexista que reproducían algunos de sus personajes femeninos. Según un estudio de 2014 de la Universidad de Granada, que analizó varias películas de la franquicia, las mujeres que representa el universo Disney son dibujos animados «consumistas, celosos y obsesionados con su aspecto físico». Ahora la industria del entretenimiento busca desterrar estos estereotipos y roles de género con nuevas heroínas como Elsa, de Frozen, Vaiana o Mérida, de Braveque se convierten en las verdaderas protagonistas de la aventura. El reto más complicado es superar a las princesas tradicionales, como Cenicienta, la Sirenita, la Bella Durmiente o Blancanieves, que generación tras generación han ido transmitiendo a las niñas su actitud sumisa, otorgando una importancia sobredimensionada al amor y perpetuando la idea de que necesitaban de los hombres para encontrarse a salvo.

Aladdín lleva convenciendo a la princesa Jasmine desde 1992 con una frase sencilla: «¿Confías en mí?», pero esta vez tiene frente a frente a una mujer que desea con todas sus fuerzas ser dueña de su propia vida. La versión musical de Aladdín recupera el espíritu del live motion y nos descubre a una heredera que viene con exigencias (legítimas). Ella busca un partenaire, sí, pero por obligado cumplimiento de la tradición y espera que, como mínimo, consensuen las decisiones de Estado y se alterne con ella en el cambio de pañales reales. No es mucho pedir, sobre todo teniendo en cuenta que Jasmine es la verdadera sucesora del sultán, pero no lo va a tener fácil. «Si te fijas, ella es la única mujer de toda la obra y va a demostrarnos a todos que sabe lo que quiere», adelanta Roc Bernadí, el actor que interpreta al protagonista.

 

Números rápidos y actores carismáticos

Él cree firmemente en la máxima de que es el personaje quién te encuentra a ti y Bernadí llevaba un largo camino andado hasta que Aladdín dio con él. Se graduó en Arte Dramático en el Institut del Teatre de Barcelona y después pasó por la Universidad Nacional de las Artes de Buenos Aires y la Tisch School of the Arts de la NYU, en Nueva York. «El gran aprendizaje que he sacado de Aladdín es esa manera que tiene de tirar para delante y no tener miedo, aunque ni él mismo sepa cómo va a salir del entuerto. Estamos hablando de un chico que vive en la calle, sus padres han muerto y por no tener, en esta versión, no tiene ni la compañía de su mono», nos desvela el actor. Así que, si esperabas reencontrarte con Abú, quizás te lleves una decepción. En esta adaptación es sustituido por un trio cómico de amigos inseparables. Ellos serán los encargados de poner el toque humorístico en muchas de las transiciones entre números que se suceden a la velocidad del rayo. Aquí lo más importante es el dinamismo. «Ya nos lo advirtieron en los ensayos. Hay que darlo todo y ser rápidos. Debemos tener en cuenta que partimos de una película de dibujos animados y no se puede caer en hacer una caricatura, pero la forma de mantener ese espíritu es conseguir mantener este ritmo trepidante», nos descubre Bernadí.

Uno de los momentos favoritos del protagonista es el espectáculo Friend Like Me (Un Genio genial), que incluye claqué, trajes dorados y enormes torres, en un homenaje al clásico musical cinematográfico de Busby Berkeley de 1933, 42nd Street. Interpreta el número junto al Genio en su número de presentación. «Fue una de mis pruebas de casting y es muy emocionante verte haciéndolo de nuevo ante toda esa gente», cuenta Bernadí. No está solo en su elección. El final de esta puesta en escena inspirada en las big bands es celebrado, sesión tras sesión, con una ovación monumental que pone en pie a todo el teatro. El culpable de ese movimiento de masas es David Comrie, el carismático actor que se pone en la piel del Genio. «Existen muchísimas almas en este espectáculo. Si no hubiese un Jafar [Álvaro Puertas] que quería esta lámpara mágica, no habría Genio. Es cierto que este mega personaje se roba en cierta manera el cariño del público, porque las escenas que le tocan al Genio son las mejores. Es una inmensa suerte poder interpretar a alguien que es como fuegos artificiales y, además, tiene una bondad que lo convierte en ese mejor amigo que todos queremos tener», comenta agradecido Comrie.

El ‘concede-deseos’ azul en el que se convierte cada noche es un auténtico ‘robaescenas’ como él mismo admite porque, además, es de los pocos personajes que cuenta con margen de maniobra para improvisar e interactuar con el público. «Es un papel que podría sacar la parte más diva, egoísta y egocéntrica de cualquier actor, porque es muy icónico, pero David plasma su humildad y su corazón en el personaje. Eso es lo que lo hace tan entrañable. Se hace querer porque se enseña tal y como es», dice con cariño el protagonista de la obra. A pesar de estas palabras de su compañero, Comrie no lo tenía fácil. En el imaginario colectivo aún están muy presentes los genios que encarnaron Robin Williams, en la original y Will Smith, en el live action. «Al principio fue bastante difícil. No sabía ni por dónde empezar. El canto demanda muchísimo esfuerzo para los agudos, pero aparte de ese reto, lo que sí tenía claro es que quería traer algo diferente y original al personaje. Todos los actores que lo han interpretado han puesto su granito de arena y lo que quería hacer era añadirle esa personalidad latinoamericana. Pensé que quizás no saldría bien, porque en el pasado yo en cierta manera renegaba. Siempre me decían que debía hablar en un castellano neutro, pero el equipo creativo de Disney me dio cierta libertad para componer este personaje y ser yo mismo. También tuve la ayuda de un coach de interpretación y creo que ha funcionado», expresa con orgullo.

Este no es su primer personaje Disney. Antes de encarnar al Genio, ya tuvo la oportunidad de ser el verdadero rey de la selva. «Lo que ha aprendido de trabajar en Disney es a poner en escena siempre al ser humano. Cuando estaba interpretando a Mufasa en El Rey León, las emociones eran reales a pesar de estar interpretando a un león y así hubiera sido, aunque se tratase de un objeto inanimado. Si tú lo sientes, el público va a estar identificado, les va a llegar», resume Comrie. Alejandro de los Santos, el director residente del espectáculo, le da la razón: «Yo empiezo a ver qué es lo que va a pasar durante la función por la reacción del público en Las noches de Arabia. Por ahí ya te puedo decir prácticamente cómo van a recibir al Genio. El teatro tiene algo muy mágico y se crea una especie de energía comunitaria». Y si hay un momento en el que todo el patio de butacas contiene la respiración, es cuando empieza a sonar la inconfundible melodía de A Whole New World (Un Mundo Ideal), compuesta por Alan Menken y ganadora de un Oscar a la Mejor canción original de 1992. Entonces, sucede.

120 luces robóticas, 70 motores y cuatro consolas de control permiten crear 40 mutaciones de escenografía y 38 cambios de vestuario. La más hipnótica es, sin duda, esa alfombra flotando sobre la noche estrellada sin ningún tipo de apoyo visible. Como cualquier buen mago, Disney tampoco destapa sus mejores trucos y preferimos guardar el misterio que rodea a ese gran truco final. «En el primer pase que hicimos con público, vino una pareja. Ella estaba embarazada y lloraba sin parar mientras nos veía volar. Él también, aunque quisiera disimular. Fue muy emocionante», comparte con nosotros Bernadí. Al fin y al cabo, el gran secreto de Disney es devolvernos a la niñez, justo a ese momento en el que todo es posible. Así que, si pudiéramos pedir uno de esos tres deseos al Genio, no le pondríamos en un compromiso. Nada de resucitar a los muertos, hacer que alguien de enamore de nosotros o cometer asesinatos. Nos basta con que la magia se mantenga en la Gran Vía y lleguen nuevas aventuras. ¿Nos sumergiremos pronto bajo del mar con La Sirenita?