Otras miradas

Los panas no quieren centralidad

Israel Merino

La centralidad es eso que antes llamábamos conservadurismo y que la mayoría no terminamos de entender, por mucho que le cambien el nombre y lo maquillen de pintura de Warhol aún siendo un cuadro de Gutiérrez-Solana. La centralidad no puede ser un proyecto de país porque es lo mismo de siempre.

Los populares andan por ahí buscando pactos hasta debajo de las piedras (se han quedado sin likes en Tinder y están a punto de descargarse Badoo) para ver si acaban con el 'sanchismo', esa cosa que es muy mala pero que no es ninguna cosa, pues ni ellos saben definir.

Su última jugada, digna de un maestro de ajedrez, ha consistido en intentar conseguir el apoyo de Sánchez para acabar con Sánchez (toma ya) usando el comodín mágico de la centralidad.

En su reunión merculina, Feijóo le propuso al (todavía) presidente del Gobierno (en funciones) un jugoso pacto que consistía en una legislatura breve, de dos añitos nada más, en la que él fuera presidente (me refiero al popular, por supuesto) y basara su mandata en la centralidad, esa cosa que, oh, tú me preguntarás clavando en mi pupila tu pupila azul, no sabes lo que es. Pero sin chance, que yo te lo explico.


La centralidad es una quimera, una mentira y un juego bellaco más propio de un trilero de la placita Eijo y Garay que de un político serio; la centralidad no es nada; la centralidad es el inmovilismo más absoluto, el no querer cambiar las cosas para que todo siga igual y, encima, toma dos por uno, puedas pillar la Presidencia del Gobierno.

La centralidad es la novísima palabra para explicar el conservadurismo: el no hacer absolutamente nada para que no te tachen ni de una cosa ni de la otra (aunque ese nada tenga más que ver con una que con la otra); la centralidad es ser apolítico de derechas, como Dios manda; es ser presidente a toda costa, aunque declares públicamente y tan pancho que no pretendes hacer ni media.

Sobre las últimas elecciones, y a colación de esto que hablamos, creo que se pueden hacer dos lecturas meridianamente claras. La primera es que, por muchos que algunos lleven esta lista de Spotify en bucle a todas sus ruedas de prensa, Feijóo no las ha ganado, cosa obvia pues tenemos una democracia parlamentaria y no una presidencialista; y la segunda es que la gente ha votado para que se hagan cosas. Muchas cosas, de hecho.


No hay que ser un animal político para entender que Junts, ERC, Bildu o Compromís (estos, dentro de Sumar) han sacado los números que han sacado porque la gente quiere cambios en el modelo territorial; la gente, por mucho que los cientifiquísimos de la demoscopia se empeñen en decirnos lo contrario, no vota con los ojos vendados, sino que lo hace por una serie de sensibilidades muy específicas. En las periferias, la gente no ha votado a los partidos periféricos porque quiera centralidad, vaya.

Con el votante joven, ha pasado algo similar. Esa cosa llamada 'Efecto La Pija y la Quinqui', que el lector habitual de estas páginas sabe que aquí preferimos denominar 'Efecto Bad Bunny', no se ha producido porque los jóvenes queramos centralidad e inmovilismo, sino que se ha dado porque queremos cosas.

Los chavales, los panas, hemos salido a votar en masa para que se regule el alquiler, para que nos arreglen lo del paro juvenil y para que nos den las mismas oportunidades que a los que tienen dos apellidos compuestos, no para tener dos añitos de centralidad. Queremos que pasen cositas, no que esto siga igual.

La centralidad, aunque yo prefiera llamarlo conservadurismo, es algo que solo se pueden permitir los que ya lo tienen todo hecho, pues los que estamos en pañales, ya sea por edad, porque no tenemos un duro o por ambas cosas, necesitamos cambios profundísimos que nos regalen un poquito de esperanza.

Feijóo, además, cuando dice que España quiere centralidad sabe que miente, y ya no solo por los que queremos progreso y hermosas luces blancas al final del túnel, sino hasta por sus propios votantes: ¿cómo se puede decir algo así cuando hasta tus propios seguidores te han votado fantaseando con echar a Sánchez dando por descontado un pacto con la ultraderecha?

España no es un país de centro porque el centro no existe. España es un país progresista y a ratos conservador (aka, reaccionario).

 

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