Este artículo se publicó hace 2 años.
La misteriosa estabilidad que necesitará Carlos III para afianzarse en Reino Unido
La muerte de Isabel II se produce en un momento de decadencia económica y política y, paradójicamente, de grandeza de pompa y boato. Desde 1936 (año de tres reyes en periodo de entreguerras mundiales) la monarquía británica no atravesaba un momento como el actual.
Londres-Actualizado a
Ni agoreros ni entusiastas. El día que Isabel II dio el último suspiro en el castillo de Balmoral, rodeado de bucólicos parajes escoceses, la libra esterlina había caído todavía más; rozaba la paridad con el dólar americano y se acercaba al euro. La culpa del declive monetario no la tuvo ella, puesto que ni se debió enterar del valor de su divisa. ¿Un presagio o una coincidencia en el calendario? La oscilación de la libra esterlina, acuñada con su impoluto y característico busto coronado, es un obstáculo para los acuerdos bilaterales que busca su Gobierno por el mundo a raíz del Brexit, que a su vez está todavía por resolver con la reforma del Protocolo en Irlanda del Norte y sus lindes europeas.
Dentro de sus fronteras, y pasado el sentimentalismo surgido estos días, en noviembre o diciembre el Gobierno británico y, por ende, la monarquía, se encararán a los tribunales que decidirán la legalidad del referéndum sobre la independencia de Escocia, convocado por Edimburgo para el 19 de octubre de 2023. El Partido Verde, que gobierna con el Partido Nacional Escocés (SNP), es partidario de abolir la monarquía. Más urgente que la consulta independentista o los nefastos efectos del Brexit, los británicos, como otros, andan aquejados por la crisis energética, una inflación disparada (que se calcula en el 20%), una deuda pública desbordada, el precio de la cesta de la compra cada día más caro y cada semana menos amigos en el mundo. Desde China, que se burla de los acuerdos pactados sobre Hong-Kong en 1997, hasta el eximperio afroasiático, que se les está volviendo en contra.
En estas condiciones, encontrará Carlos III su reino el martes 20 de septiembre, tras el funeral de Estado por su madre que reunirá una gran concentración de cabezas coronadas. Nadie más en el mundo dispone de la pomposidad que les otorga una tradición de monarquía milenaria, divina en su origen, para organizar tales fastos. Hasta 11 días de luto oficial que han generado episodios como el del presidente ruso, Vladimir Putin, el primero en felicitar a Carlos III por su proclamación como rey, o un titular periodístico reproducido en todo el mundo, incluido aquí: El príncipe Andrés se encargará de los perros de la reina.
Will Hutton, analista político con buen tino, académico y columnista, autor de The State We Are In, aventura a Público que "Carlos III se comportará como su madre, sin influencia política directa. Intentará mantener la Commonwealth, conseguirá algunas cosas, pero menos que su madre. Él es pro-Unión Europea. Yo sé que Carlos considera que el Brexit fue un error, principalmente por la política medioambiental europea. Le quedan las visitas de Estado y el simbolismo como cuando la reina se puso un sombrero con las estrellas de la Unión Europea".
"La reina disfrazó nuestro declive político"
A menudo se citan la estabilidad y la continuidad como la mayor contribución de la monarquía al sistema político. Dos posibles ventajas que ni Hutton ve relevantes ante el panorama económico y político actual en Reino Unido. "Más que estabilidad, lo que ahora puede proveer la institución es el sentido de pasado, presente y futuro nacional que la monarquía significa y personifica. Así lo sentimos, incluidos los que dudamos de la monarquía hereditaria", explica el analista.
En opinión del politólogo, la familia real ya no representa la cima de la jerarquía social, cuyo sistema de clases ha anidado en Reino Unido durante siglos. "Hoy el sistema de clases va de escuelas privadas (en Reino Unido no existe la concertada), Oxbridge (universidades elitistas) y latifundios. El Partido Tory se ha desvinculado de la Iglesia y de la monarquía y ésta pierde los poderes en favor del Gobierno y ni piensa en nuestra Constitución", explica Hutton aludiendo a las reglas que rigen el país.
Isabel II "hizo Gran Bretaña más grande de lo que es y disfrazó nuestro declive político"
Como otros muchos británicos, Will Hutton asiste estos días un tanto perplejo a los excesos mediáticos que ha generado la muerte de la reina. Sobre la que opina lo siguiente: "Era una figura icónica global, al estilo de Nelson Mandela o Gandhi. Hizo Gran Bretaña más grande de lo que es y disfrazó nuestro declive político". Para el analista, las prioridades de Carlos III deberían ser las siguientes: "Mantener la unión de Reino Unido y la Commonwealth y enraizar la idea de que la monarquía está firmemente por encima de la política del día a día".
El reinado de Carlos III, ante el panorama que se le presenta, anda lleno de incertidumbres. Él es conocido como hombre de opiniones e interesado en temas como el cambio climático, que podrían chocar con la decisión de la primera ministra, Lizz Truss, de autorizar el fracking.
Al parecer de Tom Brake, director del think tank UnlockDemocracy, "el rey evitará conflictos con la primera ministra, por lo tanto, si difieren en temas como el fracking, las diferencias no se harán públicas". El largo reinado de Isabel II pesará como una losa sobre su heredero. Las comparaciones serán inevitables. En opinión de Brake, "el rey Carlos III necesitará establecerse y consolidarse pronto para demostrar que puede jugar el mismo papel que ha jugado su madre".
El calendario político británico está ahora centrado en el luto oficial y el funeral de Estado. La crisis energética, el precio de los alimentos básicos, el referéndum sobre Escocia, los efectos del Brexit, el antagonismo del eximperio, todo puede esperar (a excepción de los corgis) hasta pasar el día festivo del lunes 19 para el funeral de Estado. Tom Brake señala que "con el país de luto es inapropiado hablar del futuro de la monarquía. No obstante, la desaparición de la reina seguramente acelerará, en algunos de los 14 países en los que reinará Carlos III, el debate sobre el cambio a la República. El Reino Unido también podría debatirlo, pero más tarde".
Del año de los tres reyes a la muerte de la reina más longeva
La estabilidad y continuidad que podría aportar la monarquía británica al sistema político se ven de vez en cuando zarandeadas. De continuidad tiene mucha porque la familia lleva más de 1.000 años de trono y corona, con una única interrupción durante una década en el siglo XVII. La estabilidad, o neutralidad, cuesta más medirla e, incluso, percibirla. Las monarquías conocidas como modernas u occidentales-europeas han conseguido mantener todos los privilegios (no hay crisis que les afecte) y despojarse de los inconvenientes (llevar vida, o moral, convencional) separando lo público de lo privado -dos personas en una- en una misión que se demuestra imposible a diario.
El cambio de madre por hijo en el trono británico en un contexto de dificultades económicas e internacionales tiene un precedente convulso en 1936, el año (fatídico para España) de los tres reyes. Empezó en Reino Unido con Jorge V, abuelo de Isabel, fallecido en enero, continuó con Eduardo VIII, de simpatías nazis, tío de Isabel que provocó la crisis de la abdicación para casarse con una americana divorciada dos veces, y acabó en diciembre con Jorge VI, padre de Isabel. Hoy los divorcios y los matrimonios con extranjeros o plebeyos se ven como signo de adaptación para perpetuarse en el anacronismo de modernizar lo inmodernizable, la institución de origen divino (venían de Dios) basada en el derecho hereditario, o biológico. ¿Democracia en full swing? El derecho hereditario fue abolido, parcialmente, en la Cámara de los Lores por el Gobierno del laborista Tony Blair. Obsoleto para una institución, vigente para otra.
Como a día de hoy, el cambio de a rey muerto, rey puesto, en 1936 se produjo en un momento de crisis económica e internacional. El periodo de entreguerras mundiales golpeó con dureza a los países que participaron en ambas. La abdicación para que el rey se casara con una divorciada extranjera o la moralidad que imperaba detrás del desafío, borraron durante varias semanas de la política británica la tensión internacional, la escasez de los alimentos básicos o el balance de la guerra, que era de 673.375 británicos muertos o desaparecidos y 1,6 millones de heridos. La monarquía británica sobrevivía y, sin embargo, vieron perecer las dinastías de sus parientes con el zar Nicolas II de Rusia y el emperador alemán Guillermo II.
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