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Coronavirus en Israel La comunidad ultraortodoxa judía, la más golpeada por la covid-19 en Israel

Israel está sufriendo la pandemia de coronavirus con menos intensidad que otros países. El lunes llegó a los 55 muertos y el número de contagios ronda los 9.000. Sin embargo, la comunidad más afectada es la de los judíos ultraortodoxos, que ha ignorado las regulaciones del Gobierno hasta que el ejército y la policía han decidido aislarlos por la fuerza.

La Policía israelí lanza una granada aturdidora a varios judíos ultraortodoxos en las calles de Jerusalén./ Ronen Zvulun (Reuters)
La Policía israelí lanza una granada aturdidora a varios judíos ultraortodoxos en las calles de Jerusalén./ Ronen Zvulun (Reuters)

eugenio garcía gascón

La comunidad ultraortodoxa judía de Israel vive estigmatizada y lamenta que sus conciudadanos no religiosos los traten como leprosos. Esta situación se está dando desde marzo, cuando los rabinos más influyentes les ordenaron que no hicieran caso de las advertencias de las autoridades, especialmente en la ciudad de Bnei Brak, en los barrios religiosos de Jerusalén, y en otras localidades del resto del país donde viven.

El índice de contagios es mucho más elevado entre la comunidad ultraortodoxa que entre la población secular y solo en los últimos días, debido a la presión de la policía y el ejército, los ultraortodoxos han aceptado quedarse en casa y observar las regulaciones que cada noche imparte el ministerio de Sanidad. Desde la semana pasada, Bnei Brak está totalmente sitiado por las fuerzas de seguridad y el control de las entradas y salidas es absoluto.

Muchos israelíes no religiosos han puesto en su punto de mira al rabino Chaim Kanievsky, el líder más venerado de la comunidad, quien en marzo, cuando los contagios más se extendían, ordenó a sus seguidores, cientos de miles en Israel, que desobedecieran las regulaciones del ministerio de Sanidad y mantuvieran abiertas las sinagogas y las escuelas rabínicas, lo que causó un notable incremento de contagios.

Otro de los problemas que han detectado las autoridades es que la inmensa mayoría de los ultraortodoxos no siguen los medios de comunicación y viven aislados del mundo exterior, de manera que las campañas de información que el gobierno ha puesto en marcha no han llegado a sus hogares. Y aunque hubieran llegado, si los rabinos dicen una cosa, los ultraortodoxos les obedecerán a ellos y no al gobierno.

Un experto en la comunidad ultraortodoxa, Gilad Malach, ha advertido que a medio plazo esta situación podría conducir a una mayor discriminación contra la comunidad y a un mayor alejamiento entre religiosos y seculares, lo que a su vez podría llevar a los ultraortodoxos a aislarse más y a reducir sus contactos con los seculares.

Bnei Brak, la ciudad más densamente poblada de Israel, alberga casi 200.000 personas que en un 90 por ciento son ultraortodoxas. Es una población joven dado que las familias religiosas suelen ser numerosas. La mayoría es ashquenazi, es decir de origen europeo, aunque también hay bolsas significativas de judíos orientales, quizás una cuarta parte del total.

El argumento que utilizó rabino Kanievsky, de 92 años, para mantener abiertos los centros de educación, incluidos los jardines de infancia, fue que el Talmud y el Pentateuco eran un fuerte escudo protector contra la pandemia, y estas palabras fueron aceptadas por sus seguidores sin ninguna excusa y por su puesto sin hacer caso al ministerio de Sanidad.

El primer ministro Benjamín Netanyahu pensaba que el hecho de que el titular de Sanidad, el rabino Yaakov Litzman, es también ultraortodoxo, le daría facilidades para conectar con el rabino Kanievsky y con otros rabinos que hacen y deshacen a su antojo en el seno de la comunidad, pero esta expectativa resultó infundada una vez más y la influencia de Litzman fue nula.

Su desconexión con el mundo que está más allá de la Biblia y del Talmud es casi completa. La comunidad ultraortodoxa simplemente no veía las imágenes que a todas horas transmitían las cadenas de televisión hebreas sobre lo que estaba sucediendo en Israel o en Italia, o las ruedas de prensa diarias de Netanyahu, de manera que vivían inmersos en la ignorancia.

Sin embargo, esta circunstancia parece subsanada y la población ultraortodoxa ha acabado por aceptar la gravedad de la situación. Ya no van a las escuelas rabínicas o a las sinagogas, y rezan y estudian en casa, al menos la mayoría. Tampoco salen a comprar más de lo necesario y no visitan a sus padres mayores.

Ahora el problema es que esta semana se celebra la Pascua judía y la tradición obliga a las familias a reunirse al completo en una cena a la que acuden todos sus miembros. Las autoridades han dado instrucciones para que nadie salga de casa y las fuerzas de seguridad están preparadas para aplicar las regulaciones cueste lo que cueste. Además, los rabinos más influyentes han acabado por comprender que el precio a pagar puede ser demasiado caro.

Por otra parte, la autoridad de los rabinos se está resquebrajando progresivamente entre algunos miembros de la comunidad. En la actualidad, por ejemplo, se estima que unos 10.000 ultraortodoxos se han matriculado en instituciones académicas desoyendo las instrucciones de sus rabinos, y se observa que un creciente porcentaje de ultraortodoxos se conecta a internet, aunque los rabinos lo prohíban.

No obstante, según Gilad Malachi, el nivel de hostilidad entre la comunidad ultraortodoxa y los israelíes seculares es alto, y esta actitud se ha agudizado cuando los seculares han visto que los ultraortodoxos han preferido ignorar las regulaciones del gobierno acerca del coronavirus. Como consecuencia se observa un mayor alejamiento entre las dos comunidades que todavía es pronto para saber si será solamente puntual o trascenderá a la pandemia.

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