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España en México: el segundo inversor extranjero y el país favorito del discurso sin matices de López Obrador

Son continuos los señalamientos del presidente mexicano Manuel López Obrador, especialmente por la corrupción y los contratos ventajosos de las empresas españolas. Azuzar la sospecha es también una herramienta muy útil para él.

AMLO
El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, habla en su rueda de prensa matutina en Palacio Nacional, de la Ciudad de México (México). Sáshenka Gutiérrez / EFE

Pedro Sánchez fue el primer presidente que visitó a Andrés Manuel López Obrador poco después de que éste fuese investido como presidente de México. Era enero de 2019 y en ese momento todo estaba condicionado por el contexto de Venezuela. Aquel día, ambos mandatarios también hablaron de relaciones bilaterales y Amlo (acrónimo del presidente mexicano) dejó clara cuál iba a ser su línea. Afirmó que las puertas del país estaban abiertas para las compañías que lo desearan pero pidió que "en las relaciones de las empresas extranjeras haya un comportamiento ético". "No queremos que las empresas extranjeras actúen violando las leyes o propiciando, aceptando, participando en actos de corrupción", dijo, en presencia de Sánchez. No habló directamente de Iberdrola, pero quedó claro que había compañías sobre las que iba a poner el foco.

El peso de España en México es considerable. Se trata del segundo país en inversiones, solo superado por Estados Unidos. En los últimos años la inversión directa supera los 66.000 millones de euros, el 12% del total extranjero que llegó a las arcas mexicanas, según la secretaría de Economía. En 2019, por ejemplo, la inversión superó los 27.000 millones de euros. Actualmente hay más de 6.500 empresas trabajando en el país azteca, que calculan que dan 300.000 empleos directos y más de un millón indirectos. Por el lado mexicano los números tampoco son nada desdeñables. En 2018, la inversión mexicana en España alcanzó los 25.000 millones de euros, convirtiéndose en el primer país latinoamericano que lleva su dinero a España.

Al mismo tiempo, España tiene también un capital simbólico importante, más allá de la conquista de hace 500 años. A principios del siglo XX, con el general Lázaro Cárdenas en el poder, México dio su apoyo al Gobierno de la República y en 1939 se convirtió en destino de miles de exiliados que escapaban de la dictadura fascista que se acababa de imponer. Durante cuatro décadas, los sucesivos Gobiernos del PRI se negaron a establecer relaciones con España, que solo se reactivaron con la muerte de Franco y la denominada Transición. Sin embargo, al mismo tiempo que los republicanos españoles añoraban un país que nunca fue y desarrollaban instituciones como el colegio Madrid, las relaciones consulares entre México y España se desarrollaban con la normalidad de quien necesita expedir pasaportes y legalizar visados.

La normalización de las relaciones llevó al incremento de los negocios. Especialmente en un momento en el que el Gobierno del PRI comenzaba a mostrar grietas y cuando se llevaba a cabo la liberalización económica. En las últimas décadas antes de la llegada de López Obrador al poder, grandes empresas españolas se hicieron con buena parte de importantes sectores de la economía en México: los bancos tienen el 40% de los activos, Iberdrola es la principal generadora energética solo superada por la estatal CFE, OHL se llevó muchas de las grandes obras de principios del siglo XXI.

Quizás podría esperarse que dos Gobiernos que, cada uno a su modo, mira a su izquierda, tuviesen una relación más cordial. Sin embargo, nada ha sido fácil desde aquella primera visita de cortesía. Las empresas españolas tienen una historia de corrupción y vinculación política con la élite mexicana que fue especialmente fructífera en los últimos 30 años, lo que López Obrador llama el "período neoliberal". Además, azuzar la sospecha contra las compañías "gachupinas" (nombre despectivo con el que se conoce a los españoles en México) es también una herramienta muy útil para el mandatario. Recordemos que López Obrador permanece entre una hora y dos horas y media diarias en rueda de prensa. Así que es lógico que haya temas recurrentes.

Poco después de aquel primer aviso, López Obrador lanzó su primer pulso exigiendo al jefe de Estado, Felipe VI, una disculpa por la conquista. La carta nunca obtuvo respuesta y sirvió para marcar un punto de inflexión. Organizaciones indígenas pusieron en cuestión el carácter utilitario de aquella reclamación: mientras reclamaba el perdón a España por las masacres, promovía el expolio a través de megaproyectos como el Tren Maya en el sur. Sin embargo, el estilo de Amlo no es el matiz. Él marca la agenda diaria.

A partir de entonces han sido continuos los señalamientos, especialmente por la corrupción y los contratos ventajosos de las empresas españolas.

Para el Gobierno español lidiar con los golpes de las conferencias matutinas del presidente mexicano se ha convertido en una rutina. Por eso siempre tratan de evitar responder desde México. Saben que los ataques suelen tener vinculación con algún hecho coyuntural. En este caso: la reforma eléctrica, la gran apuesta estratégica de este año para el mandatario mexicano, y los señalamientos contra José Ramón, uno de los hijos del presidente que estañ en la picota por  un posible conflicto de intereses por haber residido en una casa en Houston propiedad de un contratista de Pemex, la petrolera estatal. Para el Gobierno mexicano hay otro elemento que añadir a la ecuación: lo que consideran "arrogancia" de las empresas españolas al negociar con el Gobierno.

El estilo de Amlo no es el matiz

Entre aquella primera declaración con Sánchez como invitado en Palacio Nacional y la "pausa" en las relaciones bilaterales planteada por López Obrador han transcurrido tres años y un "in crescendo" en las diatribas del mandatario mexicano que han llegado a su clímax con su propuesta de dejar en "pausa" las relaciones bilaterales. ¿Tiene esto algún efecto? Ninguno. Una de las grandes virtudes del presidente mexicano es marcar la agenda diaria con sus ruedas de prensa y poner a los reporteros a correr como hámsteres en una rueda a la espera de la siguiente conferencia.

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