Este artículo se publicó hace 2 años.
China también se juega su futuro en Ucrania
Pekín aparece como una pieza clave en unas eventuales negociaciones internacionales al tiempo que dispone de la capacidad real para que las sanciones a Moscú no golpeen con tanta fuerza a la economía rusa.
La guerra en Ucrania ya ha derivado en un conflicto internacional, en el que la metralla de la invasión rusa afecta a la economía y la estabilidad de buena parte del planeta, especialmente a Europa, y en el que una obligada salida negociada sobrepasa a los protagonistas inmediatos de la crisis y demanda pasos por parte de actores geopolíticos mundiales y no solo de los Gobiernos de Kiev y Moscú.
China aparece así como una pieza clave en unas eventuales negociaciones internacionales, pues la guerra ya es eso, un teatro de operaciones localizado en Ucrania y un vendaval de presiones, contactos y movimientos diplomáticos y económicos en todo el mundo. El Gobierno del presidente Xi Jinping tiene en sus manos no solo la posibilidad de impulsar el diálogo entre bambalinas que desactive poco a poco la maquinaria de guerra rusa. Pekín, que ya ha rechazado las sanciones como medio de presión occidental sobre Moscú, dispone de la capacidad real para que tales penalizaciones no golpeen con tanta fuerza a la economía rusa. Pero, al tiempo, se ve en la vicisitud de evitar que tales sanciones o sus efectos colaterales se vuelvan en contra de los esfuerzos realizados en las últimas décadas por el gigante asiático para consolidar su crecimiento y su diplomacia pacífica en la arena internacional.
Y Pekín lo ha dejado bien claro: aunque pueda disentir de lo que ocurre en Ucrania, con quien mantenía una relación económica en expansión, Rusia es también un socio preferente y no una amenaza estratégica, como lo es Estados Unidos, o un duro competidor comercial, como puede ser la Unión Europea. China ha apostado en los últimos meses y en voz alta por el respeto a la soberanía de los países, pero también ha dejado claro que la presión de la OTAN sobre Rusia, acercándose a sus fronteras, es una de las razones que han desatado la actual crisis. Por eso, Pekín se ha negado a calificar de invasión o guerra lo que ocurre en Ucrania y ha insistido en identificar el origen del conflicto en el avance de la OTAN hacia el este.
Esta semana, el propio presidente ucraniano, Volodimir Zelenski, admitió que, a estas alturas de la crisis, Ucrania no podrá entrar en la OTAN y que así había que asumirlo. Este reconocimiento, que para Rusia debería ser acompañado por un asentimiento similar por parte de Estados Unidos y de la OTAN, sin embargo, para China puede ser el clavo ardiente al que agarrarse y presionar a Moscú para que contemple un giro a la actual situación y ceda a las presiones internacionales sobre un alto el fuego en Ucrania.
En opinión del codirector del Observatorio de Seguridad Internacional, José María Gil Garre, "si alguien tiene capacidad operativa, de inteligencia y de presión económica para redirigir las actitudes de Putin en este conflicto, es China. Pero China trabaja con una prospectiva a muchísimos años vista, lo que le está resultando eficaz para lograr un nuevo posicionamiento geopolítico. Si hiciera esto, saldría beneficiada de esta crisis".
En un principio, tras su llegada al poder en el año 2000, la Rusia de Putin mostró una mayor identidad de intereses con Occidente, en cuestiones económicas, por el tema del suministro energético a Europa Occidental y Central, y, especialmente, en temas de seguridad, ante la necesidad de afrontar la amenaza del islamismo radical, por su fuerte presencia en la república rusa de Chechenia y en buena parte del Cáucaso Norte. Sin embargo, el desdén de Estados Unidos hacia Moscú tras la inicial victoria sobre el régimen talibán en 2001 y el refuerzo de la OTAN en Europa pronto llevaron a Rusia a renegar de esa cooperación y a acercarse mucho más a China, otro país flanqueado por Washington y sus aliados en el Pacífico y el este de Asia.
La crisis de Ucrania no solo ha acelerado la asociación entre Rusia y China con un sistema paralelo de pago que lleva a la debilitación del dólar. También ha acabado por dar la razón a quienes en Moscú y Pekín abogan desde hace décadas por el fortalecimiento de los canales de suministro de hidrocarburos desde Rusia hacia China, forjados sobre una nueva red de conductos que bombeen petróleo y gas desde la cuenca del Caspio hacia oriente, y desde Siberia directamente a territorio chino, como el gasoducto Power of Siberia II, aún en construcción.
Apuntan en esta dirección los sucesos ocurridos en enero pasado en Kazajistán, el mayor productor de hidrocarburos del Caspio y Asia Central, que llevaron al alejamiento del poder del histórico mandatario kazajo, Nursultán Nazarbáyev, y a un mayor empoderamiento del presidente Kasim-Jomart Tokáyev. La singular llegada de fuerzas armadas rusas de intervención rápida para cortar de raíz la revuelta popular y consolidar de paso a este aliado de Moscú fue una muestra clara de la necesaria e interesada connivencia de Rusia y China para mantener en paz la ruta centroasiática de producción y distribución de recursos naturales.
El hito más interesante de este compañerismo sino-ruso en los últimos años tiene además relación con los hechos que se desarrollan en estos momentos en Ucrania. En 2014, tras el cambio de poder en Kiev y la salida del poder de Victor Yanukovich, la anexión de Crimea por Rusia y el estallido de la guerra del Donbás, en el este ucraniano, los nexos entre rusos y chinos experimentaron un notable impulso con la firma de una nueva asociación estratégica. China respondía así con su apoyo a la Administración de Vladimir Putin en medio de las duras sanciones occidentales y daba, al tiempo, un claro aviso de que la pretendida superioridad estadounidense en los mercados euroasiáticos era solo eso, pretendida.
Ese año, cuando todo el mundo aún fijaba su atención en el conflicto civil en el este de Ucrania, entre nacionalistas ucranianos y prorrusos, Moscú y Pekín acordaban el suministro de gas natural ruso por un valor de más de 350.000 millones de euros. Esta cifra se dispararía si el gas ruso que ahora calienta a Europa pasara a los gasoductos con destino a China. Un nuevo acuerdo firmado en febrero, antes de la invasión, cifró en más de 100.000 millones de euros el incremento a medio plazo en el suministro de gas y crudo rusos a China. Solo este año, los actuales intercambios comerciales entre los dos países podrían rozar los 190.000 millones de euros y eso sin tener en cuenta los posibles aumentos en el suministro y trasiego de combustible desde Rusia a las industrias chinas derivados de un corte de los hidrocarburos con destino a Europa.
Y un dato interesante. Parte de las fuerzas militares rusas que participan en la guerra de Ucrania proceden de Siberia, en concreto de zonas aledañas a la frontera con China. Antaño, área de guerra fría entre una Unión Soviética y una China separadas por temas geoestratégicos pese a compartir la misma ideología, hoy día la frontera que marca el río Amur y el resto de 4.000 kilómetros de lindes entre los dos países están caracterizados por la calma, gracias al Tratado de Fronteras vigente.
En Occidente no han caído en saco roto las acusaciones vertidas en los últimos días por fuentes no precisadas de la inteligencia estadounidense de que Rusia había solicitado a China armamento y apoyo económico. Aunque el origen de esta información es muy dudoso, Pekín y Moscú se han apresurado a desmentirla y a calificarla como propaganda estadounidense. Tradicionalmente China e India han sido los principales compradores de armamento ruso, compras que incluyen aviones cazabombarderos de última generación y sistemas antimisiles. Algunas de esas informaciones filtradas en Estados Unidos aluden a drones chinos y otros sistemas bélicos de precisión.
"China ha subrayado ante esas advertencias que Ucrania no es su guerra y que no va a aportar armamento" a Rusia, explica José María Gil, para quien el posible papel de Pekín en el conflicto ucraniano es de naturaleza muy diferente. "China rechaza que nadie la involucre en esta guerra", pero no descarta aparecer "como un actor geopolítico que salve la situación", refiere el experto español.
Según Gil, "China tiene dos opciones: dejar que se deteriore la situación y el conflicto muera por sí mismo, o bien puede adoptar un papel activo, que sería el más útil para doblar el brazo a Putin". Rusia, agrega el analista, "ha perdido ya una batalla económica que la va a dejar dañada durante años". En esta coyuntura, China aparece como su salvador y "cliente fundamental" para comprar el gas y el crudo rusos, imponiéndose esa dependencia rusa "total y absoluta".
En estas circunstancias, China siempre gana y Rusia lo sabe. La opción de Moscú también está clara si decide parar o seguir la guerra: puede llegar a convertirse en el aliado estratégico de Pekín que aún no es en su plenitud o bien en un aliado subsidiario que suministre gas y petróleo a China, que sería quien impusiera el precio, mucho más bajo que el que actualmente pagan los países europeos a Rusia.
En esta coyuntura, "China puede ser el actor exógeno, junto a Estados Unidos, que puede sacar más beneficios del conflicto ucraniano", concluye Gil.
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