Este artículo se publicó hace 2 años.
Luchar o salvar a tu hijo: el "conflicto interno" de una mujer soldado en la guerra de Ucrania
Anna Tolmacheva (24 años), capitana del ejército ucraniano, viaja junto a su hijo Klim (tres años) desde el Donbás –zona en guerra desde 2014– hasta la frontera de Siret (Rumanía).
Juan Miguel Baquero
Siret (Rumanía)-
Anna traspasa la frontera. Ya está en Siret (Rumanía). Klim, su hijo, aprieta con los brazos el cuello de su madre. Tiene casi tres años. Todavía no sonríe. Si el terror queda grabado en el rostro, esa es la imagen que arrastran. Dejan Ucrania desde el Donbás, donde la guerra está viva desde 2014. Y Anna lucha con un combate íntimo: es militar, soldado del ejército ucraniano. El deber le pide "lucha". El "corazón", precisa, grita el nombre de su hijo.
"Tu victoria, ahora, es salvar a Klim". Anna Tolmacheva (24 años) apenas oye la frase. Asiente. Casi de forma mecánica. Abraza fuerte a su hijo. "Ahora tengo un conflicto interno porque creo que dejé a mi familia y mis amigos allí y simplemente me escapé de la guerra", aclara poco después, cuando las sirenas, las bombas y la muerte comienzan a sonar como ecos cada vez más lejanos.
Las organizaciones humanitarias repletan las cunetas de la carretera que conduce al puesto fronterizo del distrito de Suceava. Decenas de voluntarios de un buen puñado de países ofrecen la primera ayuda a los refugiados. Comida, medicamentos, una cama. Y un abrazo, una sonrisa, unas palabras. Un payaso arranca risas de Klim, que corre tras un oso de peluche que le supera en tamaño.
"Tu victoria, el futuro de Ucrania, es Klim". Anna mira a los ojos de su interlocutor. "Ok", dice. "Spasibo", subraya, en ruso. Escapan de la barbarie desde Severodonetsk, al este de Ucrania, en el óblast (provincia) de Lugansk. Dejan atrás, ahora sí, la guerra.
"Sí, soy oficial de la Guardia Nacional de Ucrania, pero ahora estoy de baja por maternidad", dice Tolmacheva. En la actualidad tiene "el rango de teniente y, según indicadores temporales, en dos meses debería pasar al de capitán", especifica. "Por supuesto, mientras críe a un niño sola, no puedo ser llevada a la guerra, solo puedo ir por mi propia cuenta", aclara.
"Tengo un conflicto interno: por un lado dejé a todos mis amigos y por el otro me voy con mi hijo", insiste. Las historias familiares quiebran los más de tres millones de relatos que han cruzado las fronteras de Ucrania huyendo de la invasión rusa. "Mi mamá es madre sustituta –o vientre de alquiler–, tiene contrato, no puede salir del país", lamenta.
Días de "infierno"
"Pasamos dos semanas en el infierno", resume Anna Tolmacheva. La guerra cada vez más viva. Las explosiones, cotidianas. "Nuestro barrio fue bombardeado", cuenta. Y enumera: un proyectil "en la casa vecina, destrozaron un apartamento en el cuarto piso, del otro lado cayó un impacto directo por la ventana del segundo piso, otro cerca del parque infantil, en una tienda a diez metros de mi casa".
"Fue muy espeluznante y aterrador... nos fuimos", concluye. Jornadas de pánico, de horas interminables "corriendo al sótano" para salvar la vida. De ese terror que, dibujado en sus caras, acarrean hasta la frontera. "Empezaron a disparar en la ciudad, todos dejaron todo y empezaron a correr", añade. "Cada día era como una prueba", relata. "Las bombas rompieron todas las ventanas, los balcones, la tubería de gas y no tenemos calefacción... rompió todo".
Anna muestra un vídeo en su teléfono móvil. Aparece ella, con los ojos inyectados en lágrimas. Acaba de enterarse de que han matado a uno de sus mejores amigos. El día antes había estado con él. En otras imágenes sale la joven militar con una suerte de uniforme de gala. Es lo único que conserva de ese pasado reciente, vivo.
Como madre de un menor que está bajo su custodia, tiene permiso del ejército para abandonar el país. En su casa reunió todo lo que podía identificarla como soldado y lo quemó en la bañera, explica. No tenía ni idea de qué o a quién podía encontrar en el camino. Cualquier detalle que la identificase sería letal, piensa.
Como sucedió en Melitópol. "En la entrada de la ciudad nos detuvieron unas personas vestidas de civil, pero resultó que eran policías, y simplemente nos hicieron retroceder a todos porque había comenzado una batalla de tanques" a las puertas de esta plaza del óblast de Zaporiyia, en el sudeste de Ucrania.
Rumbo a España
"Había puestos de control por todas partes", recuerda Anna. "Y se escuchaban explosiones por todos lados". Durante un tiempo, continúa, "no pudimos decidir irnos porque nunca está claro cuándo y dónde volará la siguiente bomba". Hasta que un día "agarramos todo lo que se podía poner en los coches, nos sentamos y comenzamos a avanzar hacia el río Dniéper".
"Como los combates estaban ya por todos lados, no podíamos movernos por buenas carreteras y conducíamos por los caminos rurales a través de los pueblos", relata. El trayecto está sembrado de "colas largas" de vehículos en estaciones de servicio, de "estantes vacíos en las tiendas", de "explosiones terribles", de noches en sótanos y refugios improvisados con las ventanas "reforzadas con sacos terreros".
"Cinco días después de salir, pudimos comprar pan, deberías haber visto cómo los niños olían ese pan", declara Anna Tolmacheva. "Luego condujimos durante seis días, por la noche era imposible por el toque de queda, crucé la frontera y conocí gente maravillosa". Justo unas manos alargan hasta el pequeño Klim una tableta de chocolate.
El puesto de control organizado por la policía y bomberos rumanos filtra el continuo trasiego de refugiados. Los mayores de edad deben presentar su pasaporte y los menores, al menos, el acta de nacimiento. Indican el destino. A partir de ahí, mediante una aplicación creada al efecto, comienzan a casar las rutas con los traslados diarios organizados desde diferentes puntos de Europa.
Lucian, un policía rumano, gestiona los documentos y... Anna y Klim tienen familia de acogida en Bormujos (Sevilla). Toma el teléfono. Avisa a una caravana humanitaria fletada desde el pueblo sevillano de Isla Mayor. Los cinco vehículos han llegado a Siret ese mismo día. La fortuna, o la casualidad, propician el encuentro.
Con la documentación en regla, toman rumbo a España. Casi 2.800 kilómetros separan Siret de Bormujos y el convoy isleño (que transporta en la ida casi dos toneladas de comida y medicamentos) regresa acompañando a su destino a 18 refugiados. Anna ya ha tramitado el visado para ella y su hijo. "Tu victoria, ahora, es salvar a Klim".
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