Este artículo se publicó hace 4 años.
JerusalénFrancia intenta sin éxito meter baza en el conflicto libio dominado por Rusia y Turquía
Un grave incidente naval en aguas de Libia ocurrido esta semana ha hecho que Francia y Turquía se hayan cruzado acusaciones. El presidente Erdogan sostiene que su contraparte Macron sufre un "eclipse mental" y ha caído en la histeria. En un escenario cada día más caliente, Macron está dando palos de ciego que muestran que la política exterior europea es un concepto inexistente también en ese país norteafricano que se disputan Turquía y Rusia.
Eugenio García Gascón
Jerusalén-
En los últimos días Francia se ha vuelto a retratar en el conflicto libio, y con Francia el conjunto de la Unión Europea. El jueves, franceses, alemanes e italianos emitieron un vago comunicado instando a un alto el fuego inmediato y al inicio de negociaciones; y el viernes el presidente Emmanuel Macron conversó telefónicamente con Vladimir Putin sobre la misma cuestión.
Macron ha denunciado con hipocresía la injerencia extranjera en distintas ocasiones, pero se da la circunstancia de que París no ha lamentado la injerencia de sus aliados, principalmente los Emiratos Árabes Unidos, Egipto y Rusia que apoyan al Khalifa Haftar, un personaje de dudosa moralidad del que los mencionados países quieren servirse para combatir el islam político en Libia.
El incidente militar ocurrido esta semana en aguas libias entre barcos de guerra de Francia y Turquía ilustra la naturaleza de la pugna. Una corbeta francesa detectó un cargamento de armas fletado por Turquía y dirigido al gobierno de Trípoli reconocido por la comunidad internacional. La corbeta quiso detener el cargo pero dos fragatas turcas amenazaron a la corbeta hasta que esta desistió. El incidente estuvo a punto de escaparse de las manos.
Después se supo que el cargo transportaba vehículos acorazados y misiles antiaéreos de fabricación estadounidense. París dice que su corbeta trataba de aplicar el embargo de armas decretado por la ONU, pero los franceses no hacen nada para detener el envío de armas rusas y de los Emiratos Árabes Unidos (EAU) al rebelde Haftar. De hecho, a través de la frontera con Egipto están entrando armas a porrillo, y lo mismo ocurre en los aeropuertos controlados por Haftar.
No deja de ser cínico que Francia se presente ahora como una parte ofendida por el envío de armas a Trípoli cuando París y sus aliados están exportando armas sin descanso a Arabia Saudí y los EAU para su guerra en Yemen, un país que desde hace cinco años sufre un conflicto que ha costado muchas más vidas que el de Libia, ha causado una mayor destrucción y sobre el que los europeos no tienen nada que decir.
Las críticas a Turquía chocan con el silencio ante el apoyo de otros países a Haftar, empezando por los EAU, Egipto y Rusia. Cuando París se alineó con Haftar, redujo a la mínima expresión las posibilidades de actuar como mediador. Y no hay que olvidar que ya en 2011, en el fragor de las llamadas primaveras árabes, París se implicó con la OTAN en el conflicto que condujo a la muerte de Gadafi y al caos general del país.
El gobierno francés ha decidido internacionalizar el conflicto apelando a la Unión Europea, la OTAN y las Naciones Unidas, pero se trata de unas entidades que carecen de cualquier asomo de autoridad en Oriente Próximo. París mismo ha contribuido generosamente al desprestigio de la UE y la ONU, dos organizaciones que no sirven para nada más que para emitir comunicados ridículos.
De hecho, la culpa de que la UE carezca de una política exterior seria recae sobre los hombros del propio Macron y la canciller Angela Merkel. En el caso de Oriente Próximo la situación no puede ser más alarmante puesto que en absolutamente todos los frentes los europeos aprovechan cualquier situación para meter la pata hasta el fondo. En cuanto a la OTAN, pidió una investigación del incidente marítimo, pero no condenó a Turquía.
Macron hubiera querido que sus aliados europeos mostraran un mayor rigor y defendieran con ahínco la posición francesa, pero esto no ha podido ser porque la UE es una caja de grillos con intereses contrapuestos. Macron y Merkel son cabecillas de la nada absoluta, representada por la UE, y mientras no den un giro radical, Europa carecerá de objetivos claros, en particular en Oriente Próximo.
Una prueba de que Europa no tiene objetivos claros se hizo evidente hace una semana, cuando el ministro de Exteriores italiano, Luigi di Maio, visitó Ankara. Roma, que ha experimentado la llegada masiva de refugiados a través de Libia, está más cerca del presidente Recep Tayyip Erdogan que de Macron, y esa visita se interpretó como un espaldarazo a la presencia turca al lado del gobierno de Trípoli. Es más, para disgusto de París, Di Maio también visitó esta semana Trípoli marcando distancias con Haftar.
Libia se ha convertido en un teatro donde las potencias defienden sus intereses económicos y geoestratégicos. Francia, Rusia y Turquía están ávidos del petróleo libio, buscando concesiones para sus grandes compañías del sector que Haftar puede prometerles. El interés último es el dinero, de la misma manera que los europeos no se cansan de vender armas a Arabia Saudí y los EAU para aliviar el desempleo en el continente y juntar un montones de dólares.
Las potencias implicadas han logrado reunir miles de mercenarios. En las filas de Haftar se estima que hay 2.500 mercenarios de la turbia compañía rusa Wagner que están pagados por los EAU. Además hay unos 3.500 mercenarios sudaneses pagados también por los EAU, y unos 500 oriundos de Chad. Se estima que también hay un millar de mercenarios sirios.
Lo que sucede sobre el terreno indica que estamos ante un conflicto en el que los países que llevan la voz cantante son Turquía y Rusia, y que los escenarios de futuro dependerán de lo que hagan estos dos países. Moscú sigue incrementando su presencia militar en Libia, lo mismo que Turquía, lo que crea una situación cada día más volátil, y en la que la UE tiene poco o nada que pinchar.
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