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Así ha muerto el socialismo de las comunas israelíes que atrajeron a catalanes y latinoamericanos hace 60 años

Los 'kibutzim', plural hebreo de 'kibutz', las comunas que ayudaron a sostener el Estado de Israel, siguen funcionando a día de hoy, pero han visto cómo se ha debilitado su arquitectura socialista: muchos de ellos se han privatizado.

Moshe Rozen  Kibutz
Moshe Rozen, con su compañera Diana en su kibutz. La bandera dice "Darom Adom" que significa "Sur rojo" en castellano. Cedida por Moshe

"¿Cómo superó Israel el socialismo?", pregunta alguien en la red social Quora maliciosamente. Y alguien del hilo responde más maliciosamente todavía: "No aplicándolo. Dejaron a unos cuantos intentarlo por su cuenta y cuando se hartaron de pasar hambre volvieron con los demás". Se sobreentiende, claro, que ambos se refieren tendenciosamente a los kibutzim, plural hebreo de kibutz, las comunas inspiradas por el sionismo socialista que, desde el principio del siglo XX, ayudaron de un modo determinante a crear y a sostener el Estado de Israel. Es cierto que ha caído casi a la mitad la población de ese país que reside en kibutzim. En sus mejores tiempos, vivía un 7% de los israelíes en las colectividades. Hoy son unas 150.000 personas, poco más del 1,5%.

Sin embargo, es totalmente falso que el experimento haya fracasado por completo a pesar de las mutaciones que ha sufrido todo el entramado conceptual. Siguen funcionando a día de hoy 270, solo que muchos de ellos se han privatizado. Es decir, lo que se ha debilitado es su arquitectura socialista y todo el ámbito comunitario que hace sesenta años atrajo a miles de latinoamericanos, unos pocos cientos de catalanes y, también, algún independentista vasco, entre otros, un hijo de José Luis Álvarez Enparantza, Txillardegi, uno de los fundadores de ETA.

Su organización estaba igualmente influida por las ideas anarquistas, pero ningún comunista libertario en sus cabales hubiera confraternizado con el movimiento debido a la inquebrantable lealtad de muchos de sus miembros con el Estado de Israel y sus fuerzas de defensa. ¿Qué queda, en todo caso, de aquel experimento que muchos percibieron durante los 60 como la materialización parcial de la utopía? ¿Qué papel desempeñan algunos de esos viejos reductos del cooperativismo mientras implosiona la democracia en Israel de la mano de un gobierno de coalición de conservadores con ultraortodoxos?

"Si hablamos del Gobierno, la utopía continúa porque aquí, en Israel, hay manifestaciones todos los sábados contra la coalición de Netanyahu", cuenta el argentino-israelí Marcelo Yarkoni. "Pero si hablamos de los kibutzim, en muchos de los casos ya no queda nada actualmente de aquellas sociedades cooperativistas socialistas", añade.

Marcelo Yarkoni, nacido en 1946, es bonaerense con ancestros judíos ucranianos. Emigró a Israel en 1968 y pasó 18 años en un kibutz. Al igual que muchos sudamericanos, es miembro del Meretz —un partido político de izquierdas que llegó a contar con 12 escaños en el Kneset o Parlamento israelí— y pasó su juventud involucrado en distintos movimientos cooperativistas judíos de Argentina. A pesar de sus inclinaciones izquierdistas asegura que la verdadera razón que le llevó a emigrar a Israel fue, en realidad, su deseo de ayudar a construir una nación judía.

"Aunque menos, sigue emigrando gente de Brasil o de Argentina, pero ahora vienen por razones económicas", dice Yarkoni. "Yo no creía entonces que fuera a hallar una vida mejor, ni dejé Argentina en busca de la utopía. Ni siquiera percibíamos los kibutzim como una herramienta de la izquierda. La mayoría de los latinoamericanos emigraron a Israel porque les resultaba cómodo. Emigraron alentados por su sionismo. Es cierto que por aquel entonces eran sociedades cooperativistas integrales, pero el grueso de ellos ha pasado a la historia. Hoy hay cerca de 300 y la mayoría se han convertido en zonas residenciales y lugares de turismo sin ninguna influencia en la vida nacional. Solo en unos 80, los kibutz más ricos, se mantienen con cambios las originales estructuras y el espíritu colectivista. De los pobres puedes olvidarte", explica Yarkoni.

Por definición, un kibutz es una comuna agrícola israelí. El primero de ellos se llamaba Degania y fue fundado en 1909 por un grupo de judíos originarios de Rusia llegados a Palestina con la segunda gran ola inmigratoria o aliyá.

Esencialmente, se inspiraron en las ideas de retorno a la tierra de Aarón David Gordon y el sionismo socialista de Dov Ber Borojov y Sirkin. En las primeras épocas se hallaban casi exclusivamente focalizados en el trabajo agrario.

Paradójicamente, el grueso de los que han sobrevivido son los que consiguieron crear industrias rentables. En los albores del kibutz, hubo granjas donde sus miembros compartían, senso stricto, hasta los gayumbos. No había propiedad privada ni salarios y todo se decidía en asamblea. El dinero para los gastos personales se repartía de una caja común de acuerdo al viejo principio de "cada cual otorga según sus posibilidades y recibe según sus necesidades". Había algunos con orientación más religiosa, pero la mayoría eran seculares, comunitarios y socialistas.

Hay quien lo niega, pero cumplieron igualmente un papel importante en la colonización de la tierra y en la defensa de las fronteras. Aunque con algunos cambios, los kibutzim mantenían aún la esencia original cuando comenzaron a llegar en los cincuenta y los sesenta pequeñas oleadas de emigrantes latinoamericanos y, en menor medida, de izquierdistas europeos y, entre ellos, catalanes y algún vasco.

Los cambios mencionados por Yarkoni han consistido esencialmente en la privatización de los medios de producción y los servicios y en la popularización del salario diferencial. Hay asimismo kibutz privatizados cuyos ocupantes trabajan fuera de la comunidad y no reciben ya salario alguno. A eso se refiere el bonaerense cuando dice que han acabado transformados en zonas residenciales.

"Un buen ejemplo de lo que digo es el kibutz de Moshe... No se parece en nada a lo que era cuando él llegó de la Argentina", añade el bonaerense. El Moshe que menciona es también argentino y, al igual que él, emigró hace medio siglo a un kibutz llamado Nir Itzjak situado en el sur de Israel.

"Como otros muchos jóvenes de mi país, yo me identificaba a principios de los 70 con las ideas de liberación social y nacional", dice el aludido, Moshe Rozen. "Fundé junto a algunos compañeros un movimiento llamado Juventud Sionista Socialista, que aglutinaba a jóvenes judíos solidarios con las luchas populares en América Latina. Apoyábamos también un proyecto de paz para Oriente Medio. Y con ese compromiso militante llegué a Israel. Elegí la vida en el kibutz como una expresión comunal cercana a mi pensamiento socialista".

Han pasado cincuenta años desde entonces y han cambiado los kibutzim y también él, aunque, a juzgar por lo que dice, sigue siendo fiel a sus principios. "Es verdad que ha habido transformaciones cruciales", afirma, "pero sigo creyendo en un mundo más justo y, precisamente hoy, lucho por un Israel democrático y laico, por la justicia social y por el derecho del vecino pueblo palestino a su autodeterminación. En cuanto a los latinos que emigraron, es verdad que la mayoría lo hicieron por sus ideales sionistas, pero también para construir una nueva sociedad inspirada en los ideales de paz y de justicia. Yo llegué como sionista y socialista", cuenta Rozen.

El nombre del kibutz donde vive Rozen junto a su compañera Diana es Nir Itzjak y homenajea a Itshak Sade, un comandante del Palmaj, la milicia popular que combatió por la independencia de Israel durante el mandato británico. No es habitual que los hijos de latinoamericanos en Israel conserven el castellano, aunque los suyos sí lo hacen. Se estima que hay 200.000 en el país, aunque no todos, por supuesto, pasaron por los kibutzim.

Esa idea de "justicia social" en la que insiste Moshe era connatural al sustrato ideológico que dio lugar al movimiento. "Un kibutz no es una sociedad ideal, sino una sociedad de ideales", acostumbraba a decirse. Tal y como afirma Avital Epstein Papiernik, "su ideal fijaba un modo de vida basado en los valores de igualdad en el valor humano y en el valor del trabajo […]. Si bien el kibutz es una parte inseparable de la sociedad israelí, su vida interna se rige según normas internas. En el kibutz no hay Policía ni juzgado, ni cárcel ni medios de coerción o castigo. El castigo se impone mediante la opinión pública que, abierta u ocultamente, determina el estado del individuo: es difícil obtener un buen nombre y es fácil perderlo. La asamblea del kibutz es el parlamento legal; están autorizados a participar en ella todos los miembros; en este parlamento, todos los miembros tienen un derecho a voto igualitario".

Además de los salarios diferenciales, uno de los cambios más habituales que han sufrido estas colectividades con los años es el reemplazo de esas asambleas y la democracia directa por entes representativos. "Los kibbutzim fueron, como todos saben, fundamentales en sentar las bases socioeconómicas del país emergente y además cumplieron un papel en el mantenimiento de la seguridad", dice Alberto Spektorowski, un judío uruguayo emigrado a Israel en 1974. "Eran puestos fronterizos en muchos casos y punta de lanza de la colonización de la tierra. Su propósito era social, pero, más que nada, tenía un fin nacional", añade este profesor de la Universidad de Tel Aviv. Fue asesor, entre otros del ministro laborista y antiguo embajador israelí en España Shlomo Ben Ami.

"Para muchos miembros de la izquierda en los años 50 y 60, los kibutz representaban la materialización de una utopía", prosigue. "Israel, en esa época, tenía ese aire socialista que atraía a jóvenes idealistas. Pero, en realidad, no se trataba de eso. Israel era más produccionista que socialista. Lo fue antes y lo es ahora. Es decir, los modelos socialistas y colectivistas servían en la época de la construcción nacional, y cuando dejaron de ser útiles se cambió de rumbo. Ahora el produccionismo es supercapitalista y global. Todos en Israel se han adaptado a eso. También el kibutz".

Para el profesor Spektorowski, el kibutz de los 70 estaba investido por "la aureola romántica de trabajo en la tierra junto con el comienzo incipiente de la industrialización. Parecía abrir las puertas a una vida socialista y colectivista plena. Hoy en día, el romanticismo se ha acabado junto con el socialismo, pero el kibutz no desapareció. Se transformó y en muchos casos se enriquecieron sus miembros con la privatización". "Las tierras de los kibutzim situadas en los aledaños de ciudades grandes multiplicaron su valor. La alta tecnología hace que miembros de la comuna trabajen afuera o adentro indistintamente. ¿Queda algo del colectivismo pasado? Sí, algo. A la gente le gusta seguir viviendo en un marco comunitario. Le paga al kibutz los servicios, que son muy buenos, y disfruta de los dividendos comunes por venta o alquiler de tierras. Si a eso le agregas lo que se gana en la esfera privada entenderás por qué muchísima gente que abandonó la vida colectivista del kibutz en el pasado ahora quiere volver. Volver es un buen negocio porque la colectividad del kibutz se ha transformado en una sociedad más próspera y más abierta aunque quede muy poco del romanticismo pasado".

El propio Spektorowski tuvo una breve aventura en un kibutz llamado Beeri y situado en el Negev. "Fuimos allá algunos jóvenes idealistas pero nuestro idealismo se fue dejando de lado porque lo lindo de la aventura era el encuentro con voluntarios de América y Europa. La aventura idealista se mechó con hierba y seco. Era la aventura de los 70. A mí, el trabajo en la agricultura me iba fatal, pero el kibutz tenía un equipo de fútbol y como en eso sí era bueno, pues transé: Menos trabajo y más entrenamiento. O, si lo quieres de otra forma, me salvé de levantarme a las cinco de la mañana para ir a trabajar al campo".

'Generación Kibutz'

Entre esos jóvenes idealistas europeos que menciona el profesor se hallaba un grupo nutrido de catalanes, retratado en 2019 por el realizador Albert Abril en el documental Generació Kibutz. Según Spectorowski, nunca hubo verdadero socialismo israelí fuera de estas comunas útiles para la construcción del proyecto nacional, pero eso no impidió que toda una generación de progres occidentales se sintieran atraídos por las posibilidades de una vida comunitaria regida por principios del colectivismo. Especialmente después de mayo del 68, y aún en pleno franquismo, fueron muchos los catalanes que pasaron por alguna de estas granjas.

Un caso algo menos conocido es el del miembro de Terra Lliure Josep Lluis Pérez Pérez, quien vivió y está enterrado en el kibutz Dvir, por el que ya pasaron antes algunos de sus paisanos. Pérez falleció de un cáncer a los 57 años el 9 de marzo de 2012. Se había fugado de España varias décadas antes, tras ser acusado de colaboración en los asesinatos de Jose María Bultó y Joaquim Vila, en mayo de 1977 y enero de 1978, respectivamente. Antes de refugiarse en Israel con el nombre de Lluc Puig, vivió exiliado en Canadá. Su caso prescribió en 1988, lo que le permitió regresar a Catalunya en alguna ocasión para visitar a su familia. En Israel trabajó como diseñador gráfico. Tras su muerte, donó sus libros a la Universidad Hebrea de Jerusalén.

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