Este artículo se publicó hace 4 años.
Los niños del campo, trabajadores esenciales en EEUU
La suspensión de las clases presenciales debido a la pandemia ha enviado a jóvenes y menores a trabajar como jornaleros en los campos de cultivo del país anglosajón.
Aitana Vargas
Los Ángeles (Eeuu)-
Son apenas las siete de la mañana cuando un grupo de migrantes latinos comienza a sembrar fresas en un campo de cultivo de la localidad californiana de Oxnard. Aunque el otoño ya ha llegado, el calor no da tregua y ésta y otras cosechas viven asediadas por los incendios que llevan semanas devastando la región. Entre los trabajadores del grupo, y cubierta de pies a cabeza, se encuentra María Salvador, una joven de 19 años cuyos padres emigraron hace años del estado mexicano de Oaxaca a California para trabajar en el sector agrícola.
Desde el pasado mes de marzo, los padres de María se convirtieron en trabajadores esenciales. Pero la pandemia también ha generado una oleada de jóvenes y niños por todo el país que, debido a la suspensión de las clases presenciales, acuden cada día a trabajar al campo y participan junto a sus padres en la recolecta y siembra de verduras, legumbres y frutas. Son los nuevos trabajadores esenciales cuyos madrugones y sacrificio garantizan que los alimentos no falten en los platos de millones de familias americanas. Y un abultado número de ellos son menores.
"Empecé a trabajar aquí en abril de 2020, cuando todavía estaba en high school, porque tenía que ayudar a mis padres con la renta y con los gastos de la casa", explica María Salvador en entrevista con Público.
María lleva desde agosto matriculada en dos cursos online para mejorar su nivel de inglés: un requisito ineludible antes de iniciar la carrera universitaria. Y es que tanto ella como su hermana menor –que hasta hace unas semanas también trabajaba en el campo– sólo hablan español y mixteco, algo frecuente en una fuerza laboral agrícola en EEUU donde el 83% son hispanos y la mayoría mexicanos.
Para María, compaginar hasta seis horas de trabajo diario en el campo con los estudios online está suponiendo un desafío. Pero reconoce que es un sacrificio necesario si quiere optar a una educación universitaria y llegar a titularse algún día como auxiliar médico. "No me gusta este trabajo, pero, ¿ya qué? Tengo que echarle ganas y aunque llegue a casa cansada y con dolor de espalda, me tengo que poner a estudiar. Es mi obligación", asegura la joven.
Para reducir la probabilidad de abandono escolar tan elevada entre los jóvenes jornaleros, cada martes María se conecta por videoconferencia con una representante de Tequio, un grupo para jóvenes perteneciente al Proyecto Mixteco Indígena Organización Comunitaria (MICOP), que ofrece apoyo y asistencia a los jornaleros indígenas en los condados californianos de Ventura y Santa Bárbara.
"El fracaso en la escuela es muy común en estos jóvenes, pero hay que recordar que trabajan para apoyar a sus familias, para pagar facturas. Y, en el caso de María, está teniendo dificultades con algunas tareas escolares y yo la estoy ayudando a concretar sus metas académicas", explica a Público Xóchitl López, líder y coordinadora interina de Tequio, cuyos padres también son campesinos. "También, hace como un mes, le prestamos una computadora a ella y a su hermana para que puedan seguir estudiando", agrega.
Según el Programa de Oportunidades de la Asociación de Agricultores (AFOP en inglés), en EEUU se calcula que hay entre 450.000 y 500.000 menores trabajando en la agricultura, uno de los sectores que peores protecciones laborales ofrece a los niños. "Mientras los padres lo autoricen, los hijos pueden trabajar de forma indefinida fuera del horario escolar, algo que no pasa en otras industrias", advierte Melanie Forti, directora de Niños del Campo, una campaña impulsada por AFOP que lucha por garantizarle a los más pequeños la oportunidad de triunfar en la vida.
"Hay papás que no tienen dinero para una niñera, se llevan a los hijos al campo y los ponen a trabajar. Pero también hay papás a quienes se les paga por cesto o libra y que se llevan a los niños para llenar más cestos", agrega. "Esto se evita si los papás están mejor pagados".
Los representantes de AFOP llevan años abogando por los derechos de la fuerza laboral agrícola, viajando por las cosechas del país y recopilando los testimonios de los adultos y menores que han crecido recogiendo y sembrando fresas, lechugas, tabaco o apio. Algunos de los testimonios proporcionados por los niños jornaleros también han quedado plasmados en el Concurso Anual de Arte y Ensayo que la asociación organiza desde 2016.
Entre ellos se encuentra el de Norman Gonzáles, ganador de la segunda edición, que dedicó su infancia a trabajar en las cosechas de la localidad californiana de Bakersfield, y cuyo dibujo resume su evolución y aspiraciones de vida en tres etapas: de bebé gateando, a niño jornalero y finalmente a graduado universitario.
Otro de los testimonios premiados es el de Siclali Antonio García, que obtuvo el segundo lugar en la segunda edición del concurso en 2017 con un dibujo y un relato escrito a mano, donde la joven narraba su experiencia trabajando desde los ocho años en los campos de arándanos de Carolina del Norte para ayudar a sus padres. "Vi que el dinero no era fácil de conseguir. Te tenías que esforzar y aguantar", cuenta. "Miraba a la gente sufrir por el calor, y más porque estaban cubiertos con capas de telas para proteger su piel".
Según la campaña Niños del Campo, las ilustraciones y las palabras de estos niños representan los obstáculos y las esperanzas de "la población más marginada de EEUU". Pero, sobre todo, "demuestran el potencial de los jóvenes que reciben la oportunidad de sacrificarse en las aulas en vez de hacerlo en las cosechas".
Así lo cree firmemente la directora de la iniciativa, para quien visibilizar las condiciones laborales de los niños jornaleros es el paso inicial que permitirá generar nuevas oportunidades de desarrollo y progreso para ellos.
"Espero que con estas historias sobre el campo podamos personalizar los datos cuantitativos y presentárselos a los legisladores, porque ellos pueden formular nuevas leyes y normas para mejorar la calidad de vida de los niños y de sus familias", concluye Forti.
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