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El peronismo, un animal mitológico herido pero no hundido

Tras la severa derrota de Massa frente al ultraderechista Milei, el movimiento busca un nuevo liderazgo para afrontar la crisis de representatividad en Argentina.

Carteles de Sergio Massa, candidato a la presidencia de Argentina por Unión por la Patria, de tendencia peronista, derrotado por el ultraderechista Javier Milei. REUTERS/Agustin Marcarian
Carteles de Sergio Massa, candidato a la presidencia de Argentina por Unión por la Patria, de tendencia peronista, derrotado por el ultraderechista Javier Milei. REUTERS/Agustin Marcarian.

César G. Calero

El peronismo ha sido considerado el artefacto político más eficaz de Latinoamérica desde su irrupción a mediados de los años 40 del siglo XX. Un animal mitológico, en palabras del expresidente uruguayo José Mujica, imprescindible para comprender Argentina.

El movimiento fundado por el general Perón ha sufrido una severa derrota electoral a manos de un aventurero, el ultraderechista Javier Milei. Su reconstrucción pasa ahora por adaptar ese gran proyecto transversal a una realidad sociopolítica todavía indescifrable, en la que la viralización de un meme es más determinante que ganar un debate electoral.

Sergio Massa obtuvo el domingo uno de los peores resultados históricos del peronismo. Milei pintó de violeta (el color de su partido, La Libertad Avanza) casi todo el mapa argentino. Y a punto estuvo de llevarse también la joya de la corona kirchnerista: la provincia de Buenos Aires. Angustiada por la crisis económica, la mayoría optó por lo desconocido para castigar lo conocido.

El oficialismo se la jugó al presentar como candidato de la coalición Unión por la Patria a su ministro de Economía en un país con una inflación del 142% y un nivel de pobreza del 40%. No era un disparo al pie. Sencillamente, no pudieron encontrar a ningún otro aspirante con posibilidades de enfrentarse a una oposición que había capitalizado el malestar de la calle.

Simpatizantes del presidente electo de Argentina, Javier Milei, celebran en las calles su victoria en las elecciones contra el peronista Sergio Massa este 19 de noviembre de 2023.
Simpatizantes del presidente electo de Argentina, Javier Milei, celebran en las calles su victoria en las elecciones contra el peronista Sergio Massa este 19 de noviembre de 2023. Enrique García Medina / EFE

En la eterna pugna entre peronismo y antiperonismo, hoy prevalece sociológicamente la segunda opción. Argentina se ha derechizado. El oficialismo también lo ha hecho. Massa responde a un perfil centrista que ha transitado por casi todo el espectro ideológico del justicialismo. Pese a cargar con la mochila de su deficiente gestión económica, ganó sorprendentemente en primera vuelta (37%) y despertó alguna ilusión entre sus seguidores.

La contundente victoria de Milei por once puntos de diferencia ha devuelto al peronismo a la realidad

La contundente victoria de Milei por once puntos de diferencia en la segunda cita electoral ha devuelto al peronismo a la realidad: el hartazgo de la mayoría no tenía vuelta atrás. La crisis de representatividad se llevó también por delante a una derecha tradicional (Juntos por el Cambio) que ha sabido sumarse a las filas del vencedor a última hora.

No es la primera vez que el peronismo cae derrotado en los últimos tiempos. Mauricio Macri (2015-2019), hoy gran valedor de Milei, acabó con doce años de kirchnerismo, el ala izquierda del movimiento. Su conductora, Cristina Fernández de Kirchner (2007-2015), recompuso las filas en 2019 con el Frente de Todos, una alianza en la que confluyeron todas las familias peronistas. Macri se quedó sin reelección y Cristina volvió al poder, esta vez como vicepresidenta de Alberto Fernández.

Balance catastrófico

El balance de estos cuatro años es catastrófico. Es cierto que el gobierno progresista tuvo que lidiar con una pandemia, una crisis energética mundial por la guerra de Ucrania, una sequía descomunal y una herencia envenenada: el préstamo de 45.000 millones de dólares del FMI a Macri. Pero, al mismo tiempo, las profundas discrepancias entre los Fernández propiciaron un desgobierno generalizado.

Para dividir a la oposición, el peronismo estimuló el crecimiento político de Milei y su espacio ultraderechista

Para dividir a la oposición, el peronismo estimuló el crecimiento político de Milei y su espacio ultraderechista. El resultado electoral demuestra que se pasaron de frenada. El triunfo de un ultraliberal con un discurso tan extremo (dolarización, demolición del Estado, venta de órganos, justificación de la dictadura…) revela que el ideario progresista se ha quedado sin respuestas para solucionar los problemas más acuciantes de la ciudadanía. Ni siquiera el gran paraguas de los subsidios sociales le ha servido al oficialismo para capear el temporal.

La obligada recomposición del peronismo plantea algunas incógnitas. La pregunta que sobrevuela en ese espacio político es cuál será a partir de ahora el papel de Cristina Kirchner, cuyo calculado silencio durante la campaña tenía como objeto no interferir en la imagen proyectada del candidato. Se optó por el perfil moderado de Massa para ampliar el universo de votantes en lugar de Wado de Pedro, ministro del Interior y cercano a Cristina. El kirchnerismo ya no tiene la fuerza de antaño. De Pedro habría sucumbido también, muy probablemente, ante el huracán populista de Milei. Y a Cristina la desactivaron políticamente cuando la justicia le condenó, hace ahora un año, a seis años de cárcel e inhabilitación perpetua para ejercer cargo público por un caso de corrupción en una sentencia con tintes evidentes de lawfare.

Kicillof, figura emergente

En ese mapa desolado del centroizquieda emerge la figura de Axel Kicillof, quien acaba de lograr la reelección como gobernador de la provincia de Buenos Aires, la más poblada del país (37% del padrón electoral). Surgido del riñón kirchnerista, Kicillof mantiene hoy diferencias con Máximo Kirchner, hijo de Cristina, diputado y jefe del Partido Justicialista en esa provincia. Pero se siente todavía fiel al espíritu de su mentora política. Fue ministro de Economía con Cristina, pilotó la estatización de Repsol y se ha convertido, a sus 52 años, en el gran barón del peronismo.

Su futuro político depende de su capacidad de resistencia ante la presión de un entorno hostil. Milei y Macri no se lo pondrán fácil. Ahora son dueños de la caja y pueden asfixiar a un gobierno provincial. A favor del gobernador K juega el hecho de que si Buenos Aires se ahoga, la Casa Rosada puede llegar a reventar, como ya ocurrió en el pasado.

A Kicillof le deben preocupar más los tejemanejes en el seno de su propio espacio político (que todavía es la primera minoría en el Congreso). La transversalidad consustancial al peronismo ha dado ejemplos sobrados de la elasticidad ideológica de algunos de sus dirigentes. Muchos gobernadores peronistas no tardaron en sentarse a negociar con Macri tras la debacle de 2015. En el interior del país (donde Milei ha arrasado) hay figuras del peronismo de derechas que pelearán por liderar el movimiento.

En todo caso, el peronismo precisa de un reseteo urgente. El aparato tradicional, los punteros políticos (jefes partidistas barriales), los mítines… Nada de eso sirve ya. Hay un ejemplo esclarecedor de los tiempos que corren. Massa vapuleó a Milei en el último debate electoral. El político profesional, experimentado, bien cualificado para ser presidente, dejó en evidencia al amateur sin solvencia, sin más armas dialécticas que la defensa de su motosierra.

Sin embargo, una mayoría se identificó con el perdedor del debate, con aquel que representaba la antipolítica, la anticasta, lo nuevo y desconocido. Para recomponerse como opción de gobierno, el peronismo tendrá que procesar con otra mirada la Argentina de hoy, una mirada alejada de convencionalismos. El animal mitológico está herido pero no hundido. No hay que olvidar que siempre ha tenido la piel de un camaleón.

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