Este artículo se publicó hace 13 años.
Qatar, un oasis de paz árabe
El emirato es el país con mayor PIB per cápita del mundo y ha escapado a la ola de protestas
Mohamed al Kaati juega con un msbá blanco, un rosario musulmán. "Es para contar dinero", bromea sentado en el lujoso café del Hotel Sheraton rodeado de palmeras artificiales y ascensores que se elevan diez pisos dejando ver una espectacular vista de Doha, la capital de Qatar. "Cuidado ¡no todos somos ricos aquí! exclama este empresario de la construcción, aunque depende a lo que llames rico". Sonríe. El PIB per cápita de Qatar es el más alto del mundo (145.300 dólares) y, según Wikileaks, el país tendrá pronto tanto dinero gracias al gas que no sabrá qué hacer con él.
Disturbios en Siria, guerra en Libia, crisis política en Yemen. ¿Es el dinero la causa de esta paz aquí? "Ayuda, pero no es la única razón. Este es un país fácil de gobernar, pequeño. En Egipto o en Túnez hay corrupción y eso es lo que hace que la juventud se levante contra el poder", comenta Mohamed al Sulaiti, responsable de una empresa de alquiler de limusinas. En este pequeño emirato 800.000 habitantes, de los que los inmigrantes son mayoría, no hay policías en las calles, no hay disturbios, no hay milicias ni rabia en las miradas. Es un pequeño oasis en el convulso mundo árabe. "Aquí la situación es diferente. Podemos ir a ver a nuestro emir, que recibe al pueblo una vez por semana. Nos escucha", explica Al Sulaiti.
"Podemos ir a ver a nuestro emir y nos escucha", explica un qatarí
En el Sheraton se celebró la semana pasada el festival de documentales de Al Yazira. La ceremonia de apertura arrancó con Cairo Down Town, un documental sobre los blogueros detenidos y torturados en Egipto. "Estamos orgullosos de las revoluciones árabes", susurra un qatarí sentado entre el público. La elección del tema de apertura dice mucho sobre cómo el país se involucra en las revueltas. En Libia, Qatar ayuda a los rebeldes a exportar petróleo y trae a los heridos de Bengasi para ser curados en hospitales de Doha.
Los periodistas y cámaras de Al Yazira se han convertido en potenciales objetivos para las fuerzas leales a los dictadores del mundo árabe. "Es un canal con mucha influencia. Tiene su propio punto de vista claro, pero es un canal que los árabes siguen mucho porque tiene a reporteros en todos los sitios y se centra en su mundo. El canal en inglés tiene fama de ser creíble y fiable", asegura la periodista francoargelina Jeira Tami, que trabaja en Doha para la radio Oryx FM. Ella es una de los miles de expatriados occidentales que vienen atraídos por los altos salarios. "Es un país rico. La gente vive bien, no hay inseguridad. Es muy occidental", explica Tami.
Discotecas y alcoholEs una dictadura que juega un papel importante en las actuales revueltas
En los numerosos hoteles de lujo de Doha hay bares y discotecas en las que se puede consumir alcohol, pero en los que no se ven mujeres qataríes, reconocibles en la calle por vestir niqab negro que les cubre el rostro, aunque combinado con altos tacones a la última moda de marcas de lujo. Los locales se mezclan con los extranjeros que vienen a trabajar al mundo de las finanzas, de la construcción, la educación o la investigación.
La Fundación Qatar reúne a varias universidades extranjeras y atrae a muchos cerebros. "Quiere convertirse en un creador de conocimiento", asegura el profesor Hamid Naficy. "Nos cuidan bien. Teníamos incluso a un criado que llevaba los libros a nuestros hijos al colegio hasta que lo prohibimos", cuenta.
Es un país en plena construcción. Un minúsculo territorio situado en el golfo Pérsico con cientos de miles de inmigrantes extranjeros que vienen a trabajar en las numerosas construcciones que hay en marcha. "Estamos dos años como mínimo, pero a veces las condiciones no son las que te habían explicado", se queja Wini, un conductor de limusinas. Los inmigrantes vienen bajo el control de un patrocinador y pueden ser expulsados por cualquier incidente.
Las calles son anchas, limpias y en todas ellas hay edificios espectaculares. "Es un país seis veces más joven que yo", dice el director de películas suizo Alberto Meroni, de 33 años, jurado del festival de Al Yazira. "Me siento como si estuviera en un enorme aeropuerto. Todo está controlado, nada está ahí por azar, ni siquiera esa palmera o el adoquín de la calle; no hay sitio para el caos. Todo es muy nuevo y artificial", describe. Le Billagio es un claro ejemplo, una ciudad que copia edificios en un escenario que parece de cartón piedra y donde en cualquier momento parece que alguien va a gritar: "¡Acción!"
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