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Granjas de pollos El pollo clorado indigesta el Brexit

El pollo tratado con cloro y ácidos, permitido en EEUU y prohibido en la Unión Europea, se ha convertido en emblema de las negociaciones del Brexit. Bruselas exige a Londres la prohibición de comercializar aves cloradas y Washington aprieta por el libre comercio con Londres. La ley de Agricultura se está debatiendo actualmente en el Parlamento británico.

Protesta contra la comercialización de pollos clorados. / REUTERS
Protesta contra la comercialización de pollos clorados. / REUTERS

Conxa Rodríguez

David Frost, negociador británico, y Michel Barnier, negociador de la Unión Europea (UE) para el brexit, intentan hacer de tripas corazón. El reloj marca la cuenta atrás para la salida del Reino Unido de la UE el próximo 31 de diciembre, cuatro años después del referéndum celebrado el 23 de junio de 2016 a favor de la marcha. La complejidad de los contactos para fijar las relaciones entre ambas partes posteriores al brexit ha quedado tipificada en el pollo clorado, que no logra ser excluido de la mesa de la negociación.

El pollo clorado no es de corral sino de granja industrial. Estas aves, después de muertas, en EEUU son sumergidas para ser lavadas en agua clorada o desinfectantes ácidos con el objetivo de eliminar gérmenes y bacterias (E. coli, salmonella, etc.) en larvas, parásitos u heces que se hubiesen podido adquirir durante el período de cría, amontonadas en jaulas.

Esta táctica de lavado desinfectante está prohibida en la Unión Europea que ahora teme que, a través de Reino Unido, posterior al brexit, se comercialicen alimentos que no hayan sido elaborados con la normativa europea. El pollo clorado, o desinfectado, es el más conocido en una lista de alimentos que continúa con la ternera criada con hormonas, esteroides o antibióticos, el tocino o jamón de cerdo sustentado con el fármaco ractopamina, vetado en la UE desde 1996, o los alimentos modificados genéticamente.

El presidente Donald Trump ha dicho en varias ocasiones que quiere un gran acuerdo comercial entre Reino Unido y EEUU posterior al brexit. Michel Barnier, por su parte, pide a Londres que prohíba la comercialización del pollo clorado para que Londres y Bruselas puedan tener buenas relaciones comerciales post brexit. La pesca está también por negociar con el fantasma de las viejas disputas por las cuotas.

En Reino Unido, la diputada y ex ministra de Medio Ambiente, la conservadora Theresa Villiers, se ha levantado como la voz defensora de los agricultores y granjeros que verán disminuir su producción ante la norteamericana, más barata y de inferiores prácticas de producción. EEUU es el mayor productor de pollos del mundo con un 20% destinado a la exportación.

Teresa Villiers ha sido clara en una entrevista a The Daily Telegraph al decir que "me temo mucho que los granjeros británicos puedan perder ante las importaciones estadounidenses". La ex ministra llama a legislar para vetar la producción masiva de alimentos baratos y adulterados. "Si no actuamos, los norteamericanos presionarán para conseguir un acuerdo de libre mercado sin ningún tipo de restricciones; tenemos que legislar contra el pollo clorado porque EEUU lleva un largo litigio con la UE para justificar la restricción", ha añadido la ex ministra.

La nueva Ley de Agricultura que regulará la producción de alimentos en Reino Unido después del brexit está siendo debatida actualmente en el Parlamento. En julio entra en la Cámara de los Lores. La nueva ley constituye la mayor reforma legislativa en el sector de la producción de alimentos en los últimos 75 años. Los que también están alzados contra el pollo clorado son los miembros del mayor sindicato de agricultores y granjeros. El National Union of Farmers (NUF) pide al Gobierno de Boris Johnson que legisle para vetar la entrada de alimentos procedentes de animales criados con sustancias químicas, fármacos o medicamentos que aceleran su crecimiento o que son sometidos a procesos de desinfección; prácticas inferiores, comparadas a las europeas.

Minette Batters, presidenta del NUF, dijo en el congreso anual del sindicato celebrado el pasado febrero, que "si el gobierno va en serio en el trato a los animales y en el mantenimiento del medio ambiente debe legislar e incluir en la ley de Agricultura las condiciones para los alimentos de importación". A su parecer, "no se nos puede exigir a los granjeros británicos que cumplamos todos los pasos del camino a la producción de buena calidad y, en cambio, se permitan importaciones que se han quedado a mitad del camino a la hora de cumplir todos los requisitos".

En el debate sobre si pollo clorado sí o no, la Unión Europea aduce que hay que poner énfasis en las condiciones higiénicas y medio ambientales de producción de aves para que no sea necesario desinfectarlas. El pollo clorado en el Parlamento británico ha resucitado en un momento en el que Michel Barnier ha criticado al Gobierno de Boris Johnson por querer "reabrir" el pacto de lo poco que hay acordado en materia de alimentos. Barnier recordó la semana pasada en Bruselas que en 2019 se llegó a un acuerdo para proteger unos 3.000 productos como especialidades de países o regiones de la Unión Europea que no pueden ser producidos ni imitados con el mismo nombre por otros; desde el queso feta de Grecia y el champagne de Francia al queso Stilton o el whisky escocés entre los 80 productos británicos protegidos.

"La reapertura de este acuerdo sería incompatible con las futuras relaciones", apostilló Barnier en su crítica al Gobierno de Londres. El proteccionismo frente al libre mercado, simbolizado en el pollo clorado, se detecta como telón de fondo en un debate lleno de incógnitas. Boris Johnson ha rechazado la extensión del período de transición (2021 y 2022) para retrasar el proceso de salida y dar más tiempo a la negociación. La pandemia del Covid-19 ha dejado a los equipos negociadores a merced de las tele reuniones. De no haber acuerdo comercial, las partes deberán someterse a la normativa que dicta la Organización Mundial del Comercio, que sobre el pollo clorado no se ha pronunciado, aunque sí cuenta con el precedente de la ternera con hormonas.

En 1988 la entonces Comunidad Económica Europea prohibió la importación de ternera de EEUU porque los becerros eran alimentados con hormonas para crecer con mayor rapidez, y esta substancia era perjudicial para la salud del consumidor. Washington lo negaba, sin embargo, la Organización Mundial del Comercio tardó una década en decir que algo había de verdad; la hormona de la ternera no mataba, pero no beneficiaba a la salud del consumidor. Éste se topa ante un dilema en las estanterías del supermercado: escoger alimentos por precios, procedencia y/o calidad. En la mesa, una pechuga de pollo rebozada esconde muchos misterios.

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