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Segregación entre mujeres judías y árabes en los hospitales israelíes

Una nueva polémica sobre las parturientas en los hospitales israelíes arroja luz sobre la discriminación étnica que se aplica en el país. La controversia, sin embargo, no señala el fin de unas prácticas que también se dan en otros ámbitos de la sociedad.

Hospital de Hadassah en Ein Karem, Jerusalén.

EUGENIO GARCÍA GASCÓN

JERUSALÉN – La discriminación que existe en numerosos ámbitos de la vida en Israel ha vuelto a primera línea esta semana, después de que una investigación de la radio pública haya verificado que en la mayoría de los hospitales se segrega en habitaciones separadas a las mujeres judías y árabes que acaban de dar a luz.

La segregación es moneda corriente en los principales hospitales, como el Hadassah del Monte Scopus y el Hadassah de Ein Karem, en Jerusalén, o en el Ichilov y el Meir, en Tel Aviv. Solamente dos grandes hospitales consultados por la cadena Reshet Be, el Soroka de Bersheba y el Rambam de Haifa, no practican esta clase de discriminación que se viene aplicando desde hace muchos años.

Las autoridades sanitarias insisten en que no existe una política oficial al respecto pero en los hospitales todo el mundo sabe que se clasifican a las madres por su etnia. Lo saben los médicos, las enfermeras y la dirección de los centros, que en lugar de acabar con dicha política la fomentan en la medida de sus posibilidades.

"No se puede probar nada porque todo se justifica por necesidades médicas", ha dicho a Haaretz una enfermera judía del Hadassah del Monte Scopus. La primera vez que ella fue al trabajo derivó a una parturienta árabe a la mejor sala de operaciones del hospital, que en ese momento estaba libre, y sus compañeras más veteranas le advirtieron que a las mujeres árabes no les correspondía esa sala.

Las enfermeras judías "no muestran empatía” hacia las madres árabes, "con frecuencia las tratan sin respeto y expulsan con rudeza a los familiares que las visitan", asegura la mencionada enfermera. "La actitud de las enfermeras (judías) es frecuentemente fría y áspera con las mujeres palestinas".

"Ahí viene otro terrorista"

Un comentario frecuente en la sala de operaciones cuando acaba de parir una mujer palestina es "Ahí viene otro terrorista". No obstante, en los hospitales israelíes trabajan médicos y enfermeras judíos y árabes dentro de prácticamente todos los departamentos simultáneamente, una circunstancia que convive con lo que algunos comentaristas califican de “racismo” y “segregación”.

La ONG israelí Médicos por los Derechos Humanos sostiene que esta política de “separación étnica” es conocida por las autoridades desde hace años y representa una “claudicación ante el populismo y el racismo” que nada tiene que ver con las prácticas médicas habituales. Un editorialista lo ha calificado de una “institucionalización del racismo y la discriminación”.

En el hospital Hadassah del Monte Scopus, como en la mayoría de los hospitales analizados, existen habitaciones separadas para colocar a las mujeres según su religión. En este hospital, por ejemplo, hay tres salas amplias para el parto y cuatro pequeñas y de peor calidad. Las primeras se destinan a las mujeres judías y las segundas a las árabes, lo que significa que no se sigue un criterio de camas vacantes como sería lo lógico.

Según los expertos, es frecuente que las mujeres judías pidan no compartir su habitación con las madres árabes, pero los mismos expertos sostienen que estas solicitudes no deberían atenderse porque va en detrimento del conjunto del sistema sanitario.

“Mi esposa no quiere estar al lado de alguien que acaba de dar a luz a un niño que dentro de veinte años querrá matar a su hijo”

El informe ha sido bastante aireado por la prensa pero la clase política ha pasado de puntillas sobre el asunto, excepto en el caso del diputado Bezalel Smotrich, de la Casa Judía, quien ha justificado la discriminación.

Algunas voces han pedido a Benjamín Netanyahu que condene a ese diputado pero el primer ministro, que depende del apoyo de la Casa Judía, no lo ha hecho.

“Es natural que mi esposa no quiera estar al lado de alguien que acaba de dar a luz a un niño que dentro de veinte años querrá matar a su hijo”, ha declarado Smotrich, un diputado de 36 años nacido en el Golán sirio ocupado, que reside en una colonia judía y que hace unos años organizó en Jerusalén una marcha anti-gay.

Hijo de un rabino, Smotrich se crio en una familia marcadamente religiosa, creció en el asentamiento de Bet El, en la Cisjordania ocupada, y estudió en la controvertida escuela rabínica Merkaz ha-Rav de Jerusalén, un centro muy influyente donde el nacionalismo sionista se enseña mezclado con una variedad de mesianismo religioso.

El año pasado Smotrich, que tiene cinco hijos, declaró en la Kneset que los empresarios de la construcción judíos no deberían vender viviendas a los árabes. “Yo creo en las palabras de Dios y creo que los judíos deberían ganarse la vida sin vender casas a los árabes”, dijo entonces. La Kneset tampoco adoptó en esa ocasión ninguna medida disciplinaria contra el diputado.

La esposa de Smotrich, Revital, ha salido en defensa de su marido diciendo que “el parto es un momento sagrado y no quiero que manos no judías toquen a mi bebé”.

Algunos comentaristas han señalado que las declaraciones de Bezalel y Revital Smotrich recuerdan lo ocurrido con los judíos en la Alemania nazi en los años treinta del pasado siglo. De hecho, las críticas a sus palabras han sido escasas, aunque algunos medios progresistas han recordado que la segregación es una política consolidada en Israel que se aplica en otros dominios sin que las autoridades le pongan coto.

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