Opinión
Alaska sobreexpuesta

Por Enrique Aparicio
Periodista cultural y escritor
-Actualizado a
Juraría que no lo he soñado: una vez vi por la tele que, según una encuesta, las mujeres más famosas de España eran la reina Letizia y Alaska. Me falle o no la memoria, pocas personas habrá en nuestro país que no conozcan a Olvido Gara y tengan una opinión sobre ella. El reciente documental Alaska revelada supone una renovación de votos de la cantante con la sociedad, relación sólida que ha sobrevivido a los vaivenes de ambas.
La mexicana es una presencia constante en los medios desde su adolescencia: la hemos visto crecer, cambiar, operarse, bajar el tono, cantar en falsete, mear encima de una mujer, entrevistar a políticos, anunciar brandy, comentar el corazón, casarse, caerse, presentar programas para niños, programas para adultos y programas para viejos. Siempre correcta, siempre educada y siempre con una imagen muy personal que ha acabado convirtiendo en icónica.
Para muchos de nosotros, Alaska significó el primer vistazo a otro mundo posible que nos ofrecía el de siempre. Fuera en La bola de cristal, en Menudas estrellas o en el reality que protagonizó con su marido, Alaska siempre pareció la embajadora de otra realidad, de la que era extraída para ser depositada en platós y escenarios; una realidad más festiva, más libre y que apelaba especialmente a las personas del colectivo LGTBIQ+, que sin necesidad de una votación eurovisiva escogieron ¿A quién le importa? como su himno.
Es por ello que, desde hace un tiempo, mucha de esa gente –en especial tantos maricas que culturalmente nos hemos criado a sus pechos– no sabe qué hacer con ella, dónde colocar una idolatría que ha funcionado a pleno rendimiento durante décadas. Su ambiguo posicionamiento político (ha declarado que le molesta ser considerada “una artista de derechas”, pero también que se tiene por “conservadora”) está en el epicentro de este cambio en su imagen pública que, en cualquier caso, no está afectando en absoluto a su carrera.
Si uno tira de hemeroteca, en realidad las opiniones de la cantante no han cambiado demasiado. Su apuesta por el poder del individuo y la defensa del libre mercado siempre han estado ahí, desde La clave a El programa de Ana Rosa; también su compromiso con ciertos espacios que podemos considerar progresistas, como el Orgullo o alguna campaña antitaurina. Quizás Alaska represente ese espacio liberal en lo económico y moderno en lo social que pareció posible cuando Ciudadanos irrumpió en política. Ya sabemos cómo terminó aquello.
Antes de eso, en realidad las cartas estaban más bien encima de la mesa si tenemos en cuenta que ya habíamos visto a Gara compadrear con Esperanza Aguirre junto a su marido Mario Vaquerizo, quien declaraba que la presidenta del tamayazo era “la mejor". La imagen es de 2012, en pleno éxito de Alaska y Mario, dispositivo con que la pareja se convirtió en un modelo de éxito y de modernidad, pues pudimos adentrarnos en su colorido grupo de amigos y en su “desprejuiciado” –la etiqueta es suya– modo de vida.
Pero en la década y cuarto que ha pasado desde entonces, esa filosofía de Andy Warhol a la que marido y mujer aluden constantemente, y que les ha permitido reducir cualquier cuestión a pura estética, parece haberse agotado. El mundo que habitamos hace mucho que ha dejado atrás incluso las más esperpénticas tesis del artista pop: sus quince minutos de fama son ahora los 15 segundos de un vídeo viral; el consumismo que convirtió en arte es hoy pura autodestrucción del planeta; sus retratos de pistolas y sillas eléctricas pueden acabar siendo naïf con Donald Trump de nuevo en la Casa Blanca.
Un conflicto entre estética y significado que, para Vaquerizo, quedó patente con su incomprensión ante las críticas por llevar una camiseta de la Legión Española (un compañero de su grupo Nancys Rubias le superó con una del Valle de los Caídos). Críticas que se redoblaron tras su aparición en una campaña de turismo de Madrid contratada por su “amiga” Ayuso, aunque esta vez con el alivio de los 13.300 euros que facturó por la misma.
Quizás sea ese el paso trascendental entre la Alaska que conocimos y la que nos encontramos hoy. No son distintas, pero al lado de un consorte que ha llevado su fórmula al paroxismo y ha desvelado sin querer sus costuras, lo que antes admitíamos como el misterio de una mujer compleja se revela hoy como un posicionamiento evidente que lleva toda la vida ejecutando por palabra, obra u omisión. La sobreexposición resultante de añadir a Vaquerizo a su composición alquímica ha abrasado hasta el último claroscuro.
Y precisamente por eso, porque quienes hemos mirado detrás de la cortina somos los mismos que habíamos conducido a los demás hasta Oz, en realidad no hay casi nada que reprochar a la cantante. El cambio no es tanto suyo como nuestro; nuestro y de un mundo donde quizás Alaska es la última de un linaje que puso de acuerdo a ricos y pobres, a modernas y a aristócratas, a Federico Jiménez Losantos y a Dani Mateo.
Ya no vivimos aquellos tiempos en los que en nombre de la libertad se admitía todo. De hecho, hoy en nombre de la libertad se recortan derechos y se desmantelan servicios públicos. Si Alaska se crio en casa Costus, esa Factory en Malasaña donde se rodó Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón, hoy brinda con quienes ven en las calles de Madrid un negocio y no un espacio donde la cultura se renueva. Si en algún momento no hubo nada más moderno que juntar a condesas y travestis, hoy las condesas financian los partidos que arrebatan derechos a las travestis.
Los quince minutos warholianos de Alaska han terminado siendo aquellos en los que era posible encabezar la marcha del Orgullo y fotografiarse con políticos conservadores. Estoy seguro de que, desde su experiencia vital, siente que sigue siendo posible. Contadas voces –el más contundente ha sido Jorge Javier Vázquez– se han atrevido a arrojar luz sobre estas contradicciones, pero para el común de los mortales Alaska es lo que parece y parece lo que es: una señora educada y culta que queda bien en cualquier sitio. Quien puede permitirse reducir la vida a pura estética no pide más.
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