Opinión
'Andor' y 'El fin de la paciencia'

Por Guillermo Zapata
Escritor y guionista
Andor es una serie creada por el guionista Tony Gilroy que cuenta, a lo largo de dos temporadas, los entresijos de las formación de la Alianza Rebelde que terminará con el Imperio en La Guerra de las Galaxias. Es la precuela de Rogue One, una película que ya era una precuela de esa primera trilogía de 1977.
La serie nos muestra una descripción minuciosa de los mecanismos a través de los cuales opera el fascismo, que hoy todo el mundo dice que resuenan poderosamente con el presente, aunque la serie se escribiera hace dos años, pero eso es solo porque todos los fascismos se parecen. Estado policial, explotación descarnada, obsesión por la vigilancia, control de recursos y extractivismo salvaje, racismo, machismo, una maquinaria burocrática al servicio de la represión, producción sistemática de propaganda, fantasías de dominación total… Y al otro lado, todo el repertorio de acción colectiva y organización rebelde: oposición parlamentaria, sabotajes, espionaje insurgente, comunicación rebelde, revueltas sindicales, revueltas de tipo nacional popular, desobediencia civil, insurreccionalismo, terrorismo, foquismo, parlamentarismo de izquierdas, exilio, debates sobre los fines y los medios… Y un sentimiento de épica trágica.
Sabemos que una gran parte de los personajes que conocemos en la serie no llegarán a ver jamás la victoria contra el Imperio. Como dice Luthen Rael, uno de los personajes fundamentales de la serie, líder de una red de espías y asesinos rebeldes: “He quemado mi decencia por el futuro de otra persona, he quemado mi vida por un amanecer que sé que nunca veré”.
Pero la cuestión es que uno de los elementos centrales de Andor es la paciencia. Sistemáticamente, la serie plantea un conflicto entre quién quiere actuar ya y quién entiende que es necesario esperar, acumular fuerzas, identificar el momento clave para golpear al Imperio, etc. La paciencia y la gestión del tiempo es uno de los elementos clave de la política transformadora o revolucionaria a lo largo del siglo XX.
Esta semana se publicaba el ensayo El fin de la paciencia, de Xan López, en el que plantea que la crisis climática y la amenaza que supone para la vida en nuestro planeta, quiebra esa paciencia de forma radical y pone una cuenta atrás al reloj de la historia.
Imaginemos que en Andor los rebeldes descubren la existencia de un agujero negro expansivo que va a cambiar la gravitación de los planetas y provocar cambios en el conjunto de la galaxia, poniendo en peligro la vida misma. Para evitar que tal cosa suceda, es necesario una inmensa movilización de energía que cambie, por ejemplo, la forma en la que se mueven las naves cuando saltan al hiperespacio, una de las bases fundamentales del universo de Star Wars. Ese cambio radical puede afectar incluso a la forma en la que la propia rebelión se organiza.
No hay un “Día D” ni una “hora H”, sino más bien la necesidad de una persistencia que combine pragmática y radicalidad todos los días durante unas buena cantidad de años. El Imperio, por su parte, niega primero que tal amenaza exista y posteriormente intenta retrasar en lo posible las soluciones. En el momento en que tal amenaza se pone encima de la mesa, ya no existe la posibilidad de esperar. No hay espera posible porque el tiempo se agota y toda lucha tiene ahora que ver con esa amenaza existencial.
Derrotar al Imperio, por ejemplo, es una contingencia de esa luchar general y deja de ser el objetivo fundamental. La toma del poder se vuelve urgente porque el tipo de transformaciones que requiere el problema no pueden esperar un momento mejor o más adecuado. El momento es ahora, pero más importante que dicha toma del poder es la persistencia del mismo. Mantener el poder y mantenerlo vivo, transformador, se vuelve la tarea fundamental de cualquier proceso político y social. La rebelión deja de ser una fuerza que gana mediante una única acción coordinada en un único momento concreto, sino que tiene que desplegar muchas cosas durante mucho tiempo. La restauración del orden anterior, por ejemplo la República Galáctica, no es buena en sí misma, sino sólo en la medida en que dicha República sea funcional a la resolución de la amenaza existencial que ha aparecido.
Siempre habrá quién nos diga que en la medida en la que el Imperio es el causante fundamental del problema, o una amenaza más concreta, la prioridad debe ser, primero, abordar la lucha contra el Imperio y después, la amenaza “climática”. Esa operación simbólica es la clave de nuestro tiempo. Si entendemos que la cuestión climática es uno de los problemas que tenemos que abordar, priorizaremos ese dentro de los otros. Si consideramos que la crisis climática es un problema que se mueve en un orden superior y que envuelve al resto, consideraremos que toda política hoy, es política climática.
Por ejemplo, cuando se lee la gran amenaza del Gobierno Trump y la gran tragedia de la derrota demócrata, se puede entender que la cuestión climática es uno de los temas amenazados o el tema que envuelve todos los demás temas.
Lo más interesante del El Fin de la Paciencia es que la angustia de esa amenaza existencial, la necesidad de un cierto “fanatismo ideológico”, en el sentido de no ceder nunca a la idea de que el cambio climático no es cualquier cosa, no produce una suerte de cierre identitario, que cree —como cree Saw Guerrera en la serie— que todos los demás rebeldes están perdidos y que solo él sabe cómo se gana la guerra contra el Imperio, sino que el libro plantea una especie de generosidad política que busca alianzas en todas partes. Porque cuando el problema es demasiado grande no es inteligente excluir a nadie de su solución. Cualquiera es bienvenido en la revuelta. O mejor dicho, los rebeldes deben abrirse a cualquiera.
En Andor, la forma en la que los rebeldes se identifican entre sí es con un mensaje en clave. El mensaje dice: “Tengo amigos en todas partes”. Quizás se trata de eso.

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