Opinión
Un año más y uno menos
Por David Torres
Escritor
El tiempo es una magnitud relativa desde mucho antes de que lo anunciara Einstein. Tres minutos de dolor, una hora de tedio, un discurso parlamentario pueden hacerse interminables. Sin embargo, ciertas novelas de seiscientas páginas, una travesía por mar, el primer concierto para piano de Brahms interpretado por Glenn Gould siempre me resultan demasiado breves. Creo que no soy el único para quien el tiempo de la música, de la literatura o del amor no responden al cronómetro, ni al calendario, mucho menos a la andadura seca y cojitranca de los relojes. El saxofonista Johnny Carter -el trasunto de Charlie Parker en El perseguidor de Cortázar- contaba ese extrañamiento que sufría en el metro de París, cuando en el intervalo entre una parada y otra le daba oportunidad a revivir fragmentos de su infancia que ocupaban un lapso de tiempo enorme. En mi caso, he vivido romances felices de cuatro o cinco años que pasaron como un parpadeo y, sin embargo, todavía recuerdo la cuchillada de aquella despedida en un parque, un día que duró varios meses.
Entre algunas tribus mal llamadas primitivas el concepto de que un año siga a otro año es una obscenidad, un error; para ellos no hay suma ni sucesión aritmética, sino una simple y constante renovación. Según esa mentalidad mítica, cada año vuelve a ser el mismo período de vida que se cierra y se abre. No parece demasiado difícil de entender puesto que también nosotros pensamos que un viernes siempre será un viernes y que un lunes siempre es el mismo lunes. La estructura esotérica de la semana está instalada en el inconsciente colectivo hasta tal punto que organizamos nuestra vida según el ramillete de esas siete muescas de la mente. En La isla del padre, uno de los mejores libros de este año que se acaba, Fernando Marías recuerda esa frase magistral de un western en que un pistolero cae abatido por un balazo y murmura antes de morir: "Un miércoles. Nunca pensé que sería un miércoles".
Un vecino mío, un anciano al que le costaba un mundo subir los cinco tramos de escaleras, decía cada vez que llegaban estas fechas: "Un año más. Y uno menos". Hace muchos años que dejó de decirlo. Cuando el tiempo se cerró sobre él, como hará sobre todos nosotros, se reveló la trampa de la existencia moldeada en dos fechas sobre una lápida. Borges dedicó un largo y complejo ensayo metafísico a intentar refutar el tiempo. Después de diversas iluminaciones y argumentos espléndidos tiró la toalla con estas marmóreas palabras: Negar la sucesión temporal, negar el yo, negar el universo astronómico, son desesperaciones aparentes y consuelos secretos. Nuestro destino (...) no es espantoso por irreal; es espantoso porque es irreversible y de hierro. El tiempo es la sustancia de la que estoy hecho. El tiempo es un río que me arrebata, pero yo soy el río; es un tigre que me destroza, pero yo soy el tigre; es un fuego que me consume, pero yo soy el fuego. El mundo, desgraciadamente, es real; yo, desgraciadamente, soy Torres.
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