Opinión
Antonia nos delata

Por Enrique Aparicio
Periodista cultural y escritor
¿Tú les pegas a las mujeres? "Yo he tirado bofetones a las mujeres, me ha pasado, pero es un bofetón light. No encuentro que haya nada de malo". La amplia sonrisa con la que Alessandro Lecquio acompañaba su respuesta en Tómbola debió de congelar el rostro de muchas de las personas que seguían el programa. Eran tiempos en los que a los asesinatos machistas se los seguía catalogando de crimen pasional y en el que la confesión de un maltrato se podía interpretar como la consecuencia lógica de ser un hombre de verdad.
Aquel programa se emitió años después de que la modelo Antonia Dell'Atte hubiera explicado a los medios que esa figura en alza que era su exmarido había estado violentándola física y psíquicamente durante años, pero antes de que encontrara pruebas que lo demostraban. Hasta ese momento, el maltrato que la italiana denunciaba una y otra vez se redujo a una cuestión de credibilidad, de la palabra de uno contra la de la otra. Cuando el terror se vive en lo más íntimo, casi nunca queda más esperanza que la de que la verdad pese lo suficiente.
Pero ¿qué hace falta para creer el testimonio de una mujer? La reciente vuelta al primer plano mediático del relato que Dell'Atte lleva décadas explicando demuestra que la respuesta es francamente decepcionante. El suyo es un caso paradigmático, pero hasta hace unos días su exmarido no había sufrido ninguna consecuencia. Solo la entrevista a la italiana firmada por Isabel Valdés en El País ha logrado que a Lecquio, omnipresente en nuestras pantallas durante treinta años, se le aparte de los medios. Lo que contaba no era nuevo; pero esta vez parece que sí se la ha creído.
Es desazonador que hayan tenido que pasar tantos años incluso después de que se mostraran pruebas fehacientes, algo que no ocurre con frecuencia. ¿Cuál era la razón para despreciar el testimonio de Dell'Atte? ¿Que es una mujer echada para delante? ¿Que ha contado su caso por la tele? ¿Que no ha llorado lo suficiente ante nosotros? ¿Que contestaba con fiereza ante los periodistas que la cuestionaban? Nada de lo anterior debería interferir con la veracidad de lo vivido, pero las tornas han tardado demasiado en cambiar.
Y es que, si hacemos un repaso a los casos públicos de los últimos tiempos, da la sensación de que la voluntad de creer un maltrato machista siempre parte de cero. Cada mujer que se atreve a alzar la voz es cuestionada, su discurso se pone en duda, sus afirmaciones se deslegitiman con cualquier excusa. Todo lo que aleje a la denunciante de la imagen de víctima perfecta provoca desconfianza; pero, si la mujer responde a ese estereotipo que tenemos en la cabeza, entonces es sospechosa porque no resulta convincente que las piezas encajen con tanta obviedad.
El tiempo y los sinsabores que tantas mujeres deben atravesar simplemente para que se las crea (no digamos ya para que se condene a sus maltratadores o vivan una mínima reparación del daño) debería ser suficiente para hacer callar esas voces que repiten que el feminismo ha llegado demasiado lejos. Porque la realidad sigue pareciéndose más a lo que ha vivido la modelo, cuya vida siempre estará marcada por años de cuestionamiento mientras veía a su exmarido pasearse por todos los programas del país. Su historia es más reveladora que todo lo que puedan decir quienes siguen dudando de las mujeres. Como sociedad, Antonia nos delata.
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