Opinión
Bendito tú eres entre todos los presidentes muertos

Por Israel Merino
Reportero y columnista en Cultura, Política, Nacional y Opinión.
El jueves terminé de verme Succession y el viernes, refugiados bajo la lluvia a las tantas de la mañana en un portal cerca del barrio, estuve comentando su final con Luis: menudos gilipollas e idólatras son todos. Ken, el hijo más tonto, está obsesionado con heredar la empresa para seguir cultivando cual agricultor indochino de opio más y más y más dinero y poder, aunque ya tenga todo el dinero y poder que alguien pueda gastar, porque entiende que el clout, esa bonita combinación de pasta e influencia a la que tanto se refieren los raperos en sus canciones, es un fin en sí mismo y no un medio con el que materializar sueños húmedos y golosos; mientras un tipo mundano fantasea con dinero y poder para, me lo invento, comprar las cuatro últimas plantas del edificio más bonito del Alto de Extremadura y hacer un ático cuádruplex donde montar fiestas en las que se haga de todo menos jugar al UNO, el rico que ya tiene dinero y poder fantaseará redundantemente con conseguir más dinero y poder, y punto. Así de simple es, no hay más. El rico no se mueve por todas las ventajas y comodidades que su estatus le provee, pues las considera dadas por las más simplonas reglas de la naturaleza de la misma forma que tú entiendes que has recibido brazos o piernas. El rico de verdad, el de cuna o dinero viejo, sigue haciendo negocios en lugar de retirarse porque quiere conseguir todavía más clout; idolatra el dinero, es su dogma y no entiende la existencia humana si no es para entregarla en sacrificio a esos becerros dorados con forma de numeritos que se aparecen en la Bolsa. Como escribió el cardenal Robert Sarah, un señor con bastantes papeletas de convertirse en el nuevo Papa tras el fallecimiento de Francisco I – aquí no le apoyamos por ser un reaccionario de cuidado, pero nos vamos a apropiar de este punto tan interesante de su visión –, la ideología neoliberal y el capitalismo han convertido el dinero en un ídolo: se le reza, se le alaba y se arrancan corazones en su nombre. La idolatría se ha apoderado de todos los ricos que sacrifican a sus semejantes en honor a esos presidentes muertos, bendito seas tú entre todos ellos, Benjamin Franklin, que aparecen en los billetes de dólar.
Ayer mismo me dio la razón la actualidad cuando leí que Fernando Martín Álvarez, un empresario de la construcción con más fortuna acumulada de la que cualquiera de nosotros pudiéramos siquiera imaginar – fue presidente del Real Madrid, con eso os lo digo todo –, admitió en uno de los juicios de la trama Gürtel que pagó 25 millones de euros – escribir esa cifra me ha hecho sentir muy mal – a la trama liderada por Correa para que le diera la concesión de unos terrenos en Arganda del Rey, un pueblo con muchas cuestas en el sureste de Madrid. El señor Martín Álvarez soltó una cantidad descomunal de dinero, violando la legalidad y poniendo en juego su libertad, con la esperanza de que le dieran un permiso para conseguir todavía más dinero. ¿Y para qué quería todo ese montón? Pues, como buen idólatra de los números de la Bolsa, para conseguir otro montoncito todavía más grande con el que conseguir uno aun mayor, oh, gran Benjamin Franklin, quien, repito, especialmente bendito tú eres entre todos los presidentes muertos.
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