Opinión
Capa a capa

Directora de la Fundación PorCausa
Cuenta Éric Vuillard en su libro El orden del día que, en febrero de 1933, Hitler se reunió, en secreto y muy brevemente, con los industriales alemanes más importantes de aquel momento, entre los que se encontraban los dueños de Opel, Krupp, Siemens, IG Farben, Bayer, Telefunken, Agfa y Varta. Consiguió que todos ellos soltaran enormes sumas de dinero para financiar su propuesta política que, según Hitler, ofrecería estabilidad al país. A partir de aquel momento, sostenido por ese apoyo, Hitler inicia su narrativa de conquista empezando con la naturalización de la anexión "pacífica" de Austria. El Anschluss no tendría lugar hasta 1938. Durante cinco años el partido nazi fue destruyendo capa a capa todo el tejido social, cultural y político que sostenía la frágil estructura ideológica y de valores de esa Europa decadente del periodo de entreguerras. Hitler sabía perfectamente lo que hacía en 1933, puesto que se encontraba disfrutando de su éxito indiscutible en Alemania, resultado de 13 años de una minuciosa construcción narrativa y de un desprecio profundo por el sistema democrático de la república que manipuló hasta destruirlo.
Es importante recordar que nada de esto sucedió de la noche a la mañana. La degradación del espacio de debate público y la manipulación del sentir popular se construyó con pico y pala y con una voluntad férrea de capitalizar un malestar estructural. Explica Vuillard que los nazis no estaban especialmente bien organizados, pero Hitler fue implacable y cada capa de destrucción que metía le empujaba a conquistar la siguiente, sin pausa. Supo utilizar el ansia de poder de los demás líderes políticos para afinar acuerdos que luego incumplió. También supo acelerar su proceso de toma de poder cuando la oportunidad se dio tras la gran crisis económica del 29. Y finalmente, desde que el partido nazi ganó las elecciones alemanas con mayoría simple y cierra un Gobierno de coalición hasta el día en que se reunió con los dueños de las industrias alemanas, pasaron solo unos meses. Solo le hicieron falta unos pocos más para destruir la República de Weimar y convertirse en un dictador. Pero nunca habría podido hacerlo sin todos los años de creación de una narrativa que no encontró oposición ni alternativas y que llevaría al sentir popular que le permitió hacerse con el poder y llegar a usarlo para crear impunemente campos de exterminio.
Capa a capa se construye el odio pero igualmente capa a capa se construye el amor. Lleva el mismo tiempo y necesita de la misma paciencia y del mismo tesón uno que otro. Y es requisito indispensable ser implacable: si vamos a crear con amor tenemos que hacerlo a conciencia, sin subterfugios, sin concesiones.
El otro día tuve la oportunidad de trabajar con un grupo de personas excepcionales, analizando el impacto de campañas de comunicación exitosas basadas en el amor. Una de ellas me comentó que hay casos en que las campañas de odio se dan la vuelta y consiguen el resultado inverso. Pero el efecto Streisand provocado por una campaña de odio genera toxicidad a medio plazo. Tenemos un montón de ejemplos, desde el famoso cartel del metro de la abuela con el menor extranjero pasando por el autobús de los sexos de Hazte Oír, cualquier aparente beneficio comunicativo inmediato que se hubiera obtenido de ellos no compensa la brutal polarización a la que han dado lugar después.
No hay que ser historiadora ni politóloga para darse cuenta de que aunque la historia no se repite, sí que rima y ahora mismo estamos viviendo cosas que recuerdan a ese pasado de entreguerras. Algunos de los reportajes recogidos en el libro Bajo el signo de la esvástica de Chaves Nogales en su viaje a la Alemania nazi a principios de 1933, podrían pasar por actuales cambiando Ginebra por Bruselas o judíos por inmigrantes.
Durante los últimos años hemos ido permitiendo que las capas de odio se fueran construyendo casi por las mismas razones que tuvieron lugar en los años 20 y 30 en Europa. Por un lado, está la confianza profunda que, en general, la sociedad tiene en un sistema por desgracia muy defectuoso.
Cuenta Chaves Nogales en su libro cómo los judíos, y sus vecinos, habían ido permitiendo primero narrativas, luego actitudes y finalmente leyes que facilitaban la identificación y posteriormente la detención y desaparición de personas de su comunidad, con la convicción de que si no habían hecho nada malo todo eso no les iba a afectar a ellos. Es exactamente lo mismo que está pasando en Europa, Estados Unidos y ciertos países de América Latina con la inmigración. Concretamente en Estados Unidos la forma en la que la Administración Trump está deteniendo y deportando a los migrantes, encarcelándolos en países terceros como El Salvador, ha llevado a su paroxismo la capa narrativa de la crueldad y la deshumanización. De hecho, de eso se trata, puesto que los números de deportaciones de Trump no han superado en un mismo mes a los de Obama, es decir, no se está sacando a más gente sino que simplemente se la está tratando de una forma sustancialmente más despiadada.
Además de la confianza en el sistema, también hemos compartido con los años de la entreguerra la falta de creatividad y el miedo a la hora de plantear otras opciones. Las alternativas al odio han vivido atenazadas en sus marcos, incapaces de proponer cosas audaces, capaces de movilizar a un espectro muy amplio de personas, las que en inglés se llaman el movable middle, el medio que se puede mover, las personas indecisas a las que podríamos atraer hasta un espacio de construcción.
Inmersas en un sistema extremadamente rápido y destructivo, cada vez dedicamos menos tiempo a pensar. Nuestras capas del amor existen pero han sido poco contundentes hasta ahora. Sin embargo, la llegada de Trump está acelerando el proceso de creación de alternativas. En Estados Unidos, Bernie Sanders ha iniciado una gira incansable titulada Luchando contra la oligarquía, con mítines que han llegado a reunir hasta 30.000 personas en algunas ciudades. Lo hace de la mano de la fantástica AOC, acrónimo de la congresista demócrata Alexandra Ocasio-Cortez, que está sustituyendo la narrativa con mensajes que vienen a decir que somos muchas más las que queremos un sistema diferente, equitativo, humanista e igualitario, dejando claro que Trump es autoritario. Esta capa que están creando Bernie Sanders y AOC se extiende fuera de las fronteras de Estados Unidos y es una oportunidad para los líderes políticos europeos progresistas. Sabemos cómo acabó todo en los años 30 y no tenemos por qué repetir la historia. Podemos construir de otro modo.
Es cierto que hay muchas cosas tristes y desmotivantes a nuestro alrededor, pero conviven con la ventana de oportunidad que nos ha abierto Trump. Hay muchas personas interesantes y colectivos ofreciendo consejos para participar en las “capas del amor”. Bernie Sanders tiene unos discursos maravillosos muy inspiradores al respecto. Recientemente también se viralizaron los 17 puntos del panfleto Cómo mantener viva la democracia, de George Lakoff, que personalmente me gustan mucho. Todos los consejos coinciden en que tenemos que protegernos de la toxicidad del espacio público, recuperar las conexiones presenciales y crear espacios comunitarios, cuidarse físicamente, participar de acciones pacíficas, ser valientes, y muy importante, ser perseverantes. Nos llevan unos cuantos años de ventaja y ahora tenemos que construir un sistema alternativo que sustituya al suyo, mientras frenamos los autoritarismos que derivan del hackeo autoritario de los sistemas de gobierno. Son dos tareas titánicas. Pero tenemos que pensar que podemos ganar y que somos más, y aceptar que nos va a llevar tiempo. También tenemos que recordar que hay que ser implacables con el odio, no dejarlo entrar en ninguno de nuestros espacios. Construir desde el concepto de amor, que como acto político representa que aceptamos que el bienestar comunitario nos procurará el bienestar personal, y no al revés.
Comentarios de nuestros socias/os
¿Quieres comentar?Para ver los comentarios de nuestros socias y socios, primero tienes que iniciar sesión o registrarte.