Opinión
La corrupción como 'reality' y programa del corazón

Por Guillermo Zapata
Escritor y guionista
El caso Leire ha aparecido esta semana como colofón de varias noticias relacionadas con diversas tramas de corrupción, pero lo importante no es la seriedad de los hechos, sino fundamentalmente su contrario: la banalidad con la que se desarrolla.
Hace unos meses, Montoya, concursante de La Isla de las Tentaciones, se volvía viral en todo el mundo por una carrera por la playa mientras gritaba el nombre de su novia. Decíamos entonces que los realitys habían asumido su condición de parodia de sí mismos.
La idea con la que Mercedes Milá vendía la primera edición de Gran Hermano como un “experimento sociológico” hace más de veinte años buscaba darle una pátina de respetabilidad intelectual a un nuevo tipo de lenguaje televisivo. La espectacularización de lo íntimo se vendía entonces como una realidad más real que lo real, pero hoy ya no es así. Hoy los realitys hacen gala de sus artificios, construyen sus situaciones, se vuelven barrocos y desvelan su impostura para reconocerse como lo que son: puro entretenimiento.
A la par que dichos formatos, se fue desarrollando el formato televisivo del debate del corazón tipo Sálvame, que hoy es una de las referencias más evidentes para construir formatos como La Revuelta, una suerte de travesura con sensación de improvisación, narrativas que sólo entienden quienes siguen el programa: claves, guiños y juegos constantes al espectador, ruptura de la cuarta pared y, por supuesto, la sensación de que en cualquier momento puede pasar cualquier cosa mantienen al espectador atento e interesado.
A principios de 2011 ese lenguaje del corazón empezó a contaminar otros espacios y las tertulias televisivas se contagiaron por completo del lenguaje de Sálvame. La Sexta Noche primero y posteriormente muchos otros formatos, hasta llegar a los Todo es Mentira, Mañaneros, etc. de hoy, se vieron transformados. Así llevamos quince años con programas de actualidad política que incorporan la energía de la ficción, la confrontación permanente, el tono pop, etc, etc. Mientras el telediario nos parece soso y aseptíco por comparación. La política, a veces, funciona en los mismos términos.
Esta semana, el caso Leire ha dado un paso más hacia su dimensión de reality. Repasemos algunas de sus características.
En primer lugar, para una persona común y corriente es muy difícil seguir la historia. Como en los mejores realitys a los que aportamos el nivel más bajo de nuestra atención, como a todo contenido destinado a entretenernos, nos vamos haciendo ideas generales y preguntamos a amigos y amigas que siguen con más interés cada giro de la historia para hacernos una idea.
Segundo: Acontecimientos inesperados. La rueda de prensa de Leire, de inicios de esta semana, ya tenía suficientes dosis de lenguaje del corazón (la anticipación, la victimización, la idea de ir a soltar algo muy importante que se queda en nada…) y de hecho, hermana con la rueda de prensa post Eurovisión de Melody, pero esta vez con grabaciones ilegales.
Por si todo eso no fuera suficiente, la aparición de Aldama en la misma (quizás alguien leyendo esto está gritando: “Vale, pero quién es Aldama, por Dios”) el enfrentamiento en directo… Todo ello tenía “tremendas vibes” a culebrón y programa del corazón.
Cómo buen entretenimiento, el desarrollo de la historia se convierte en un agujero negro de atención. No existe nada más. Todo queda encerrado en los límites del formato. Lo sucedido (sea lo que sea) importa menos que la música, que el aroma. Para quién pretende tomarse en serio lo que pasa la sensación es de desconcierto y frustración.
Esta semana el Partido Socialista ha intentado que se hable antes de la Amnistía y la resolución del Tribunal Constitucional que de esto. Y no lo ha conseguido.
Esta semana, por tanto, el PSOE ha permitido que la política nacional se convierta en algo banal, que dicha banalidad enfoque sobre los peores defectos de nuestro sistema político, que el PP se reorganice en torno a semejante espectáculo y, sobre todo, ha permitido que los avances del gobierno del que forma parte no existan.
Esta semana, también sabíamos que la cifra de personas en situación de desempleo en España bajaba de los dos millones y medio. Una cifra simbólica que parecía irrompible y que nos sitúa en una situación que no se daba desde hace 17 años. La clave del asunto es que hace 17 años ese empleo era de una calidad pésima, basado en la precariedad y la intermitencia y en estos momentos la creación de empleo se basa en políticas de protección de las y los trabajadores.
De eso debería ir esta legislatura, de eso y de una política de transición verde que impulse la electrificación y las energías renovables, de controlar el precio de la vivienda, de garantizar y mejorar los servicios públicos, de desarrollar una política de cuidados del siglo XXI con prestaciones universales, etc.
El entretenimiento sirve cuando habla de cosas banales y de poca importancia, cuando habla de cosas muy serias y se come cosas aún más serias, la cosa deja de ser entretenida… Aunque lo parezca.

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