Opinión
La crisis de corrupción del PSOE como producto bipartidista

Por Guillermo Zapata
Escritor y guionista
Las lágrimas de María Chivite, presidenta Navarra, el shock en los cuadro socialistas, la cara de pena de Sánchez, los ojos mirando al infinito. Todos esos gestos expresan la sensación generalizada de… ¿cómo ha podido pasar esto con Santos Cerdán? El "siempre saludaba" de la política española.
Y luego los audios, los datos, el dinero, las mordidas, la participación secreta en una constructora navarra, la prostitución… Desvelan la cara oculta.
Lo cierto es que no todo el mundo en el PSOE pensaba igual. Cerdán tuvo una primera misión, que fue limpiar los órganos del partido de opositores a Sánchez, el jueves Adriana Lastra invitaba a los críticos a estar orgullosos y llevar la cabeza alta. Todo partido unificado está, en realidad, dividido en diferentes grados de silencio. Lastra ayer levantó la voz. No hay paz en el PSOE. Pronto leeremos que hacen falta nuevas caras, nuevas voces, nuevas gentes. Pero la "experiencia Sánchez" es la confirmación de que no es un problema de caras, de voces… Es otra cosa.
Santos Cerdán tenía también la misión de llevar las negociaciones parlamentarias, era "el hombre de Junts". De hecho, la petición fundamental de Junts esta semana en su ronda con Sánchez fue "pónganme a otro" y no mucho más. Eso remite a un modelo de negociación. Un modelo que no tiene tanto que ver con las ideas, los principios y el acuerdo, sino con la transacción y el mercado. Santos Cerdán, por lo que sea, sabía hacer eso bastante bien. De esta forma, mientras una parte del Gobierno de coalición y de los socios construían un sentido plurinacional a la legislatura, el PSOE no era capaz de articular ningún discurso que no fuera defensivo y la relación con Junts parecía más un mal menor basado en el toma y daca que en un verdadero proyecto de articular una idea de país. De nuevo, Santos Cerdán era "el hombre para el trabajo". Ese modelo de hombre y ese modelo de trabajo expresan una época y una forma de hacer política.
En los últimos 40 años de la política española, la Secretaria de Organización del PSOE ha tendido a recaer o bien directamente o bien de forma muy cercana al Ministerio de Fomento. La obra pública formaba parte de la competición entre territorios por atraer infraestructuras a falta de un modelo de reparto presupuestario justo. Por tanto, la lealtad al partido se construye también desde ahí. Estar del lado del que manda es estar del lado del acceso a los recursos públicos. El bipartidismo siempre ha respondido a la pregunta "¿España o yo?" de la misma manera. Entre el España y el PP, el PP. Entre España y el PSOE, el PSOE.
Los medios han señalado que Sánchez lleva una semana intentando proteger al Gobierno de España y por eso hace sus apariciones como secretario general del PSOE, no como Presidente del Gobierno. Esto, que seguramente es cierto, quiere decir también que a la pregunta "España o el PSOE", Sánchez responde también: el PSOE. El partido siempre va a antes.
Esto contrasta profundamente con la política del cambio. Los partidos del cambio han tenido una entrega frenética a su propia disolución, a su propia desconfianza en las estructuras, una política dónde nadie espera a que las cosas cambien como hace Lastra u otros en el partido socialista, sino que la lógica es a marcharse, a irse de lo que no te gusta, a la disolución. Todo ha ido en la dirección contraria: en la dirección de "no ser". Esto es enormemente problemático para algunas cosas, pero es extraordinariamente efectivo para garantizar que no hay corrupción.
La política del cambio en los últimos 14 años de su historia ha sospechado del poder. De todo poder. Y ha entendido sistemáticamente que en la pregunta entre "el país" y "el partido", la respuesta siempre es el país. Porque el vínculo político que la ha producido es otro, porque la idea de servicio público es otra, porque no habría mayor vergüenza que fallar a esa responsabilidad, porque es grotesco separarse de un pueblo al que se quiere defender, más que representar. Una política más parecida a la de activistas y sindicalistas que a la de políticos, una palabra que sigue flotando extraña a nuestro alrededor.
Pero hace falta una pata más en esa estructura de los viejos partidos para que la corrupción pueda operar. Los hemos llamado corruptores, pero eso –que es cierto, lo son– da una sensación de mucha separación entre unos y otros. Lo cierto es que el transito entre la política y los consejos de administración de las empresas más importantes de nuestro país es una constante. El ir y venir de políticos que se vuelven grandes empresarios es la marca principal del bipartidismo.
Que el PSOE no es era la respuesta eso ya lo sabíamos, por todo ello nació el 15M, y si hoy hay una salida a esa situación pasa precisamente por todo aquello que ha seguido impulsando la democracia y los derechos. Porque ese espacio, con sus mil nombres y formas siempre ha estado allí sin fallar un día, en ayuntamientos, en parlamentos autonómicos, en la oposición y en el gobierno. El desafío, ahora, es actuar sabiendo que tener razón y tener razones no es suficiente. Hay que organizarse para ganar.
Porque no le podemos dejar a la otra mitad de ese mismo bipartidismo, ahora con condimento de extrema derecha, que la máquina de la corrupción simplemente reparta hacia la derecha. No lo podemos consentir.

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