Opinión
No desvíes la mirada

Abogada experta en violencia de género
Miramos y vemos, igual que escuchamos y oímos. Son dos acciones parecidas, pero que conllevan niveles de compromiso radicalmente distintos. Con la desigualdad y la violencia, a diario, somos espectadores, especialmente de parte de la violencia de género. Ante esa situación en la que la violencia se presenta ante nuestros ojos, podemos simplemente ver, de forma pasiva, desviando la mirada porque no queremos llegar a enterarnos bien, no queremos tener que recordar ni tener que actuar y mucho menos tener que acudir como testigos o peritos a un juzgado. O podemos elegir activamente ser parte de la solución. Si no desviamos la mirada, es prácticamente imposible no percibir bromas que denigran, control en la pareja, desigualdad salarial, cosificación, presiones sexuales. Si no desviamos la mirada, podremos ver el agotamiento en quien padece esas conductas, mayoritariamente mujeres y niñas: el temor, la asfixia, el nerviosismo, la parálisis, la confusión, porque la injusticia que padecen no solo es un ataque moral abstracto, es un ataque que impacta en todo su ser.
Pero muchas veces desviamos la mirada y, al hacerlo, le damos permiso al agresor o agresora para continuar; alimentamos la idea de que se trata de problemas privados o de problemas que no forman parte de nuestra responsabilidad. Al hacerlo, extendemos la idea de que el abuso y la violencia son minoritarios o están justificados, porque algo habrá hecho la víctima, presumiendo que el ataque es una defensa justificada y proporcional. Y eso a pesar de que los estudios nos dicen que el ataque está justificado excepcionalmente, y la ley nos dice (artículo 20.4 del Código Penal) que no se puede presumir la legítima defensa, sin más, como hacemos con frecuencia en la violencia de género en la pareja para justificar al agresor, o para quedarnos en la superficialidad. Porque es más cómodo pensar que es posible que la víctima sea un verdugo y que es mejor no tener que hacer nada, que pensar que en ese momento hay una persona a la que hay que socorrer (artículo 195 del Código Penal).
La violencia nunca es un asunto privado, es un problema de toda la sociedad y nos atañe a todos y a todas. Y hay violencia y abusos en todos los espacios y en todas las direcciones: de hombres a mujeres, de mujeres a hombres, entre hombres, entre mujeres, de progenitores y progenitoras a hijos e hijas y a la inversa, entre familiares, entre compañeros y compañeras de trabajo, en los centros educativos, en la calle… En este caldo de violencia, las mujeres y las niñas, debido a la cultura patriarcal, somos con más frecuencia las víctimas y los hombres son con más frecuencia los agresores. La violencia machista sobre nosotras tiene un componente estructural y, en concreto en España, tenemos un pasado muy reciente que intensifica esa estructura. La dictadura de Franco y su nacionalcatolicismo no solo anuló los pasos que dio la Segunda República a favor de la igualdad entre hombres y mujeres, sino que me puso un modelo de mujer subordinada de manera absoluta al hombre, restringió drásticamente los derechos de la mujer, su autonomía y capacidad jurídica, y promovió la violencia, incluso física, como forma de control de las mismas.
¿Pero qué podemos hacer? El primer paso es dejar de desviar la mirada y empezar a aprender a reconocer signos de violencia, incluso en sus manifestaciones más sutiles. Eduquemos a nuestros ojos para ver más allá de la superficie, eduquemos a nuestra mente para regirnos por la igualdad y la justicia. Un compañero de trabajo, que se acerca a tu mesa y hace comentarios sexuales, no está siendo muy hombre; está siendo un acosador.
El segundo paso es actuar en ese momento, cuando ante nuestros ojos se desarrolla un acto de abuso o violencia. Esto no significa que nos enfrentemos siempre directamente a un agresor en una situación de peligro, pero sí podemos decir, en los casos más leves, que no nos parece bien esa forma de actuar, o apartar a quien padece la conducta, o, en casos más graves, llamar a la Policía. Podemos ofrecer apoyo a la víctima y darle nuestros datos para que contacte, si denuncia, para participar como testigo; podemos poner por escrito lo que hemos presenciado y escuchado, y entregárselo a la víctima con nuestros datos, por si llega a denunciar. Y podemos acompañar a la víctima a los servicios especializados o al menos ayudarla a informarse sobre cuáles son. Podemos darle el mensaje de que estamos ahí para apoyarla y no tolerar la violencia.
El tercer paso es romper en nuestro día a día la ley del silencio en la que extiende sus ramas y se perpetúa la desigualdad, el abuso y la violencia, especialmente la violencia de género. Deja constancia respetuosa, normal y escrita, en los colegios, en las universidades, en los centros de trabajo, en los gimnasios, en las comunidades de vecinos, en redes sociales… Cuando veas que algo vulnera o puede vulnerar los derechos de una persona; incluso pon en conocimiento de las autoridades (Juzgados, Fiscalía, Policía) lo que has presenciado u oído si consideras que puede ser un delito. Si eres una persona que trabaja en esta materia, en educación, en sanidad, en dependencia, en servicios sociales, al menos comunica a Fiscalía si has presenciado o has recibido noticias sobre un posible delito, que es lo que dice la ley que hay que hacer (artículos 259 y 62 de la Ley de Enjuiciamiento Criminal); se trata de la opción que suele combinar mejor la obligación de comunicar a las autoridades para que puedan intervenir y valorar el riesgo, con no coger la intervención por sorpresa a las víctimas que no hayan querido denunciar. Además,, habla, no solo con la víctima más allá de cuando hemos presenciado los hechos, sino también con otras personas. Hablar sobre la desigualdad, el abuso y la violencia es imprescindible. Reflexionar y hablar sobre nuestras propias dinámicas. ¿Es posible que yo también haya sufrido un acto de desigualdad, abuso o violencia? ¿Es posible que en algún momento de mi vida también yo haya sido injusta o injusto, que también yo haya actuado con desigualdad o violencia? ¿Es posible que mi silencio ante un abuso haya sido una forma de revictimizar? ¿Es posible que esté siendo o haya sido cómplice de un maltrato institucional? Hablemos. No desviemos la mirada tampoco de nuestro propio interior.
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