Opinión
Donald imperator mundi

Por David Torres
Escritor
-Actualizado a
Que el emperador Donald haya decidido que sus vasallos le estrechen la mano en plan de igualdad en lugar de arrodillarse y besarle el culo es una señal de campechanía que conviene no pasar por alto. De esto los españoles sabemos un montón, ya que disfrutamos durante décadas de un monarca de lo más campechano, que lo mismo tiroteaba a un elefante que a un oso borracho. Cuando posó junto a la difunta reina Isabel, muchos nos reímos colocándole a Donald una corona de cumpleaños del Burger King sin comprender que sí, que iba completamente en serio. A la reina le molestó mucho que el presidente norteamericano caminase por delante de ella y no dejase de mirar a todas partes en busca de invitados más interesantes, pero Donald regresó a la Casa Blanca convencido de que ella estaba encantada de haberlo conocido, casi tanto como él de conocerse a sí mismo.
Más de veinte mandatarios internacionales estuvieron aguardando cuatro horas al emperador Donald en Egipto, haciendo tiempo y charlando de sus cosas. Mientras tanto, Donald estaba en el parlamento israelí anunciando una nueva Edad de Oro en la región, una era dorada de paz y prosperidad a juego con el color de su peluca. Puede medirse el progreso de la política en los últimos siglos comparando los aparatosos postizos capilares de Luis XIV de Francia, el Rey Sol, con el tupé aerodinámico de Donald, un modelo descapotable del que está tan orgulloso que se ha cabreado con la revista Time porque en la foto de la portada que le han dedicado parece un galápago esperando que le echen de comer. Puesto que vivía en una época semianalfabeta, Luis XIV se rodeó de grandes artistas, músicos y dramaturgos (Lully, Couperin, Racine, Molière, Corneille) que girasen alrededor de su corte como planetas. En cambio, Donald, mucho más egocéntrico y ya metido de lleno en el analfabetismo, ha preferido rodearse de idiotas.
En la Knéset, la cámara parlamentaria israelí, después de que dos diputados fueran expulsados tras llamarlo "terrorista", Donald aprovechó la ovación cerrada de la extrema derecha para intervenir también en los engorrosos procesos judiciales que tanto incordian a Netanyahu. Pidió que lo indultaran, como si fuera un toro en las Ventas, y que lo dejen matar niños tranquilo, joder, ni que los palestinos fuesen seres humanos. Pelillos a la mar, y aquí paz y después gloria. Con la firma de un acuerdo de paz al que no acudieron ninguna de las partes implicadas, el emperador Donald se perfila como un auténtico psicólogo amoroso, el Carlos Sobera de la diplomacia internacional pegando la chapa a dos sillas vacías. Tras este éxito fulgurante, no se descarta que intervenga como mediador en las rencillas entre Abascal y Feijóo, entre Johnny Depp y Amber Heard o entre Ben Affleck y Jennifer López. Como tertuliano en Sálvame Deluxe no tendría precio.
Durante el protocolario apretón de manos, Donald le echó un pulso gitano a Pedro Sánchez, que acudió más que nada por fastidiar a sus detractores, y que aguantó el tirón imperial con una sonrisa cortesana. Fue una ceremonia muy bonita y muy masculina donde la concordia corrió pareja con la humillación, aunque al menos los saludados no tuvieron que hincarse de rodillas para rendir pleitesía al flamante imperator mundi. Sólo faltó que se tumbaran y que Donald caminase sobre ellos, pisando de cabeza en cabeza. Recordaba a esos besamanos de los cardenales ante el Papa, de los aristócratas ante el monarca supremo o de los jefes de la mafia ante el capo di tutti capi. Tampoco es que haya mucha diferencia.
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