Opinión
Exterminad a todos los zurdos

Investigador científico, Incipit-CSIC
-Actualizado a
“Exterminad a todos los salvajes” (Exterminate all the brutes) es la famosa frase que pronuncia Kurtz en El Corazón de las tinieblas (1899), la novela de Joseph Conrad sobre la explotación colonial del Congo. Es al mismo tiempo testimonio del genocidio que los belgas estaban llevando a cabo en el centro de África y una premonición de los genocidios que estaban por venir.
La frase de Kurtz es la aceptación de una derrota: con los salvajes no se puede hacer nada. Solo cabe el exterminio. Casi todos los genocidios comienzan así, de hecho: con resignación. Los perpetradores concluyen que ya no hay más opciones que la destrucción de aquellos a quienes categorizan como intrínsecamente enemigos (de la nación, la civilización, la humanidad).
Pensaba en ello a raíz de un vídeo del activista argentino de extrema derecha Agustín Laje, que se hizo viral en enero de 2025. En él afirmaba que la izquierda no es adversaria, sino enemiga. Lo repetía en el foro ultra que se celebró en Madrid el pasado fin de semana. Y se hacía eco de su discurso el economista Daniel Lacalle en su cuenta de X: “La agenda 2030 es totalitarismo. Damos la batalla cultural para dejar las ideas de la izquierda aplastadas que es donde deben estar. La izquierda no es adversaria. Es enemiga porque quieren someterte y robarte”.
Un día antes, Laje afirmaba de nuevo en esa misma red social: “¿Por qué seguimos fingiendo que es posible convivir con los zurdos? No es posible: ellos odian la vida, la libertad y la propiedad. Ellos son destrucción, caos y empobrecimiento. No son conciudadanos: son enemigos. Es hora de asumirlo.” La publicación contabilizaba dos millones de visualizaciones y 37.000 likes.
El vocabulario que utiliza Laje remite directamente a la teoría del amigo-enemigo de Carl Schmitt, el politólogo de referencia del nazismo. Al contrario que con el adversario político, con el enemigo no se puede debatir, ni siquiera convivir: es un peligro existencial para la nación, así que hay que someterlo a cualquier precio.
Si Schmitt es la referencia intelectual de Laje, su referencia práctica, como argentino, es el asesinato en masa de enemigos políticos por parte de la dictadura cívico-militar entre 1976 y 1982. También la junta consideró a los izquierdistas una amenaza existencial y el exterminio la única solución.
Dado que el genocidio se define como la eliminación de grupos por motivos de raza, religión, nación o etnia, solemos tomarnos menos en serio el vocabulario eliminacionista cuando el enemigo es político. Si Laje afirmase: “¿Por qué seguimos fingiendo que es posible convivir con los judíos?” saltarían las alarmas. Pero como simplemente propone acabar con los zurdos, no pasa nada.
A ochenta años del fin del Holocausto y con varios genocidios de experiencia, sabemos muy bien que el lenguaje no es inocente. Y que ningún crimen de lesa humanidad se comete sin antes haber deshumanizado al adversario. Por eso no hay que hacer ni una concesión a los discursos que privan al otro de su derecho a existir, vengan de la derecha o de la izquierda.
Hay dos cosas del discurso de Laje que resultan particularmente perturbadoras. En primer lugar, que habla de zurdos. El problema ya no son los comunistas, si no cualquiera en la izquierda, desde un tibio socioliberal al más furibundo revolucionario. La mitad de la población es enemiga.
En segundo lugar, el contexto en que se emite el discurso. No solo una cuenta de X (lo cual ya es grave, dado el alcance que tiene), sino un foro en el que se rodea de gente como Daniel Lacalle o Albert Rivera, que hasta hace poco se presentaban como liberales modélicos. Un foro al que acude la líder del PP madrileño para reunirse con el presidente de Argentina. No es una simple reunión underground de frikis ultras. Es un espacio donde se normalizan ideas y comportamientos.
Con el discurso eliminacionista de la ultraderecha no cabe la tolerancia. Pero tampoco cabe replicar su discurso desde el otro lado. No debemos caer en la tentación de recurrir al lenguaje deshumanizador contra quienes deshumanizan, porque sería tanto un fracaso moral como un fracaso político. Es darles la razón, dejar que nos arrastren a su mundo de odio. Y del odio no se puede salir odiando.

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