Opinión
Entre la fosa y la fruta
Por David Torres
Escritor
-Actualizado a
Hace una semana me preguntaba en estos mismos lares si la idiotez es la causa de la maldad o su consecuencia, un debate que se remonta a Sócrates, por lo menos, y en el que Abascal y sus correligionarios no dejan de aportar argumentos. Dudo mucho de que los principales jerarcas del PP me leyeran, pero no han querido dejar pasar la ocasión de acreditar su amplia experiencia en el tema. Por eso, para ir dando vidilla al nuevo curso político, Feijóo celebró una fiesta de cumpleaños en La Coruña con varios días de adelanto y varias décadas de retraso.
En efecto, aunque según los registros, Feijóo nació un 10 de septiembre de 1961, los audios del evento bien podían pertenecer a un centennial, es decir, a alguien nacido en la década de 2010, e incluso algo más adelante (los videos, ya tal). Lo cual explica que la renovación facial emprendida por Feijóo no se limita al tinte del pelo y a las gafas, sino que incluye también la decoración de interiores. Pese a las calvas, los michelines y las canas, la fiesta fue una apoteosis del ritmo, el karaoke y el descoco donde, la edad de los invitados parecía oscilar entre los cinco y los nueve años. Era como una secuela de Cocoon, sólo que en La Coruña.
Hablo desde la envidia, por supuesto, puesto que siempre me ha dado mucha la gente capaz de celebrar estos excesos etílicos sin ningún tipo de pudor, no digamos ya lo de enseñarlos en público, como si fuesen álbumes de fotos. Por lo visto, se trataba de un guateque improvisado en el que Feijóo, su mujer y sus acompañantes aprovecharon la actuación de una Big Band en la sala Garufa para ponerse a cantar a coro “mi limón, mi limonero”, una obvia referencia a cuánto les gusta la fruta. Al contemplar estos espectáculos, uno se pregunta si los asesores del PP tienen línea directa con Ferraz, con el zoológico de Guadalajara o con los hermanos Farrelly.
Otro que tal baila, sin necesidad de música ni coros, es Miguel Tellado, quien lanzó una de sus apocalípticas profecías mediante un lenguaje cuando menos llamativo: “Aquí podemos empezar a cavar la fosa donde reposarán los restos de un gobierno que nunca debió haber existido”. Dada la riqueza y la abundancia de sinónimos del castellano, Tellado podía haber empleado “tumba”, podía haber empleado “sepultura”, “hoyo”, “agujero”, “sepulcro”, pero él mismo ha confesado que no abre un libro desde hace años, una estricta dieta de incultura que no sabemos si lo habrá hecho mejor persona, pero que lo ha llevado a triunfar como el gran influencer político analfabeto de nuestra era. Y mira que la competencia estaba reñida.
Con Tellado, la compleja cuestión entre qué viene primero, si la maldad o la idiotez, toca fondo, ya que es difícil dilucidar si era consciente del daño que estaba haciendo al hablar de fosas en un país con docenas de miles de cadáveres esperando en la cunetas. El daño que estaba haciendo no a las víctimas, que eso a Tellado le importa tres mierdas, sino a su propio partido, porque incluso entre el nicho electoral del PP hay gente a la que esta gratuita alusión a las fosas puede significar el asco, la repulsa, la abstención e incluso el cambio de voto. Todavía tuvieron suerte de que a Tellado no se le calentara la boca y dijera que iban a cavar la fosa en una cuneta.
No hay que ser Talleyrand para comprender que la derecha gana en España cuando vira hacia el centro, aunque sea de mentira, ya que los forofos del franquismo son habas contadas. Con todo el aparato mediático a favor y un gobierno mellado y desgastado, los estrategas del PP se las arreglaron dos años atrás para perder unas elecciones prácticamente ganadas. Por lo visto, no tuvieron suficiente con la gilipollez del “Perro Sanxe” y hoy llevan el mismo camino de estulticia kamikaze cavando fosas metafóricas y llamando “hijo de puta” al presidente del gobierno. Qué le van a hacer, si les gusta la fruta.
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