Opinión
A que gana Trump
Por David Torres
Escritor
Hace sólo unas semanas las encuestas habían borrado del mapa a Donald Trump y ahora las mismas encuestas arrojan empate técnico entre ambos candidatos; otras le dan ganador por un punto. Es la grandeza de la democracia, que gana siempre quién la tiene más larga. La cola de votantes, se entiende. Pedro Sánchez desveló el otro día en una mesa de café el mecanismo oculto mediante el que funciona el gobierno del pueblo y para el pueblo; el juego de palancas y palabras, accionistas y grandes poderes que ponen en marcha el negocio. Stalin, que no era precisamente un demócrata, lo explicó mejor que nadie: “Basta con que el pueblo sepa que hubo una elección; los que votan no deciden nada, los que cuentan los votos lo deciden todo”.
Está feo citar a Stalin, sobre todo en referencia a un país que redujo la democracia a sus elementos esenciales: la alternancia incruenta de dos oligarquías en lugar del apoltronamiento de una casta directiva. La ventaja del sistema de relevos es evidente: aparte de la ilusión de libertad que da a sus súbditos, el barbecho permite que un partido se recobre tras el desgaste del poder mientras la alternativa toma las riendas. El bipartidismo suele ofrecer excelentes dividendos a sus participantes siempre y cuando respeten las reglas del juego democrático, el cual consiste en ofrecer espectáculo sin hacerse mucha pupa. Las acusaciones, los debates y las pugnas entre ambas fuerzas políticas (republicanos y demócratas, conservadores y laboristas, populares y socialistas) están tan trucadas como las llaves de lucha libre. Los polos opuestos se atraen no sólo en política.
Sucede, sin embargo, que a veces a los contrincantes se les va la mano y entonces peligra la vida del artista. En el circo de las elecciones estadounidenses esto sucede con más frecuencia de lo que se piensa y suele resolverse con el asesinato de un presidente. Trump empezó a pisar líneas rojas desde el momento en que cambió de caballo poco antes de iniciar su andadura electoral, revelando -por si aún quedaran dudas- qué poca diferencia hay en realidad entre republicanos y demócratas. Total, a él le da lo mismo sobre qué montura entrar en la historia, pero no podía enfrentarse únicamente con dinero al aparato de un partido dominado por la dinastía Clinton.
Tras una intempestiva campaña en que arremetió contra inmigrantes, mexicanos, musulmanes y lo que se le pusiera por delante, demostró no sólo que la era de la corrección política terminó hace ya mucho sino que los miles de analistas políticos que lo han dado por muerto no tienen la menor idea de qué va la vaina. Mucha gente piensa que Trump es un peligro, y no les falta razón, pero cabría preguntarse qué clase de bondades conciben en una mujer implicada, entre otras muchas vergüenzas, en el sanguinario golpe de estado en Honduras. Con las denuncias de índole sexual contra Donald Trump la pelea de golpes bajos tocó fondo: venían caducadas, adulteradas y con años de retraso. No dejaba de tener gracia que se acusara de machista y pervertido a un bocazas irredento por un comentario privado cuando quien lanzaba la acusación era la sufrida esposa de un presidente que resultó, a todos los efectos, una polla con corbata. Y que llegó a asegurar que una felación no podía considerarse sexo.
Después del brexit y del no a la paz en Colombia, una inesperada victoria de Trump podría abrir el tercer sello del apocalipsis si no fuese porque la otra opción tal vez significaría la apertura del último. Para terminar de arreglar las cosas, el profeta Michael Moore entró en liza la semana pasada prestando su apoyo a Hillary Clinton y estrenando un documental contra Trump que promete ser una auténtica bomba. La última vez que hizo algo parecido le dio la presidencia a George Bush en bandeja de plata.
Comentarios de nuestros socias/os
¿Quieres comentar?Para ver los comentarios de nuestros socias y socios, primero tienes que iniciar sesión o registrarte.