Opinión
Menos inocentes, menos locas

Por Marta Nebot
Periodista
¿Quién es inocente? ¿Eres inocente? Si respondes que sí, quizá eres demasiado joven. Yo también lo fui.
No llegaba a tener veinte años cuando un presentador muy conocido y respetado me acorraló en un pasillo de una televisión y puso su cara a menos de un palmo. Me dijo, a modo de piropo: “Tienes cara de mujer de otra época”; mientras la enmarcaba entre sus dos robustos brazos y me miraba lascivo. Aquel señor, que me triplicaba la edad, no me gustaba ni un poco y no sé qué contesté, pero supongo que mi cara de antigua translucía un susto muy viejo. No hizo nada más. Se fue entre risas, tan contento. Yo me quedé temblando y no volví más a ningún pasillo solitario.
Después de aquello me rapé la cabeza y me hice novia de un cámara. Me puse lo más lejos que pude del mercado. Solo quería trabajar y que me dejaran en paz. Funcionó un poco.
Poco después, un año o dos, estaba en otra televisión más glamurosa. Trabajaba en la redacción de Lo + Plus, un programa de entrevistas mítico por el que pasaba la crème de la crème cultural, en particular del cine mundial porque, en esa cadena de pago se estrenaban las mejores películas, antes de que nacieran las plataformas digitales varias.
Hacíamos turnos para acompañar en la sala VIP al invitado o invitados de cada día. A quién le tocaba los recibía, los acompañaba a maquillaje, los acomodaba en un saloncito decorado a lo Almodóvar y compartía jamón, sandwichitos y alguna bebida. Era la idea de entonces de la cortesía y la diplomacia. Aprendí mucho de aquellos encuentros. Mucho. En las distancias cortas, en un buen small talk prolongado, tod@s contamos muchísimas cosas a alguien dispuesto a aprehenderlo todo.
En una de esas coincidí con Jean-Louis David, “el visionario de la peluquería”, según dice todavía hoy su página. Este otro señor, que también me sacaba varias décadas, fue muy simpático y correcto. Le gustó mi look rapado. Él, que había inventado el corte a capas, que había liberado a las mujeres de los rulos, me dijo que me quería cortar el pelo y fotografiar, que me veía para su próxima campaña. Entonces vivía en una isla propia y era el dueño de la franquicia de peluquerías más grande del mundo. Dejó más de 1.000 centros de belleza en 15 países, 110 en España, cuando murió en 2019 a los 85 años. Al término del programa, lo acompañé al coche de producción, como siempre hacíamos, ilusionada con su propuesta. Parecía profesional y podía sacarme del piso sin calefacción en el que vivía. Al ir a darle dos besos de despedida, me susurró en la oreja el número de su habitación en el Hotel Palace. Fue como una bofetada. No fui y seguí unos años más pasando frío en la ducha.
Cada vez que veo una de sus franquicias, una foto de una mujer hermosa con su marca, pienso en qué hotel vendió su inocencia, en cuántas inocentes siguen yendo a esas peluquerías a que las pongan guapas.
Antes que eso, cuando tenía catorce años, el padre de una amiga me agarró las tetas de sopetón, durante unas vacaciones que pasaba con ella y su familia en su casa de veraneo, lejos de la mía, en mitad del campo. Fue un shock, como si me hubiera dado una corriente eléctrica. Nadie me había puesto nunca la mano encima, ni siquiera yo misma. Su mujer y sus hijos estaban en la habitación de al lado. Yo había estado haciendo de periodista sin saberlo, había estado entrevistándolo y entrevistándolo porque aquel señor tenía un trabajo aventurero. ¿Me acerqué demasiado? ¿Me malinterpretó? ¿Qué quería? Nunca encontré respuestas para esas preguntas. Sí para las que vinieron a continuación. Me las hice mientras me hacía pasar por enferma, encerrada en una habitación a oscuras, con mi amiga y su madre trayéndome sopita. Me respondí que no se lo podía contar a nadie por amor a mi amiga y a su madre -a las que tenía y tengo tanto cariño-. Aquel episodio nos distanció -claro-.
Los incidentes -de este tipo- que me ocurrieron después de éstos no los recuerdo tan bien. Son varios. Pero ya no me marcaron igual porque ¿dejamos de ser inocentes?
El caso es que estos hechos menores resurgieron en terapias varias -donde tuve que reordenarlos y tratarlos- y me dan la medida para calibrar los de la señora que se ha atrevido hace poco a contar lo que le hizo hace cuarenta años el ídolo de la transición, uno de los pocos que le quedaban a la patria. No habrá juicio, ni sentencia, ni pena. Pero gracias a su valentía y a su largo proceso de curación que ahora culmina, iremos a su aeropuerto -como a las peluquerías de otro- sabiendo más sobre qué fueron y qué no, haciendo justicia a la realidad.
Y para saber algo más de inocentes y de hacer justicia, aunque solo sea a la verdad, ahí está No estás loca, el documental de María Bestar sobre violencia vicaria, sobre violencia de género, sobre violencia institucional, sobre inocentes abandonados por nuestro Estado.
No estamos locas, no, ni tampoco tan solas. Menos mal.
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