Opinión
Jane Goodall, una inspiración para la esperanza

“No me jubilaré hasta que el mundo esté a salvo”. La frase es de Jane Goodall, la famosa científica británica que a sus 91 años seguía dando la vuelta a un planeta a que se empeñó en dar una oportunidad para corregir los errores de los humanos. Me la recuerda Federico Bogdanowick, director general del Instituto Jane Goodall en España, esa entidad que creó la primatóloga hace casi medio siglo cuando comprendió que no bastaba con estudiar a nuestros parientes cercanos, que había que preservar sus bosques, a sus especies compañeras, y que en ello la divulgación y la implicación de los jóvenes iba a ser fundamental.
Si algo tenía Goodall, además de una asombrosa capacidad de comunicar emocionalmente con el resto de los humanos, era esa incansable energía que escondía su cuerpo menudo, esa fortaleza que se ocultaba tras su aparente fragilidad de nonagenaria. En lo que va de año, había visitado 28 países, algunos varias veces, llevando ese mensaje conservacionista que tanta falta hace en un momento en el que la destrucción impera, por mucho que se firmen acuerdos internacionales que a menudo acaban en papel mojado. “Juntos podemos salvar el mundo”, la escuché por última vez en directo, delante de cientos de niños, en la isla de La Palma la pasada primavera. Desde 2024, era la madrina del Starmus Festival, ese evento científico y musical que reúne a premios Nobel y especialistas bajo un gran paraguas que aglutina ciencia y cultura. En la edición del año pasado, en Eslovaquia, recibió la Medalla Stephen Hawking que otorga este festival y desde entonces quedó ligada a él. Fue testigo de cómo se emocionó al ver el impresionante recinto Incheba de Bratislava en pie para recibirla.
En La Palma de nuevo nos lanzó su mensaje de esperanza (“Si vencimos a los nazis, esto también lo conseguiremos), nos habló de su desasosiego ante el genocidio de Gaza, que no la dejaba dormir y nos compartió ese relato de la vida que encontró en el corazón de África, entre los simios, un camino que la llevó a ser un referente y que, por desgracia, ha dejado un agujero que será difícil llenar con una credibilidad tan apabullante. "Ella querría que nos repusiéramos y continuáramos con su legado, así que tras las lágrimas nos levantaremos más fuertes. Su espíritu e inspiración son inmortales", asegura un devastado Bogdanowick desde Senegal, donde el Instituto trabaja en la rehabilitación de chimpancés sacados de su hábitat, siguiendo el modelo de las instalaciones que tienen en el Congo, dirigidas por la española Rebeca Atencia. A Gombe (Tanzania) donde llegó una jovencísima Jane en la década de 1960 con una extraña misión: averiguar el comportamiento de esos chimpancés tan parecidos a los restos fósiles de primitivos humanos que se estaban encontrando en África oriental.
No era una científica al uso, de la academia. Su sabiduría se forjó a fuerza de pasar horas, días, meses, años observando esa naturaleza donde llegó a integrarse como pocos antes que ella. Y así nos descubrió que los chimpancés hacen herramientas, que se emocionan como nosotros, que se organizan socialmente y cada uno tiene su personalidad. Les puso nombre para acercarlos a nosotros, y por ello el mundo de la academia se la echó encima, minusvalorando su trabajo bajo la premisa de que los ‘humanizaba’. Le costó mucho tiempo y esfuerzo que se reconociera su valía en ese mundo que era tan cerrado y machista.
Aún recuerdo cuando vino a España a inaugurar el centro de rescate y rehabilitación de primates y otras especies Primadomus, en Villena (Alicante), allá por 2009. Un lugar al que poder llevar a esos seres maltratados, enjaulados, convertidos en espectáculo de circos que tanto dolor da ver entre rejas, condenados a cadena perpetua.
A Jane, que siempre llevaba un colgante de África al cuello y a su mono Mister H en brazos, le hubiera gustado saber que, por fin, alguien en el Gobierno de España mueve estos días ficha por los grandes simios en esas condiciones. Ya en 2008, el Congreso dio vía libre a una Proposición No de Ley de Grandes Simios para reconocer sus derechos, tras una recogida de cientos de miles de firmas, y en 2023 se incluyó en la Ley de Bienestar Animal que debía presentarse una propuesta para hacerla realidad en tres meses.
Solo ahora, dos años después, se ha anunciado que un ministro, Pablo Bustunduy, se reunirá en los próximos días con las organizaciones promotoras (Proyecto Gran Simio y Fundación Animal Guardians) para hablar del tema. El borrador elaborado recoge que se prohibirá utilizar a grandes simios en anuncios y espectáculos, pero sobre todo se impide su cría en cautividad en zoológicos, un negocio que perpetúa su situación de esclavitud para unos animales que la ciencia ha demostrado que piensan, se comunican, transmiten conocimientos y tienen diferentes 'culturas' o formas de actuar según donde habitan. En definitiva, lo que algunos conservacionistas consideran tratarlos como “personas no humanas”.
El anuncio se produce apenas unos días después de que gran parte del mundo llore la pérdida de Jane, una convencida contra el catastrofismo que paraliza, una mujer-vacuna contra quienes prefieren rendirse en vez de trabajar en busca de soluciones posibles. “Cada uno de nosotros tiene un impacto cada día y debe tomar una decisión sobre qué tipo de impacto va a tener en el mundo”, nos dijo en abril en Canarias. El suyo, sin ninguna duda, ha marcado una huella que no puede borrarse.
Falleció de noche, cuando dormía en otra habitación de paso, en California. Con su compañero Mister H a su lado.
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