Opinión
Para no leer bien a Hemingway
Por David Torres
Escritor
-Actualizado a
Este fin de semana el mapa se ha puesto a rebosar de manifestaciones y la del viernes en Barcelona estuvo a punto de desgarrarlo. Claro que se trataba precisamente de eso. La geografía, igual que las manifestaciones, se mide desde arriba, a ojo de buen cubero, y por eso casi nadie se pone de acuerdo en cifras y magnitudes. Por ejemplo, cuando yo era un niño, hace ya cuatro décadas, se decía en los libros de la asignatura que España tenía la forma de una piel de toro, una comparativa que ya demostraba el modo de hacer ciencia en este país: despellejando animales. Como no había manera de comprobar la metáfora peletera, la cultura española siempre acababa poniéndote delante de un toro despanzurrado. Aunque sólo fuese para leer bien a Hemingway.
Cuando yo era niño, España en los mapas tenía cara de vieja con un pañuelo en la cabeza, que era Galicia, un cuello escurrido en Cádiz y una oreja a la plancha a la altura de Valencia, pero el parecido se difuminaba en cuanto uno caía en la cuenta de que la nariz ganchuda caía exactamente en Portugal. A Portugal lo incluían en los mapas un poco por nostalgia, un poco por proximidad, para recordar que los dos países en el pasado fueron uno y que algunos todavía lo echaban de menos, igual que pasa hoy con Cataluña, que en el presente aún es España y que muchos la echan de más. Puede que ya no tenga nariz, pero vieja sigue siendo un rato vieja, cosa que enorgullece incomprensiblemente a algunos y que enfurece absurdamente a otros.
El domingo en la Puerta del Sol, en Madrid, un montón de gente protestaba por la animalada de Tordesillas, consentida y aplaudida por el PSOE de Pdr Snchz que ha dicho sobre el Toro de la Vega lo mismo que dijo Felipe de la OTAN: de entrada no. Felipe (inventor de ese psocialismo con vaselina que te la mete doblada y luego reparte la píldora del día después de las elecciones) apadrinó la fiesta nacional para volver a unir el mar rojo de la izquierda y la derecha: una forma de hermanar a los españoles en el ancestral rito de ver cómo revientan vivo a un mamífero. Aunque sólo fuese para leer bien a Hemingway.
Los defensores de la fiesta no acaban de comprender que un montón de gente se manifeste por la vida de un toro, quizá porque no se manifiestan únicamente por esa razón sino por la burrada que supone elevar a la categoría de espectáculo artístico una sanguinaria salvajada. Para compensar tanto ecologismo, el viernes unos cuantos falangistas montaron su anti-Diada particular frente a la librería Blanquerna, y al verlos vociferar no era fácil saber si odiaban más la bandera catalana o los libros, el idioma da igual. Muchos intelectuales orgánicos, empezando por Antonio Burgos, compartieron el hastag #yotambiensoyfascista para denunciar la salvaje agresión contra una candidata de Vox en Cuenca, aunque no hacía falta que lo dijeran: ya lo sabíamos. Básicamente porque no les hemos visto compartir un hastag similar, pero de ideología contraria, que señalizara las brutales agresiones de tantos y tantos políticos, simpatizantes o simples viandantes que han tenido la desgracia de cruzarse en su camino con un español del Paleolítico. Desperdiciaron una oportunidad más la semana pasada, cuando un muchacho reveló la brutal agresión que habían sufrido él y su novia, dos veces, por parte de una tribu falangista de Atapuerca que acampa cerca de Príncipe Pío y lo mejor fue la solución que le dio la policía: "¿Por qué no van por otro sitio?" Es lo que están pensando unos cuantos millones de catalanes, aunque sólo sea para no leer bien a Hemingway.
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