Opinión
Los maricones tampoco bailan
Por David Torres
Escritor
-Actualizado a
Hay muchas cosas que no entiendo de la Feria de Abril y la primera es que se celebra en mayo. Aunque provengo de varias generaciones de andaluces, los genes no me alcanzan a tanto como para sumarme a esta exaltación de la ganadería, el alcoholismo, el clasismo y el folklore de lunares que fundaron entre un catalán y un vasco y que casi siempre se festeja con retraso. El domingo, sin ir más lejos, a mi amigo, el novelista Iván Reguera, se le ocurrió colgar en su muro de facebook una foto de un caballo reventado delante de una de las casetas (curiosamente del PP) y, mientras estábamos comentando la jugada, saltó una defensora acérrima de la tradición asegurando que no teníamos ni puta idea de nada.
Durante unos momentos la discusión llegó a los derroteros intelectuales de la lucha entre norte y sur, revitalizando todos los tópicos convenientemente explotados en Ocho apellidos vascos. Siempre que se habla de tópicos, recuerdo la lección de uno de mis profesores de la facultad al rebatir a un estudiante díscolo que aseguraba que el tópico era un invento medieval ya pasado de fecha: “Señor mío, el tópico de su discurso es que el tópico no existe”. El de la Feria de Abril, por ejemplo, es una rancia empanada de fino, pescaíto, sevillanas y borracheras, pero como se te ocurra señalarlo te dirán que hablas porque nunca has estado allí. El de testigo presencial es un argumento muy socorrido que lo mismo se usa para la Feria de Abril que para Corea del Norte, la matanza del día de San Valentín o el Holocausto.
Aparte del maltrato de oídos, hígados y animales de cuatro patas, la Feria del Abril es célebre por diversos episodios de homofobia rampante. En la historia reciente ya ha habido varias parejas de homosexuales que, durante unos momentos de perturbación alcohólica, se pensaban que estaban en el siglo XXI. Hace tres años, José Carlos Iglesias y Juan Carlos Cabezas se pusieron a bailar sevillanas unisex y el dueño de la caseta les echó a patadas. “Aquí no bailan maricones” farfulló el buen hombre, muy ufano de defender su territorio (los Donantes de Flores de la Virgen de la Macarena) ante el cerco de la modernidad y las leyes constitucionales. Fue una versión andaluza de aquella anécdota brutal que dio título a una novela de Norman Mailer, cuando el jefe de la mafia Frank Costello iba ordenando por turnos a sus hombres que bailaran con su novia, una rubia despampanante. Al final le tocó la rubia al campeón de los pesos pesados, Rocky Marciano, y la mujer se le arrimó a la oreja para susurrarle: “Por favor, pídele a Frank que baile conmigo”. El boxeador lo hizo y obtuvo esta respuesta mítica: “Los hombres duros no bailan”.
Los maricones, en las casetas de la Feria de Abril, es mejor que bailen juntos en el armario tradicional, entre los chistes de Arévalo y los de Chiquito de la Calzada. Cerca de la Virgen de la Macarena únicamente debe haber gente de orden, por ejemplo, el general Queipo de Llano, el famoso locutor de radio de la guerra civil que ordenó que le dieran doble ración de café a García Lorca. Otro que bailaba.
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