Opinión
Mazón como esperanza

Por Marta Nebot
Periodista
Todavía vivo incrédula la dimisión de Carlos Mazón. No termino de creérmela. En el año transcurrido desde aquel fatídico 29 de octubre, la pedí, la rogué y la exigí en todas las tertulias; pero pronto dejé de creer que fuera posible conseguirla.
Cuando vi y escuché por televisión su bochornoso discurso de despedida, no me enteré de lo que decía. Dijera lo que dijera, se iba.
Por eso, después de darle algunas vueltas más, después de ver y escuchar a las víctimas que siguen relatando con sencillez esta negligencia criminal en todos los foros que las invitan, he sacado conclusiones sobre qué ha hecho posible que lo imposible ocurriera y me ha nacido una esperanza distinta.
El jueves volvió a pasar —por eso quizá caí en la cuenta—. Toñi García, que perdió a su marido y a su hija en la DANA maldita, doblegó a los diputados de la derecha y de la ultraderecha que no aplaudían a ninguna víctima tras sus intervenciones en la comisión de investigación del Congreso. Algunos dicen que rogó. Yo creo que inteligentemente persuadió y consiguió lo que quería.
César Sánchez, el portavoz de los populares en la citada comisión, había justificado así lo injustificable, en las jornadas anteriores en las que los diputados del PP y de Vox presentes miraron al infinito mientras los demás diputados arropaban a las víctimas: "El mayor y más cariñoso aplauso que podemos darle es el silencio, porque en el silencio reside el respeto".
Toñi, después de haber compartido su realidad desgarradora, su sufrimiento eterno, les forzó suavemente a salir de su insultante silencio haciendo pedagogía: "Si de verdad lo sienten, si de verdad están con nosotros por la verdad, por esa justicia, por esa reparación, les pido que una vez me vaya de aquí, aplaudan todos ustedes, solo así entenderé que mi presencia aquí, mi dolor, haya valido la pena".
Entonces el diputado de Vox, Ignacio Gil Lázaro, se sumó al aplauso de los demás grupos parlamentarios y los del PP le siguieron, tras confirmar que su aliado claudicaba ante la elocuencia, la lección, la lógica aplastante de una mujer que lo ha perdido todo y se atreve a pedir con calma y sin rencor el cariño mínimo que merece de los representantes de todos.
Entonces lo vi claro. En el triunfo de Toñi estaba la respuesta a lo que la semana pasada me preguntaba aquí mismo: "¿Por qué Carlos Mazón, con 229 ahogados encima, está al borde del precipicio e Isabel Díaz Ayuso, con 7.291, nunca lo estuvo?".
Sin duda, estas víctimas han tenido más foco que las otras. Sin duda también, el procedimiento judicial escrupuloso y elegante —que están llevando a cabo la jueza de Catarroja, Nuria Ruiz Tobarra, y la Audiencia Provincial de Valencia— ha mantenido y acrecentado ese foco. Pero el resultado, el quid de la cuestión, es que la opinión pública, más allá de sus votos, se ha decantado hacia el lado de las víctimas.
La encuesta de GAD3 para ABC, publicada el 27 de octubre, a dos días del aniversario y del funeral de Estado, bajo el título "El 75% de los valencianos cree que Mazón debe dimitir", fue crucial.
"Los valencianos dictan sentencia" era la primera línea de la noticia que este diario conservador publicaba sobre dicha encuesta, oportunamente encargada para esa fecha. Además, reconocía que "el 61% de los electores populares también son partidarios de que el president renuncie a su cargo".
Es decir, las víctimas y algunos medios han conseguido sobrevolar la polarización en este caso. Han logrado que la dimensión humana y la dignidad se impongan a la locura de los dos bandos a toda costa, aun defendiendo lo indefendible.
Por eso me parece importante, trascendental incluso, dar las gracias a los votantes populares que con su dignidad han hecho también posible lo imposible. Han logrado lo que en otras partes de España, en otros momentos, no se logró.
La dimisión de Carlos Mazón recupera parte de la dignidad perdida por la política valenciana, la nacional, la política en general, la Política con mayúsculas.
Los valencianos unidos han forzado la dimisión de un presidente indigno para todos los valencianos, independientemente de lo que hubieran votado, y así devuelven la esperanza en nuestra convivencia, en nuestro país, en nuestra democracia.
Otros, como los madrileños, vamos asumiendo con cierto resentimiento y dolor social otra injusticia imposible de digerir cuya indigestión nos acompañará hasta los restos. Dicho menos grandilocuente, nuestros 7.291 ahogados —abandonados a su suerte sin asistencia médica, en soledad, en nuestras residencias de ancianos— sin investigación, ni reparación, ni justicia, serán parte imborrable de nuestra memoria política, votemos lo que votemos.
Todavía quedan algunos pocos familiares peleando en los tribunales por ellos, sobreponiéndose a archivos judiciales ignominiosos. Ojalá esta nueva esperanza nacida en Valencia les dé aliento para seguir luchando por algo de justicia, para que la crueldad de Madrid con nuestros mayores no llegue a ser infinita, para que su olvido no nos siga haciendo cómplices a todos.
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