Opinión
Miguel Bosé y Carlos Jesús son la misma persona

Por David Torres
Escritor
-Actualizado a
A raíz de sus últimos conciertos en México, hay publicaciones que afirman que Miguel Bosé se encuentra en plena decadencia, que apenas puede cantar, que apenas puede bailar, que se escuda tras un coro y que utiliza el playback. Quienes lanzan esas injurias gratuitas y contradictorias olvidan que no puede haber decadencia donde antes no hubo esplendor y que el deterioro artístico de Bosé empezó mucho tiempo atrás, más o menos la primera vez que se arrimó a un micrófono. Hay cantantes gloriosos -Robert Plant, Ian Gillan, Jon Anderson- que, al filo de los 80, han perdido algo de brillo y de potencia, pero con 69 años encima Bosé engola, expectora y desafina igual que a los 18. Como le dijo Borges a un insensato que se atrevió a pedirle que leyera un manuscrito inédito: “Su novela, joven, decae al principio”.
Por diversos problemas de salud, en los últimos años este engolamiento marca de la casa se ha extendido de los escenarios a las entrevistas y ahora ya no hay manera de saber si Bosé está hablando, bostezando, cantando uno de sus bodrios o simplemente pensando en voz alta. Por las chorradas que dice, podría ser cualquier cosa, incluso las cuatro a la vez. En su reciente entrevista con Pablo Motos (otro experto en dar el cante), explicó que sus problemas vocales venían de una infección en una muela y que pudo recobrar la voz gracias a un novedoso tratamiento en células madre en una clínica de Lyon. La recuperación, efectivamente, ha sido milagrosa porque la voz suena prácticamente igual que antes: muy poquita y muy desagradable.
Es esperanzador que, por una vez, Bosé haya decidido recurrir a la ciencia cuando en plena pandemia aseguraba que el coronavirus era un invento de los multimillonarios psicópatas de Davos, quienes, mediante el engaño de las vacunas, se dedicaron a implantar microchips en la sangre para controlar a la población mundial. Con declaraciones por el estilo y una voz que por ahí le andaba, Carlos Jesús forjó una notable carrera de profeta, vidente y curandero que empezó también cuesta abajo: “Al mundo vendrán, dentro de poco, trece millones de naves de alguna confederación intergaláctica, de Ganímedes, de Orión, de Raticulín, de Alfa, de Beta…”. A esta parida demencial le pones un par de rimas y una música de mierda y te sale una canción de Miguel Bosé pero clavada.
Por desgracia, Carlos Jesús abandonó esta dimensión terrenal el pasado enero, aunque la noticia de su fallecimiento no trascendió hasta pocas semanas atrás, coincidiendo con el retorno de Bosé a los ruedos. Nunca habíamos reparado en las semejanzas entre ambos personajes, semejanzas que en los últimos tiempos ya eran más que sospechosas y que se están contagiando al vestuario. Conspiraciones mundiales y chirridos vocales aparte, uno y otro comparten la creencia de que dentro de ellos habitan diversas personalidades: Miguel Bosé ha confesado que por un lado está Bosé y por el otro Miguel, mientras que Carlos Jesús albergaba al menos otros dos alter ego, Micael y Crístofer.
Hay quien dice que, del mismo modo que Carlos Jesús vio a Jesucristo en una churrería tras sufrir una descarga eléctrica, los desatinos verbales de Bosé son culpa de sus pasados excesos con las drogas. Sin embargo, Bosé venía así de fábrica, ya que fue su crianza en una de las familias privilegiadas del franquismo, entre colegios de señoritos y estancias a todo tren en el extranjero, la que le impidió enterarse de cómo se vivía de verdad en la España de los setenta, donde la libertad consistía básicamente en callarse. Por no enterarse, ni se enteró de que en México iban más de trescientos mil muertos por el coronavirus y siete millones y medio de infectados gracias a que vive en una mansión de lujo, impermeable a la realidad, a la vergüenza y al sentido común. Cantar, cantará poco, pero anda que no tiene mérito seguir siendo niño de papá a los 69 años.
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