Opinión
Ojalá mi papi se apellidara Aznar

Por Israel Merino
Reportero y columnista en Cultura, Política, Nacional y Opinión.
-Actualizado a
La prensa económica, ya lo sabéis, es mi particular porno BDSM. Me erotiza, me asusta, me hace sentir culpable y me obliga a disfrutarla sin entender del todo lo que veo; son los jeroglíficos mágicos de mi tiempo, en ella me pierdo y por ella me pierdo en lúgubres caderas de apellidos compuestos; me hace disfrutar y cabrearme; la odio y la amo; me pone tensos los gemelos.
El lunes, en mi recorrido diario por sus chulas páginas, me encontré un artículo sobre Azanr Jr; el titular llamó mi atención precisamente por eso, porque se refería al hijo del expresidente Aznar y la exalcaldesa Botella, Alonso Aznar Botella, como Junior: tiene nombre de segundón de Los Soprano, de pivot cutre de los Nets – o de los Clippers, que quizá es hasta peor –. Comedia fina, panda.
En el artículo, contaban que el nepobaby supremo se había aliado con varios empresarios catalanes para montar un negocio de pisos turísticos; según la información, el hijo del presidente más liberal desde Adán y Eva había encontrado un hueco en el mercado y pretendía ofrecer un servicio híbrido entre apartamentos y hoteles para todos los indecisos entre lo uno y lo otro: que alguien le ponga una plaza en Chamberí, que el chaval acaba de inventarse los apartahoteles.
Uno, que es cínico y un poco puto, a veces duda de la meritocracia y el libre mercado – qué loquito estoy, soy el Joker de Madrid Sur –, pero vuelve a zambullirse en el redil de la sana competencia neoliberal cuando lee noticias así de halagüeñas. Tío, solo es el hijo de un expresidente del Gobierno de España y una exalcaldesa de Madrid, es obvio que todo lo conseguido es fruto de su esfuerzo y méritos. ¡Que son liberales, coño!
Por si acaso, me gustaría vivir un par de años la experiencia de apellidarme Aznar solo por ver qué pasaría; jolín, en cuanto acabe esta columna, bicheo en la UNED a ver si hay algún grado en Herencia de Capital Económico y Social. Me encantaría apellidarme Aznar, sí; podría ir a capeas y vestir Gucci como si fuera Joma y columpiarme de consejo de administración en consejo de administración gracias al brutal talento que el apellido me brindaría. Algo que se tiene poco en cuenta cuando hablamos de heredar apellidos es que te blindan: te dan seguridad, te quitan el síndrome del impostor, te hacen sentir el puto amo.
¿Pero sabéis que sería lo mejor? Que podría tener un hijo maravilloso al que regalar mi apellido que, en las noches largas, cuando cayeran truenos al fondo de Núñez de Balboa y el cielo se pintara del amarillo de las colmenas, se acercaría hasta mi cama, solo de pensar en sus piecitos haciendo ruidos blancos en el parqué se me cae la baba, y me desarroparía con sus manos tan chicas como cucharas y me diría, clavando en mis pupilas tristes sus ojos azabaches: papi, tengo miedo, no puedo dormir, ¿y si montamos una socimi?
Me sentiría orgulloso, claro que sí.
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