Opinión
Pedro Sánchez en 'Falcon Crest'

Periodista
-Actualizado a
En los últimos años, la política española ha adquirido el aspecto sospechoso de una reposición de Falcon Crest: hay giros de guion infartantes, traiciones puñaleras y paladas de melodrama, pero el decorado se mantiene intacto y los personajes principales apenas cambian. Por si no fuera bastante, la prensa oficial y sus satélites contribuyen con todos los ingredientes de un folletín extenuante y sobreactuado. Que no falten los jueces, los policías, los chivatazos vestidos con el traje honorable de la filtración. Hay dinero sucio en manos sucias. Tramas de ambición. Capos que se van de rositas y pringados que pringan hasta las trancas.
La semana pasada, cuando reventaron las grabaciones de Ábalos y Cerdán, parecía que el viejo mundo iba a acabarse y que un mundo nuevo estaba a punto de empezar. Se rompía el huevo cósmico. Se detonaba el Big Bang. La derecha, que venía de ensayar su coreografía en la Plaza de España, se rasgaba la camisa. La izquierda dibujaba un punto y aparte en la legislatura y pedía un reseteo o maldecía la podredumbre del bipartidismo y le cantaba a Sánchez las cuarenta. Depende. Izquierdas hay muchas y no todas dicen lo mismo. No faltaron agoreros que daban ya por roto el juguete, se acabó, hasta aquí hemos llegado.
No es que la cosa se haya ido reposando, sino que el tiempo nos ayuda a tasar el alboroto en perspectiva. Pensemos, por ejemplo, en algunas de las voces más ruidosas que han reclamado la cabeza del presidente. Lo ha hecho Núñez Feijóo, por ejemplo, pero lleva haciéndolo tanto tiempo que ya es imposible no tomarlo a cachondeo. En primera línea de combate estaba Antonio García Ferreras, que se siente una voz autorizada contra la corrupción, como si nunca hubieran trascendido aquellos audios que lo comprometían como tentáculo de las cloacas. “Estoy desatado”, decía Pablo Motos mientras exigía un adelanto electoral con dos hormigas de peluche entre las piernas. En fin.
Sánchez, que tiene más vidas que un gato vagabundo, ha dicho nanay de la China a unas nuevas elecciones porque no está el patio para andar regalando la Moncloa a los ayusos y los abascales. El argumento sirve para un roto y para un descosido, pero hasta ahora le ha ido a las mil maravillas. Después de todo, su partido rebrotó con savia nueva después del bochornoso guirigay que se montó en Ferraz hace apenas ocho años. Ya nadie recuerda a Verónica Pérez, la muchacha que atendió a la prensa al grito de "yo soy la única autoridad en el PSOE". En Andalucía, tirando del hilo, ya nadie parece echar de menos a Susana Díaz por mucho que ahora la derecha la vindique.
Hace tiempo que nuestros políticos más astutos lo fían todo a la amnesia. Y funciona. Solo en España un partido tres veces condenado por corrupción se atrevería a encabezar las demandas de integridad y transparencia. Un partido que sacrificó a su presidente por haberse permitido criticar el nepotismo de una baronesa autonómica. Que reemplazó al presidente caído por un tipo cuya amistad con un capo del narcotráfico es de dominio general. Los padrinos de la Gürtel, la Púnica, Lezo, Nóos, Bárcenas y Palma Arena fueron la fuerza más votada en las elecciones de 2023. Si la mierda no castiga al PP, piensa tal vez Sánchez, ¿por qué habría de castigar al PSOE?
“Nadie me sacará de mis tierras”, dice Angela Channing en Falcon Crest. Pero claro, los dominios del presidente son precarios, en derecho de usufructo y compartidos con muchos otros titulares. Eso sí, Sánchez tiene derecho a agotar su mandato contra viento y marea a no ser que el PNV o Junts cambien a última hora de bando y se sumen a una moción de censura junto a la ultraderecha voxera, algo tan improbable como insostenible. A la incapacidad de liderar el cambio, Borja Semper lo llama “principios”. “Somos incapaces de convencer a cuatro diputados para que nos aprueben una moción de censura porque tenemos principios”. No gobiernan porque no quieren.
El aislamiento de la derecha es una ventaja para Sánchez. Pero eso no quiere decir que tenga el camino asfaltado de aquí a que se agote el mandato. Lo peor de los charcos turbios es que se vuelve complicado adivinar su profundidad. Quién sabe hasta dónde y hasta quién alcanza una trama que apesta a corrupción sistémica y a antiguo régimen, a políticos de cazo y talonario, a asesores aprovechateguis y a empresarios acostumbrados a cerrar contratos con los huevos encima de la mesa. La vieja mona que impugnaba el 15-M se vistió de seda con recambios de postín, nuevo rey, nuevas caras dirigentes, nuevas siglas, que cambie todo para que todo siga igual.
Si los hechos transcurren de acuerdo al manual de resistencia, los votantes más acérrimos del PSOE pueden dormir tranquilos al menos hasta 2027. A su izquierda, sin embargo, hay votantes que no encontrarán mucho más recurso que las lágrimas. Porque las reformas de Sánchez son casi siempre insuficientes y de menor alcance que lo prometido. Porque se abunda en la senda del militarismo. Porque reaparecen los mismos trapicheos clientelares contra los que se prometió luchar. Pero el llanto se acentúa al mirar al otro lado y ver una alternativa de franco retroceso y corrupción al cuadrado. Virgencita, virgencita, sácame de Falcon Crest.
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