Opinión
Rayas, zanjas, jamones

Por Israel Merino
Reportero y columnista en Cultura, Política, Nacional y Opinión.
-Actualizado a
Todavía resuenan en La Sagra Alta, comarca vecina de la de mi familia, los guturales de Andy y Lucas y Falete. Debían ser mediados o finales de 2007; el aire olía a palés de champagne, dinerito húmedo y recalificaciones en el puticlub de Mérida; era el fin de una fiesta, de un ciclo intenso, que un señorcito llamado Francisco Hernando Contreras quería alargar a toda costa. Y tenía un plan, claro: una urbanización con su nombre, anda que era chiquitita la megalomanía, que acogiera casi catorce mil casas en Seseña, un pueblillo de Toledo que ni rozaba los dos mil habitantes.
Para inaugurarla, montó una juerga en su recién estrenada obra – aunque todavía no hubiese luz ni agua corriente para los escasos habitantes, detallitos nimios – a la que invitó a más de diez mil personas; había jamones de pata negra por cientos, según cuentan los testigos del sarao, y en las puertas de los baños portátiles se formaban colas inmensas de farloperos que querían metérselo todo en aquella fiesta en honor a Paco El Pocero, como en verdad llamaban a Francisco Hernando Contreras. Mientras, en los escenarios erigidos en los parques a medio terminar de la urbanización, Falete y Andy y Lucas cantaban sus grandes éxitos – no es broma, leed las crónicas del evento y agradecédmelo después –.
Cómo siguió – y acabó – la historia no hace falta que os lo cuente, ¿no?; al medio año, pasó una cosa graciosísima con los préstamos hipotecarios de Estados Unidos que reventó la burbuja financiera en Europa y a punto estuvo de condenarnos a todos a rebañar el cemento de las excavadoras por los siglos de los siglos; la fiesta se acabó, también para El Pocero, y sobre la mesa se quedó calentita, y no precisamente en pesetas, una factura, sorpresa, que tuvimos que pagar nosotros. Ah, y también una duda sin resolver: ¿para qué hacía falta una urbanización de catorce mil casas en un pueblo de dos mil habitantes? Pues para nada, claro. Menudas preguntas más tontas os hacéis, de verdad.
Han pasado dieciocho añazos desde aquella fiesta y empieza a haber gente otra vez con ganitas de mambo. La resaca no ha durado mucho, ya sabéis que el ibuprofreno de los rescates con dinero público siempre anima el espíritu, y desde los satélites mediáticos e intelectuales del PP de Madrid comienzan a trazarse los planos de una nueva party: desperta, ladrillito, que tienes trabajito.
Aprovechando el brutal problema de la vivienda que nos asola, el intelectualismo cementero ha puesto el ojo sobre las comarcas del norte de Toledo – entre ellas, La Sagra – con la idea de expandir hasta allí el área metropolitana de Madrid. ¿Y cómo? Pues levantando un aeropuerto nuevo, unas vías de AVE y cuatro paridas más que le alegrarán el día a cierta momia constructora que yo me sé. ¿Y para qué? Pues para nada, claro: para nada que a ti te importe.
Rearmada la fiebre ladrillera y puestos de acuerdo sus pacientes cero en no querer arreglar el problemón de la vivienda bajo ningún concepto – ni falta hace que os diga que no piensan precisamente hacer vivienda pública –, el plan vuelve a ser construir, pero sin saber por qué. Hay que construir otro aeropuerto, hay que vertebrar un secarral con el AVE y hay que expandir el área metropolitana de Madrid, pero sin tener ninguno ni un puto plan económico o industrial para esas zonas. Hay que chuzar, chutar, meter esteroides; hay que trincar, recalificar, edificar, esnifar; joder, que viva el dinero y la madre que parió al ladrillo, snif; levanta, pavo, levanta ese edificio hasta el cielo y que la antenita se le meta por el ojete a San Pedro, que ya veremos después qué hacer con él.
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