Opinión
¿Sánchez o Feijóo? Una guía para explicar el color del próximo gobierno

Por Alejandro Solís
Politólogo
-Actualizado a
Con la explosión del caso Koldo, reconvertido en el caso Cerdán hace unas semanas, la XV Legislatura ha saltado por los aires, empujando a Sánchez y al PSOE a su peor situación desde su llegada al Gobierno en 2018. Mientras tanto, Sumar, Podemos y el espacio de la izquierda continúan inmersos en su espiral de fragmentación, con Sumar perdiendo cada vez más diputados, mientras el Grupo Mixto no para de ganarlos.
A su vez, el PP de Feijóo —y Ayuso— está más excitado que nunca. Han olido la sangre, y esta vez parece que la herida es profunda. Es por esto que, hace unos días, Mariano Rajoy señaló en una entrevista que la ansiedad es el mayor enemigo de los populares, como se ha visto en su 21º Congreso Nacional. Y está en lo cierto: no se puede vivir en una hipérbole continua. Esto es algo que el propio Feijóo ha sufrido en sus carnes desde el 23J, cuando anticiparon un final —uno más— del sanchismo, que, finalmente, no se produjo.
Es por esto que Pedro Sánchez ha puesto al PSOE y a su Gobierno en alerta máxima, insistiendo en su intención de llegar a 2027. Algo que, hoy más que nunca, resulta difícil de creer. Entre los votantes progresistas los ánimos están en su peor momento, puesto que la situación del Gobierno de coalición ya era muy precaria antes del escándalo Cerdán. Ahora bien, ¿y si Sánchez acabase cediendo? Ahora mismo, las posibilidades de reválida son insignificantes. Según las últimas encuestas, la situación del PSOE y, especialmente, de su izquierda no invita a la esperanza. Efectivamente, parece que hemos llegado a un callejón sin salida, con el cambio de ciclo muy cerca. Pero, ¿y si hubiera margen para la esperanza?
Más allá de los escándalos puntuales, hay una serie de elementos estructurales que explican los problemas del Gobierno de coalición, de lo que el 23J se llamó el pueblo de la coalición. Estos factores han determinado el equilibrio electoral en España desde hace varios años y, conociéndolos, se puede dilucidar cuál será el color del próximo gobierno con bastante seguridad. No se trata sólo de la división Sumar-Podemos ni, en estos momentos, de la crisis del PSOE.
Primero, la configuración a la izquierda del PSOE. Es decir, la existencia de una única candidatura, ya sea Sumar, Unidas Podemos u otra cosa. Segundo, la diferencia entre el PP y el PSOE. Y, por último, la fortaleza de Vox. En 2023, hoy o, llegado el caso, en 2027, el Gobierno será para el bloque ideológico que obtenga la ventaja en, como mínimo, dos de estos tres factores.
Por ejemplo: si hubiera una única candidatura de izquierdas —un Sumar 2.0—, pero hubiera una gran diferencia del PP sobre el PSOE, y Vox se encontrase muy por encima del 12% - 13% de los votos, no serviría de nada. Y, de igual forma, si no hubiera una única candidatura de izquierdas, pero el PSOE se acerca o, incluso, iguala al PP, y Vox cayese por debajo de esta cifra, podría repetirse una situación similar a la del 23J. La razón se encuentra en los mecanismos específicos del sistema electoral en España, que exigen de un análisis más profundo de lo habitual.
La ‘unidad de la izquierda’
Desde la caída de Unidas Podemos, las fuerzas a la izquierda del PSOE han orbitado de manera casi obsesiva en torno a la cuestión de la unidad, convirtiéndose en el núcleo de su supervivencia política. Así, la unidad ha terminado erigiéndose, con frecuencia, en un fin en sí mismo. De hecho, sobre esta cuestión se han vertido ríos de tinta no sólo en estas páginas, sino en prácticamente todos los medios de comunicación con un carácter progresista en España.
Ahora bien, ¿por qué tanta importancia? Existe la creencia de que el sistema electoral en España perjudica a las formaciones políticas más pequeñas, aunque la mayoría de la gente no tiene muy claro por qué. Así, la Ley D’Hondt —a la que se refieren cuando mencionan la fórmula D’Hondt, que no es más que una de las muchas variables que generan este problema— suele ser la responsable habitual. A pesar de ello, hay explicaciones que tienen más peso en este problema.
Especialmente, la circunscripción provincial, que, de la mano del mínimo de dos escaños por provincia, desvirtúa el reparto de escaños para cada provincia en favor de las más deshabitadas, rurales y, habitualmente, "conservadoras". A su vez, las más pobladas, urbanas y, de nuevo, "progresistas" —esta afirmación, por supuesto, tiene matices, puesto que Madrid no es precisamente el paradigma del progresismo— tendrían menos escaños de los que les corresponde, especialmente Madrid y Barcelona.
Esto, en última instancia, ha puesto las cosas más difíciles a las fuerzas a la izquierda del PSOE a lo largo de toda la democracia. Tanto IU, como Podemos, Unidas Podemos y, ahora, Sumar, lo han tenido mucho más difícil que el PP, el PSOE y Vox para obtener representación más allá de Madrid, Cataluña, la Comunidad Valenciana y el País Vasco. De hecho, suele hablarse del umbral del 15% para ser competitivo en la España rural, una cifra a la que esta izquierda hace ya mucho tiempo que no se acerca. Por ello, y ante esta debilidad, el nuevo umbral al que nos referimos es el del 10%. A partir de ahí, la traducción de votos en escaños se vuelve imposible. Que se lo digan a Ciudadanos, que con un 6,86% de los votos sólo obtuvo 10 escaños, un 2,85% de la representación del Congreso de los Diputados, antes de desaparecer. ¿A qué coalición progresista nos recuerdan estas cifras?
Es por esto que si la izquierda quiere tener alguna oportunidad de obtener representación más allá de la España urbana —aunque haya quienes no hablen más allá de esta España—, como ha ocurrido en el pasado, y que el PSOE no se convierta en el "voto útil" y, con ello, en una opción de voto mucho más atractiva, es necesario superar, como mínimo, el 10% de los votos. Al final, esto es la diferencia entre varias izquierdas que se repartan 15 escaños o una sola que obtenga 30 escaños. Ya sea a través de la unidad, o de una izquierda que sea capaz de hablar más allá de las fronteras de voto habituales, esta cuestión será fundamental para dilucidar las posibilidades de un Gobierno de izquierdas en España.
La diferencia entre el PP y el PSOE
Al igual que el sistema electoral en España perjudica a los más pequeños, también beneficia a los más grandes. Habitualmente, el PP y el PSOE. De nuevo, no es D’Hondt, es otra cosa. Es por ello que tanto la primera posición, como también la distancia sobre el segundo, serán otra de las cuestiones que marcarán las próximas elecciones en nuestro país.
Efectivamente, en las provincias más pequeñas —habitualmente, en la España rural—, hacerse con la primera posición puede suponer la diferencia entre hacerse con un escaño más, aunque la distancia por la que te has hecho con esa primera posición sea menor. Esto, en el caso del PP y del PSOE, puede suponer hacerse con 5 o 10 escaños más. Y, como estamos viendo en estos momentos, 5 o 10 escaños son capaces de decidir el color de un Gobierno, para beneficio de Junts.
Para hacerlo más gráfico: hace dos años, el 23J, la primera posición del PP le valió una prima de 6 puntos. Es decir, con un 33,06% de los votos se hizo con un 39,14% de los escaños (137). Mientras tanto, la prima del PSOE no llegó a los 3 puntos: con un 31,68% de los votos se hizo con un 34,57% de los escaños (121). En cambio, la última vez que el PSOE superó al PP, en 2019, ocurrió lo contrario. Esa primera posición de los socialistas les sirvió para contar con una prima de 6 puntos: con un 28,25% de los votos se hicieron un con 34,28% de los escaños (120). Mientras tanto, el PP tuvo una prima de algo más de 4 puntos: con un 21% de los votos se hicieron con un 25,42% de los escaños (89).
Es decir, que la primera posición importa, así como la distancia del primero sobre el segundo, especialmente cuando el PSOE es el segundo. Si Pedro Sánchez quiere continuar al frente del Gobierno, no puede permitirse una victoria arrolladora de Feijóo, como se pronosticaba de cara al 23J. En otro momento, hablaremos de por qué, a pesar de quedar en segunda posición, el PP de Casado obtuvo una prima de casi 5 puntos con un mísero 21% de los votos, mientras que Unidas Podemos, con un 21,1% de los votos en 2016, no obtuvo una prima, sino que continuó siendo penalizado por el sistema electoral. ¿Será por el carácter eminentemente conservador de nuestro sistema electoral?
La fortaleza de Vox
En el caso de Vox, la dependencia de su fortaleza no es sino una muestra del fracaso de la izquierda. Antes del 23J, se hablaba de la importancia de la disputa por la tercera posición por su importancia mayúscula en las provincias medianas, donde Vox y Sumar se jugaban un puñado de escaños que serían fundamentales. Hoy, no sólo no hay disputa, sino que Vox está cada vez más fuerte —según las últimas encuestas, más cerca del 15% de los votos que de su resultado en el 23J—, mientras que Sumar continúa herido de muerte.
Por lo tanto, más allá de las provincias medianas, Vox será fundamental en las más pequeñas. Mientras sigan por encima del 12% - 13% de los votos, podrán penetrar con soltura en las provincias más pequeñas de la España rural, donde obtienen muchos de sus escaños el PP y el PSOE. De esta manera, en Salamanca o Albacete, donde los 4 escaños serían para el bipartidismo, Vox podría llevarse uno de ellos. Además, la falta de un competidor en las provincias medianas —como ocurrió el 23J— les daría a los de Santiago Abascal una ventaja significativa en ellas. Al final, esta es la diferencia entre un Vox que se sitúe en los 30 o en los 45 escaños.
De esta manera, resulta evidente que la unidad de la izquierda es una de las condiciones necesarias para que el bloque progresista pueda revalidar el Gobierno, pero no es suficiente por sí misma. Para que el pueblo de la coalición pueda ser, una vez más, un muro frente a la reacción, es necesaria una ofensiva estratégica en todos los frentes. Y, para ello, tanto el PSOE como el espacio a su izquierda tienen que hacer los deberes. Cuanto antes, mejor.


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