Opinión
"Yo te voté y me has arruinado la vida"

Por Paco Tomás
Periodista y escritor
-Actualizado a
Esta frase, desgarrada, lanzada como un proyectil contra la conciencia de la indecencia política y sus alianzas con la crueldad institucional, define nítidamente el futuro. Votar a la derecha más cainita desde la transición, votar con un odio inculcado por la sinrazón, elegir una ideología política y económica que prioriza la rentabilidad al ser humano, es depositar tu futuro en manos de aquellos que te van a arruinar la vida.
"Yo te voté y me has arruinado la vida", le gritó Anabel, una paciente de cáncer de mama, a Moreno Bonilla en el Parlamento andaluz. Dos meses después de la crisis de los cribados. Después del cuestionamiento, por parte del Partido Popular, de las asociaciones de víctimas que buscan justicia y señalan su pésima gestión. Es el modus operandi de la derecha en España. Echa balones fuera, dice que todo es responsabilidad de otros, nunca suya, y siempre acaba señalando a las víctimas y cuestionándolas, en un ejercicio de porquería política. Lo hizo con el 11M, con el Yak 42, con el Madrid Arena, con el Prestige, con el Metro de Valencia, con el accidente del Alvia, con el protocolo de las residencias en Madrid en la pandemia de la covid y lo ha hecho con las víctimas de la DANA y de los cribados. Y lo seguirá haciendo. Como el escorpión, es su naturaleza.
Quizá Anabel formaba parte de esa ciudadanía que, como a mí, se le revuelve el estómago cuando ve a José Luis Ábalos y a Koldo García en los informativos. Señoros presuntamente corruptos y, sin presunción alguna, puteros, que instalan en la izquierda los usos y costumbres de la derecha. O pienso en esos ciudadanos que ven cómo la migración es cada vez más y más visible en sus barrios, sienten que sus costumbres se ven amenazadas y compran sin pensar el discurso xenófobo y racista de la derecha. O esos que tenían un sentimiento de patria donde no cabía el independentismo y se sumaron a la ola de banderas de España en los balcones. O esas personas que culparon a Pedro Sánchez de darle más importancia de la que merecía un tipo cagueta como Puigdemont y a su corte de fachas catalanistas de Junts.
Quién sabe las razones que llevaron a Anabel, y a tantas otras personas de clase obrera, a votar a la derecha. Tal vez se hartaron de asistir a esas peleas de la izquierda que, desde el golpe de Estado franquista, busca razones para la desmembración en lugar de procurar la unidad. Puede que haya comprendido que por más que vote al PSOE, ellos no le van a solucionar el problema de la vivienda porque muchos de sus diputados acumulan propiedades para ganar dinerito con ellas. Otro uso y costumbre de la derecha que algunos que se definen de izquierdas también apoyan. Recuerden que Ábalos, el presunto corrupto y putero confeso, afirmó, cuando era ministro, que la vivienda era un bien de mercado. No un derecho. Y nadie del PSOE le llevó la contraria. Quizá de eso también se cansó la ciudadanía y acabó votando al mal mayor, huyendo del mal menor.
¿Por qué votar contra tus propios intereses? ¿Por qué acabar votando a la derecha cuando la izquierda nos decepciona? Esa es una pregunta que, en mí, no tiene respuesta razonable. Puedo entender el desencanto. Lo he sentido. Es como estar empapado en una noche helada. La izquierda suele habitar ese estado de ánimo con mucha más frecuencia que la derecha maquiavélica para la que no existe mala conciencia mientras exista poder.
¿Por qué hay quien sigue confiando en las palabras de aquellos que, desde 1873, si no antes, gobiernan para las élites y nos arruinan la vida al resto? ¿Quién les ha hecho creer que el liberalismo, que es la tenia en las tripas del Estado de bienestar, es la solución a sus problemas con la sanidad, la educación, la vivienda o la información? ¿Qué les lleva a ratificar con su voto la mala gestión de un partido que dejó morir asfixiados, sin paliativos, a 7.291 ancianos? ¿Qué les empuja a votar al partido que aplaudió al presidente de la Generalitat valenciana, que estaba con una periodista afín comiendo y bebiendo -posiblemente bebiendo más que comiendo- en un reservado de El Ventorro en lugar de ejercer su responsabilidad mientras sus ciudadanos morían ahogados víctimas de la DANA? ¿Qué les hace pensar que les van a cuidar, a proteger, quienes defienden la privatización de nuestros derechos, quienes colocan en un platillo de la balanza la humanidad y en el otro, el dinero que pueden ganar y van apartando seres humanos hasta que pesan más sus ingresos? ¿Por qué esas personas creen que a ellas no les va a pasar nada, que ellas están libres del aniquilador influjo de la derecha?
Hay politólogos que piensan que hay personas que no votan con su ideología o sus intereses presentes. Que hay quien elige a sus gobernantes como quien decide quién se queda y quién debe ser expulsado de un talent o un reality show: por afinidades y por aspiraciones. Preferir al tipo que te gustaría ser o rechazar esa personalidad que, por segura de sí misma, se te antoja prepotente. No sabremos las razones que empujan a la gente corriente, obrera, que sufre para llegar a fin de mes, que se cuestiona si encender la calefacción en invierno, que no pueden pagar el alquiler y que se desloma trabajando para un emprendedor, a votar a la derecha que, inevitablemente, va a tomar decisiones que les arruinarán la vida.
Es urgente que las fuerzas de izquierdas entiendan ese malestar que empuja a su votante natural a los brazos de su verdugo y actúen en consecuencia. Debería el PSOE, por señalar al partido con más número de votantes, preguntarse cómo es posible que la derecha les muestre como comunistas implacables y el resto de partidos de izquierdas lo definan como un partido de centro y, según el asunto a tratar, de centro derecha. Quizá el PSOE juegue, como los estrategas de Supervivientes, a satisfacer a la mayor cantidad de gente posible. Esa es la mejor manera de decepcionar. No hay nada más efectivo para entregarte a los brazos de cualquiera que sentir que tu pareja no piensa en ti, no le importas lo suficiente como para arriesgar tu conveniencia. ¿Qué hacemos con todas esas personas, víctimas de las políticas negligentes de la derecha? ¿Las abandonamos a su suerte? ¿Se las vuelve a decepcionar? No podemos permitirnos ese lujo con una extrema derecha cada vez más dispuesta a ser el brazo armado del Partido Popular.
"Yo te voté y ahora…"
Y ahora, ¿qué?
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