Opinión
¿Qué tiene que ver el Orgullo con el genocidio palestino?

Por Pablo Castaño
Periodista y profesor de Ciencia Política en la UAB
-Actualizado a
La película Pride (2014) cuenta la historia de la improbable alianza que se produjo en la Inglaterra de los años 80 entre mineros en lucha contra Margaret Thatcher y un colectivo LGTBIQ+ de Londres. Los integrantes de Gays and Lesbians Support the Miners (GLSM) acudieron a la zona minera del norte a apoyar la huelga y recaudaron más dinero para la caja de resistencia que ningún otro grupo. Pese a las reticencias iniciales, representantes del poderoso Sindicato Nacional de Mineros acabaron participando en la marcha del Orgullo y consiguieron que el Partido Laborista incluyese los derechos LGTBIQ+ en su programa.
La moraleja está clara: los de abajo necesitan unirse para defender sus derechos, por mucho que sus objetivos iniciales no parezcan comunes. Lesbianas, gays, trans y otros disidentes sexuales tenemos fresca la memoria de ser perseguidos por el Estado —especialmente en España— y esto debería ser suficiente para movilizarnos en defensa del pueblo palestino, amenazado por el exterminio. Pero además, hay al menos dos razones más concretas por las que las personas LGTBIQ+ deberían estar en primera fila de la lucha por Palestina.
El primero es el pinkwashing. Israel lleva décadas proyectando de manera calculada una imagen de país tolerante con la diversidad sexual y de género, que contrastaría con la discriminación reinante en los Estados árabes de la región. Esta estrategia propagandística forma parte del relato de Israel como la única democracia de Oriente Próximo, que el sistema político israelí cada vez es más autoritario y practica un apartheid contra la población palestina incompatible con la democracia liberal. Sin igualdad de derechos no hay democracia. Por no hablar de cómo el Ejército israelí chantajea a personas LGTBIQ+ palestinas como parte de su política de ocupación.
El relato del pinkwashing se sostiene sobre una imagen estereotipada de la identidad árabe y musulmana, como si en Palestina y el resto de países de Oriente Próximo no hubiese personas LGTBIQ+ y luchas por la igualdad, como en el resto del mundo. Por no hablar de las limitaciones a los derechos del colectivo en Israel, que recuerda David Jiménez en este artículo. La estrategia del pinkwashing se refleja, por ejemplo, en reportajes sobre el carácter supuestamente inclusivo del Ejército de ocupación israelí (también en medios españoles) y en imágenes tan espeluznantes como la de un soldado posando con la bandera arcoíris sobre unos escombros en Gaza. Quizá era la casa de una persona LGTBIQ+, muerta bajo las bombas. Las personas LGTBIQ+ tenemos la responsabilidad de alzar la voz y manifestar que nos negamos a ser utilizados por la propaganda de guerra de Israel. Nadie lo puede hacer por nosotras.
La otra razón para movilizarnos por el pueblo palestino es que Israel se ha convertido en un modelo para la ultraderecha mundial. La estrecha alianza entre Donald Trump y Benjamín Netanyahu responde a la tradicional asociación entre Washington y Tel-Aviv, pero también al proyecto político reaccionario que comparten. La relación entre el Gobierno israelí más extremista de la historia y la ultraderecha estadounidense y europea es cada vez más estrecha. Un ministro de Netanyahu invitó recientemente a una conferencia en Jerusalén a ultras europeos como Jordan Bardella y Marion Maréchal, nieta del antisemita Jean-Marie Le Pen. También Santiago Abascal ha visitado a Netanyahu, que pretende presentarse como baluarte de Occidente. El aplastamiento del pueblo palestino es una inspiración para quienes llevan años estigmatizando a la población árabe y musulmana de Europa.
La LGTBIfobia sigue formando parte del ADN de la ultraderecha, por mucho que sus representantes más hábiles —como el holandés Geert Wilders o la líder de Alternativa por Alemania, Alice Weidel— intenten ganar aceptabilidad vendiéndose como partidos tolerantes, preocupados por defender a las personas LGTBIQ+ de la violencia y el oscurantismo que supuestamente traería la inmigración (la estrategia conocida como homonacionalismo). Por si hubiese dudas sobre la relación entre ultraderecha y diversidad, su máximo representante mundial, Donald Trump, está desplegando una cruzada contra las personas trans, con decretos que dificultan el reconocimiento del género en documentos oficiales o la participación de mujeres y niñas trans en competiciones deportivas, por no hablar del ambiente de odio tránsfobo favorecido por el republicano.
El crecimiento de la ultraderecha es un peligro para los derechos LGTBIQ+ y el Israel de Netanyahu es una pieza clave del proyecto reaccionario. Por eso, deslegitimar el colonialismo genocida de Israel es defender los derechos y la vida de las personas LGTBIQ+ en todo el mundo. Otra razón más para que este año las marchas del Orgullo se llenen de banderas palestinas.
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