Opinión
Que viva la lucha del pueblo palestino

Por Noelia Adánez
Coordinadora de Opinión.
Gaza es un símbolo, pero ante todo es una realidad devastadora. Si como símbolo representa la resistencia y la dignidad, como realidad remite a un territorio de 360 km2, cuya población de alrededor de dos millones y medio de personas se encuentra sometida a la presión constante del ejército de Israel desde la Nakba de 1948. No hay nada de lo que está ocurriendo desde los atentados de Hamás de octubre de 2023 que de un modo u otro no haya ocurrido antes. Lo que distingue esta nueva ofensiva israelí sobre la población civil de Gaza es la virulencia, la exposición pública y sin complejos de la política de exterminio y el evidente afán de, en esta ocasión, ejecutarlo hasta sus últimas consecuencias.
Gaza lleva décadas siendo tierra de refugiados. Oprimidos, violentados, desplazados, hambrientos … los gazatíes resisten los embates de un Estado militarista y colonial, cuya acción de gobierno, bajo el liderazgo de Netanyahu, ha sido caracterizada por la socióloga Eva Illouz de “fascismo judío” (La vida emocional del populismo. Cómo el miedo, el asco, el resentimiento y el amor socavan la democracia, Katz, 2023).
Como explica Enzo Traverso en Gaza ante la historia (Akal, 2024), el sionismo nació a medio camino entre los movimientos de liberación nacional y los movimientos colonialistas clásicos y resolvió esa contradicción cuando desde muy pronto se impuso el elemento colonial. Así, la lucha por el espacio se transformó en la lucha por crear un Estado en el que los judíos debían sustituir a las poblaciones indígenas. El apartheid y la ocupación de territorios se convirtieron en el motor de la historia de Israel, en condición para su existencia misma.
La memoria del Holocausto, transformada en religión civil, se ha utilizado dentro y fuera de sus fronteras como razón de Estado para justificar lo injustificable; para asesinar, acosar y desplazar y, bajo Netanyahu, intentar exterminar a los palestinos de Gaza. Alemania o la propia Unión Europea han hecho suya esta razón de Estado porque, como explica Traverso, de ese modo Alemania lava su culpa histórica y traslada la responsabilidad de lo que les ocurre a los propios palestinos.
Los atentados de Hamás de octubre de 2023 han jugado ese papel de culpa por la que los palestinos deben pagar. No los terroristas de Hamás; los palestinos en su totalidad bajo la excusa de la "legítima defensa". En paralelo, Alemania y la UE se han manifestado como firmes opositores a cualquier manifestación de antisemitismo y, de paso, han aprovechado para controlar a las minorías y a los inmigrantes identificados con el islam. Digamos que los gobiernos y las sociedades europeas que mayoritariamente apoyan a Israel utilizan de manera más o menos consciente este apoyo para dar rienda suelta a comportamientos y políticas islamófobas.
España no es Alemania, y los bloqueos y las acciones de protesta contra la Vuelta Ciclista en distintos territorios del Estado por la participación del equipo israelí Premier Tech, lo han puesto de manifiesto. También las medidas anunciadas por Pedro Sánchez contra el genocidio en Gaza y su respaldo, el pasado domingo, a la movilización popular.
Mientras la presidenta de la Comunidad de Madrid y el alcalde de la capital, ambos abiertamente pro-sionistas, manifestaban su apoyo a Israel, alrededor de cien mil ciudadanos y ciudadanas se alzaban contra el genocidio en una protesta tan eficaz, que ha conseguido lo que buscaba: que se cancele la última etapa de la Vuelta y que Madrid -que como diría Ayuso (quien hoy ha perdido una batalla moral extraordinaria) es España- se convierta durante unas horas en el altavoz de los palestinos y las palestinas de Gaza. Porque no es una guerra, es un genocidio.
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