Opinión
Vox, el CIS y el espejo portugués

Por Miguel Urbán
-Actualizado a
El último barómetro electoral del CIS, correspondiente a julio de este año, confirmaba la tendencia al alza de la extrema derecha: Vox obtendría, en unas hipotéticas elecciones generales celebradas ahora, el 18,9 % del voto, 5,7 puntos más con respecto a junio. Mientras tanto, Se Acabó la Fiesta de Alvise Pérez, a pesar de sus numerosos escándalos, crece también dos décimas y asciende al 1,7 % en intención de voto. Unos datos de por sí preocupantes, pero que, al desgranarlos y leer la letra pequeña de los porcentajes totales, revelan tendencias que confirman la vieja aspiración de Vox de penetrar en importantes sectores de la clase trabajadora. De esta forma, Vox aparece en la encuesta del CIS como líder en tres de las seis categorías laborales remuneradas más bajas, así como entre los desempleados y quienes se consideran pobres.
Unos resultados fruto de una estrategia consciente por parte de Vox para huir de la sombra del señorito montado a caballo de las elecciones andaluzas e intentar arraigar en la clase trabajadora. Desde enfatizar los orígenes humildes —alejados de las élites y cercanos al ciudadano común— de Abascal, hasta fundar un "sindicato" (Solidaridad) como correa de transmisión propagandística del partido. Aunque el elemento fundamental de esta reorientación estratégica ha sido el viraje de posiciones neoconservadoras a otras más nacional-identitarias, donde la antiinmigración aparece como clave de bóveda xenófoba de su neurosis identitaria.
En este sentido, Vox ha transitado una decidida transformación política que va más allá de vídeos o proclamas propagandísticas: un cambio acelerado desde las pasadas elecciones europeas, hace un año, que parece estar funcionando. Con episodios simbólicamente importantes: la salida de Espinosa de los Monteros, que minoriza al sector más neoconservador; el desplazamiento de Ortega Smith como responsable de organización; el cambio de alianzas europeas, abandonando el grupo de Conservadores y Reformistas Europeos (ECR) —y a su antigua aliada Giorgia Meloni— para sumarse al nuevo grupo de Patriotas Europeos, formado por Orbán y Le Pen; o la ruptura de gobiernos autonómicos en coalición con el PP por la polémica artificial sobre la acogida de menores no acompañados. Una serie de pasos con un claro objetivo: dejar de ser una escisión neoconservadora del Partido Popular para parecerse más a los partidos nacional-identitarios que están conquistando media Europa.
Esta reorientación estaba decidida desde hacía tiempo, pero el resultado de Se Acabó la Fiesta, más que motivar el cambio, reafirmó la decisión, al mostrar que el partido de Abascal estaba dejando un importante espacio electoral en sus márgenes. Le Pen se ha convertido así en un modelo para Vox, pero no es el único: Portugal y el ejemplo de Chega ("Basta") son un espejo aún más útil para entender la transformación de los de Abascal y prever sus posibles resultados electorales.
Al igual que Vox, su homólogo portugués, Chega, nació como una escisión de la derecha tradicional —en este caso, del PSD—. Su nombre proviene del movimiento interno que su líder, André Ventura, encabezó dentro del partido conservador en oposición al secretario general, Rui Rio, a quien acusaba de moderado ("Chega de Rui Rio"). Desde su fundación, el partido de Ventura ha protagonizado el éxito electoral más vertiginoso en la historia democrática portuguesa, pasando de un escueto 1,3% que le permitió entrar en el Parlamento en 2019 a convertirse en la segunda fuerza con un 23% en las elecciones de mayo de este año. Mientras el centroderecha se ha mantenido relativamente estable —entre el 29% y el 32%—, el seísmo electoral ha radicado en el declive de la izquierda y el ascenso de la ultraderecha. En enero de 2022, el PS obtenía cerca del 41% frente al 7% de Chega; en mayo pasado, ambas formaciones alcanzaron prácticamente el mismo porcentaje, siendo superado por un estrecho margen por los de Ventura.
El apoyo al PS entre 2022 y mayo pasado disminuyó entre hombres y mujeres, en todos los grupos etarios y niveles educativos. Pero especialmente en aquellos sectores donde inicialmente era más fuerte, es decir, donde tenía más que perder: entre los electores con menor cualificación (menos que secundaria) y entre las mujeres. No obstante, el PS continúa siendo, por un estrecho margen, la fuerza más votada entre quienes tienen estudios inferiores a secundaria. Por su parte, Chega creció en todos los estratos sociales, sobresaliendo entre los hombres menores de 55 años sin estudios superiores, en los que se ha convertido en primera fuerza. Los votantes de mayor edad (de 55 años o más) y aquellos con educación superior son los grupos que más resisten a la extrema derecha. La cuestión etaria no es un detalle menor: demuestra cierta resiliencia frente a la ola reaccionaria.
Un análisis de los datos del CIS de este mes muestra una fotografía parecida entre Vox y Chega. Al igual que su homólogo luso, Vox ha crecido como primera fuerza en intención de voto entre las escalas laborales con menor remuneración y entre los parados. Su asignatura pendiente, al igual que en Portugal, siguen siendo las mujeres, los pensionistas —donde apenas supera el 7 %— y los estratos con estudios superiores.
Analizando la dimensión geográfica del resultado en Portugal, el retroceso socialista fue transversal, aunque los beneficiarios variaron: la AD (coalición conservadora) avanzó en todos los territorios, con incrementos modestos, y en las regiones urbanas del sur, bastante limitados. Chega, pese a su gran mejora global, logró avances aún más significativos en zonas rurales del sur —donde el PS había obtenido sus mejores resultados en 2022—, convirtiéndose en primera fuerza política al sur del Tajo. Aquí vuelve la coincidencia con Vox, que ha penetrado en feudos tradicionalmente socialistas del sur y centro de España, incluso donde el PSOE sigue gobernando (Castilla-La Mancha), captando voto rural. Muchos de estos territorios llevan lustros sufriendo una profunda transformación productiva vinculada al binomio desarrollo agroindustrial intensivo y mano de obra migrante sin derechos. En regiones como Murcia, donde recientemente vimos los pogromos racistas, el sector agroalimentario representa la tercera parte de la industria regional, un 20% del PIB total, aporta el 30% de las exportaciones de la Región y cerca del 10% de las ventas al exterior de toda España.
El combustible electoral de Chega se encuentra en el malestar profundo de una ciudadanía golpeada por la pérdida de poder adquisitivo, la escalada de precios —especialmente de alimentos— y una crisis inmobiliaria galopante. Todo ello revela una economía profundamente dislocada entre los datos macroeconómicos y la realidad cotidiana. Durante el último Gobierno socialista de António Costa, el PIB creció notablemente, elogiado como "modelo para pequeñas economías europeas" y bautizado como el "capitalismo de la sardina". Sin embargo, la percepción social es distinta: cada vez más personas sienten que el supuesto milagro económico no llega a sus bolsillos. Casi un 70% de los portugueses tiene dificultades para llegar a fin de mes, y el año pasado el coste del alquiler casi triplicó el de España, mientras el salario mínimo apenas subió de 760 a 820 €.
A pesar del creciente malestar social, la desafección no ha sido capitalizada por la izquierda del PS, sino por una ultraderecha neoliberal y ultraconservadora que se presenta como vía electoral de protesta ante promesas incumplidas desde la crisis de 2008 y el progresivo deterioro del ya precario Estado de bienestar portugués. Intensificando el discurso antiinmigración —especialmente contra personas procedentes de India y Pakistán—, Chega ha redirigido la indignación hacia abajo. Vox, como su homólogo portugués, canaliza el malestar por vivienda, carestía y salarios estancados hacia el eslabón más débil: las personas migrantes. Agita pánicos identitarios con una dosis de islamofobia y populismo punitivo.
Como explicaba Perry Anderson en la London Review of Books, la importación de mano de obra extranjera es el eslabón débil del orden neoliberal, al no haberse alcanzado un consenso estable dentro del establishment. Las insurgencias electorales de la extrema derecha explotan este punto frágil de la cadena de la TINA (There Is No Alternative), exacerbando reacciones xenófobas y racistas para lograr respaldo entre la población autóctona.
Esta deriva es consecuencia directa del orden neoliberal, que, más allá de recortes y privatizaciones, impone un férreo imaginario de escasez: "No hay suficiente para todos". Una narrativa que fomenta exclusión y canaliza el malestar hacia el migrante, el extranjero o "el otro", exonerando a las élites responsables del expolio. Se promueve así la confrontación entre el último y el penúltimo por recursos escasos, lo que Jürgen Habermas definió como "chauvinismo del bienestar".
En este marco, la estrategia de la extrema derecha sintoniza con la subjetividad de la escasez y los sentimientos de inseguridad generados por el neoliberalismo, recurriendo a soluciones de coaching motivacional y a las viejas pasiones del fascismo: Dios, patria y familia, presentadas como comunidades de pertenencia frente al "otro" (migrantes, globalistas, woke) que supuestamente amenaza con destruirnos.
A comienzos de los años setenta, muchos europeos pensaban que el renacimiento ultraderechista vendría de las dictaduras mediterráneas (Portugal, Grecia, España). El tiempo demostró lo contrario. Salvo en Grecia, en Portugal y España la extrema derecha obtenía hasta hace poco algunos de los peores resultados del continente. No fue hasta 2019 cuando, en ambos países, logró representación autónoma. La internacional del odio que sacude Europa llegó a la península con retraso, pero, a la vista de los últimos resultados, los tiempos acelerados del clima reaccionario nos están homologando cada vez más a las experiencias ultraderechistas europeas.

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