Opinión
Crisis en la crisis
Por Público -
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RAMÓN COTARELO
Astucias de la Historia. Dicen que la famosa filtración eclipsó la foto de Zapatero con Obama. En realidad, al haber copado todos los telediarios durante una semana, los oropeles exteriores estaban ya amortizados. En cambio, la escenificación casi presidencialista de la crisis para hacer frente a la crisis ha sido un acierto de imagen, quizá imprevisto, pero eficaz. Ha sido una exhibición de firmeza y contundencia en la decisión de recomponer el Gobierno para hacer frente a la crisis económica, que es lo que demanda la ciudadanía.
Interpreta Rajoy que este cambio del Gobierno es el reconocimiento del fracaso del anterior. Con estos análisis tan ajenos a la realidad no es de extrañar que esté en la oposición. El Gobierno saliente, constituido tras las elecciones de marzo de 2008, no fracasó porque no se constituyó para triunfar, sino para capear el temporal en tanto se calibraba el alcance real de la crisis, a la que ni siquiera se llamaba crisis por entonces. Fue, pues, una solución transitoria, un Gobierno de interinos y gente de cualificación “técnica”, que es lo que se dice cuando no se puede decir otra cosa de mayor enjundia política.
Hoy se presume que la crisis está tocando fondo, las medidas económicas anticrisis están adoptadas y coordinadas con las de los otros países del hemisferio y ya hay una imagen más consistente de cómo vendrá la coyuntura. El cambio es la reacción política que se echaba en falta para la segunda fase, la que tiene que presidir la remontada. Esta tendrá que descansar sobre una política de inversiones públicas en infraestructuras para la que se ha designado a José Blanco, que se estrena en una tarea harto difícil. Por eso, el perfil es de renovación política, pero sin variar en las orientaciones económicas fundamentales, lo que explica el relevo de Solbes por Salgado. Por último, una mayor cohesión territorial ha de evitar que la política económica estatal haga aguas por las cuadernas del gasto autonómico, lo que explica la incorporación de Chaves.
El cambio tiene asimismo una intención correctora al reparar algún error anterior, como el muy garrafal de segregar Universidades de Educación, y también aleccionadora: los ministros de un Gobierno de carácter político han de tener perfil propio. Salen pues los más desgastados y controvertidos (Solbes, Álvarez) y los más desvaídos e inexpertos (Cabrera, Molina, Soria) y entran gentes de experiencia directa en sus respectivos campos o con fuerte personalidad y peso en el partido, que garanticen el apoyo de este a un Gobierno en minoría en el Parlamento.
El nuevo Ejecutivo tiene la tarea de remontar la segunda fase de la crisis y la añadida de ganar las próximas elecciones europeas del 7 de junio, que se presentan con pronósticos ominosos. Ese es su reto inmediato. Si gana las elecciones, cosa difícil pero no imposible según cómo oriente la campaña, podrá consolidarse; si las pierde, su precaria situación parlamentaria puede agravarse hasta el punto de poner en peligro la continuidad de la legislatura. Es una apuesta de riesgo. O sea, política.
Ramón Cotarelo es Catedrático en Ciencias Políticas