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Mariano Rajoy, un hombre honesto

El autor José Ovejero traza el perfil del presidente del Gobierno y aspirante a la reelección

                                                                    ILUSTRACIÓN DE FRAN MARCOS

JOSÉ OVEJERO*

No me cabe duda de la honestidad de Mariano Rajoy. Ni de su inteligencia. Quizá siga inigualada su marca como registrador de la propiedad más joven del país: a los 24 añitos. Y para alguien que viene de la política provincial, se pongan como se pongan sus adversarios, es admirable que haya ido escalando puesto a puesto, hasta, después de dirigir las dos campañas electorales en las que triunfó José María Aznar, y de detentar cinco carteras ministeriales, convertirse en presidente del Gobierno. Añádase su capacidad negociadora, que le llevó a sustituir a Esperanza Aguirre al frente de Educación y Cultura para paliar su catastrófica gestión, y nos vemos ante uno de los políticos más completos que ha dado el país.

Y, además, un hombre fiel. Ha aguantado, con la impasibilidad de un faquir que camina sobre fuego, las bofetadas que le propinaba Esperanza Aguirre poniendo la sonrisa de una serpiente tragándose un ratón, los ceñudos desaires de Aznar, incluso pareció no inmutarse cuando Bárcenas, a quien envió mensajes de consuelo en la cárcel, le pagó su solidaridad acusándole de corrupción.

El lenguaje, ese traidor, comenzó a jugarle malas pasadas: “ETA es una gran nación”, se le escapó una vez

Quizá su único error importante ha sido ése: ser fiel a un partido que no le merece. Predicador en tierra de impíos, alma cándida en el patio de Monipodio, árbitro de fulleros y tahúres. Ya desde el inicio de su carrera política su honestidad debió de sufrir al sumarse a AP, una federación política fundada por ex jerarcas franquistas. Su inteligencia, sin embargo, le recordó que somos producto de nuestro entorno y por tanto una sociedad democrática borraría las veleidades autoritarias de sus mentores.

No obstante, tuvo que pasarlo mal asistiendo a las acusaciones de financiación ilegal que su partido lanzó durante meses al PSOE, cuando él sabía que el PP hacía exactamente lo mismo. Imagino también cómo su conciencia se retorcería al explicar, como portavoz del partido, que del Prestige salían unos hilitos “con aspecto de plastilina”. ¿Y qué iba a hacer al descubrir que sobres con dinero negro eran repartidos pródigamente entre sus más estrechos colaboradores? ¿Denunciar al partido que más podía hacer por España? Y luego prometer bajar los impuestos, mantener el IVA, no tocar la educación ni la sanidad... ¡mentir así contra las propias inclinaciones! Acaso el peor trago fue que el ala dura del partido le obligara a romper relaciones con el PSOE, insólito en una democracia, por negociar con ETA, a pesar de que en su memoria estaría muy fresco el mensaje de mano tendida de Aznar al “Movimiento de Liberación Vasco”; un suplicio, fingir que el PP nunca había negociado ni conversado con ETA.

Al final, el cuerpo se rebela. No puede soportar el estrés. Mariano Rajoy empezó a guiñar involuntariamente un ojo cuando se veía obligado a mentir. Y el lenguaje, ese traidor, comenzó a jugarle malas pasadas: “ETA es una gran nación”, se le escapó una vez. Y después frase tras frase incomprensible; siendo presidente, inició una alocución en el Parlamento dirigiéndose al presidente, como si todo en él negase su responsabilidad: eran los otros quienes le convertían en esa persona que él no era. Freud habría sacado su libreta de notas.

Él sólo querría ir a entrevistas con Bertín o María Teresa, gente maja con pregunta simpáticas

Por eso se esconde, no por cobardía. Es que no quiere mentir ni negar lo evidente, pero una y otra vez le fuerzan a ello, y los periodistas le tienden trampas, como esos niños que en el colegio te echan la zancadilla y luego estallan en risotadas al verte en el suelo. Él sólo querría ir a entrevistas con Bertín o María Teresa, gente simpática que le pregunta cosas simpáticas y no le obliga a defender lo indefendible provocando sus tics y lapsus reveladores.

Mariano Rajoy, un hombre honesto, inteligente y fiel, tres atributos incompatibles al frente de su partido. Sería más feliz volviendo a casa, jugando a las cartas con los vecinos, leyendo el Marca en el bar, opinando de fútbol, gastando bromas inocuas. Si apreciamos sus virtudes, deberíamos hacerle el favor de no votarle. Dejémosle descansar por fin. Lo merece.

*José Ovejero es autor de 'La ética de la crueldad' (Premio Anagrama de Ensayo en 2012) y 'La invención del amor' (Premio Alfaguara de Novela 2013). Ha publicado recientemente la novela 'Los ángeles feroces' (Galaxia Gutenberg).

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