Opinión
La problemática de las adicciones en España: avances, retos y futuro

No es una sorpresa que España lidere el consumo de sustancias adictivas en Europa. La combinación de una cultura del ocio profundamente arraigada, una ubicación geográfica estratégica para el tráfico de drogas y la idiosincrasia de la atención a esta problemática hacen que nuestro país tenga el dudoso honor de ser el primero en este ranking. Las adicciones siguen siendo un problema de salud pública y social, y subrayamos siguen siendo, porque a pesar de lo que se pueda pensar, esta cuestión sigue estando muy presente, aunque más oculta e invisibilizada que nunca, en la sociedad española.
A lo largo de los años, las adicciones han ido transformándose. En los años 80, España sufrió una epidemia silenciosa: la heroína. En Galicia, se acuñó el término "generación perdida" para referirse a los cientos de jóvenes que murieron a causa de esta droga. Ante la falta de soluciones y de recursos públicos que dieran respuesta a lo que estaba sucediendo, padres y madres se organizaron para visibilizar el problema y exigir respuestas. Nacieron asociaciones pioneras como la Asociación Érguete en Vigo, ASFEDRO en Ferrol o ALIAD en Lugo, que, a través de la denuncia del narcotráfico y la atención a las personas afectadas, crearon la base de una respuesta institucional que hasta entonces no existía.
Con el tiempo, la sociedad comenzó a tomar conciencia. Durante la década de los 80 y 90 se creó el Plan Nacional sobre Drogas, planes autonómicos y nació una gran red de atención a las adicciones (UNAD), que 40 años después, representa a más de 200 entidades y sigue defendiendo los derechos de las personas con adicciones y sus familias.
Además, en ese tiempo se impulsaron políticas públicas y campañas de prevención. Sin embargo, muchos de estos enfoques fueron limitados, pues a menudo se centraron en la criminalización del consumo y no tanto en la rehabilitación o en la prevención desde una perspectiva integral. A pesar de los esfuerzos, el abordaje de las adicciones era, y sigue siendo en muchos casos, insuficiente.
Hoy, el perfil de la persona con adicción ha cambiado. Las adicciones ya no están asociadas únicamente al consumo de sustancias, sino que incluyen también comportamientos como la adicción a la tecnología, a las apuestas o a las redes sociales. Además, el consumo de sustancias ha aumentado y se ha diversificado, con nuevas drogas de diseño, opiáceos y fármacos. Ya no se trata solo de personas jóvenes en entornos urbanos, sino que cualquier persona, desde adolescentes hasta personas mayores y de cualquier clase social, puede verse atrapada por una adicción.
El consumo de sustancias también ha variado. El cannabis, la cocaína, los cannabinoides sintéticos, la heroína (ahora más consumida por vía fumada que inyectada), y el abuso de medicamentos, son solo algunas de las opciones disponibles para quienes buscan refugio en estas sustancias. El policonsumo, o el uso simultáneo de varias drogas, es otro fenómeno que está en auge, lo que aumenta los riesgos para la salud.
Aunque se han logrado avances significativos, como el aumento en la investigación sobre las adicciones, la diversificación de los tratamientos y la implementación de programas de prevención, persisten retos importantes. La financiación insuficiente sigue siendo uno de los principales obstáculos. Muchos programas de tratamiento no cuentan con los recursos necesarios para ofrecer una atención integral de calidad. Además, la estigmatización de quienes viven con adicciones sigue siendo una barrera que impide que muchas de estas personas busquen ayuda.
Otro desafío es la adaptación de los recursos a los nuevos perfiles de personas con adicciones. La atención no está lo suficientemente especializada para mujeres, personas mayores o aquellas con enfermedades mentales y adicciones. Además, el entorno rural, históricamente menos afectado por las adicciones, ahora también se enfrenta a este problema debido a la globalización y a la expansión de las nuevas tecnologías.
El enfoque preventivo sigue siendo limitado y no siempre se adapta a las necesidades específicas de distintos grupos demográficos. A pesar de los esfuerzos, la percepción del riesgo en cuanto al consumo de sustancias ha disminuido, especialmente entre las personas más jóvenes, quienes a menudo ven las drogas como una parte normal de la vida cotidiana.
Aunque la conexión entre las adicciones y la salud mental ha comenzado a ser reconocida, no se debe confundir ni enmascarar las adicciones como una mera cuestión de salud mental. Es crucial que el tratamiento de las adicciones mantenga su propio espacio, pues sus características lo hacen distinto a otras problemáticas. Si bien la introducción del concepto de salud mental ha mejorado la atención a las personas con adicciones, es necesario que se sigan considerando las particularidades de esta problemática.
En cuanto al futuro, el compromiso político sigue siendo clave. Los poderes públicos deben actualizar sus políticas y garantizar la financiación adecuada para que las redes de atención y tratamiento sean eficaces. El fortalecimiento de las entidades que atienden a personas con adicciones es esencial para seguir trabajando con las personas con adicciones y sus familias. Las instituciones deben comprometerse a ofrecer recursos, tanto públicos como privados, y a garantizar el acceso a la atención para todas las personas, independientemente de su situación económica o geográfica.
En resumen, las adicciones siguen siendo una problemática de primer orden, que requiere un enfoque integral, actualizado y con recursos suficientes. Es necesario que la sociedad se conciencie sobre los riesgos, que se aumente la financiación y que se continúe trabajando en la prevención y en el tratamiento. La lucha, que comenzó con los padres y madres de los años 80, continúa hoy con más complejidad que nunca. Aunque hemos avanzado, aún queda mucho por hacer.
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