Opinión
Ellos, que son el problema, no pueden ser la solución

Periodista y escritora
-Actualizado a
En el PSOE tienen un problema serio, muy serio. Pensaron que se trataba del típico “problemilla” que se ventila, como de costumbre, tapando bocas, despidiendo a mujeres, ejerciendo el poder macho para que las voces de ellas desaparecieran. Hasta tal punto lo creyeron, que el presidente Pedro Sánchez tuvo el cuajo de declarar públicamente que el feminismo había llegado demasiado lejos, y hacerlo mencionando a sus “amigos de 40 y 50”, algunos de los cuales están entre rejas, y otros, a la espera.
Por eso ahora no tienen ni pajolera idea de cómo reaccionar. No se trata de que existan o no existan protocolos para las denuncias. Sencillamente, ni saben ni quieren aplicarlas. Formaban parte de una construcción sólo formal, las clásicas “cosas de chicas”. Todavía deben de preguntarse muchos dentro del partido qué es lo que ha pasado, cazando moscas mientras ven cómo el caso Salazar les sigue creciendo dentro como un mal bicho intestinal que amenaza con dejarles sin defensas. O sea, qué ha pasado que no haya sucedido desde siempre y de la misma forma que siempre.
¿Cuántas violencias machistas se han tapado en los partidos políticos? Todas. ¿Y en los sindicatos? Todas. ¿Y en las empresas públicas y privadas? ¿Y en las ONG? ¿Y en los medios de comunicación? Las respuesta es la misma en todos los casos: todas. Ni más ni menos. Hasta hace dos días, como quien dice, se han callado absolutamente todas las violencias contra las mujeres en cualquier gran organización del tipo que sea. Esas violencias, en el caso de los socialistas, se conocían bien, básicamente porque se llevaban a cabo en público y sin recato. No es cierto que les venga de nuevas. Se conocían y decidieron que eran el típico “problemilla de mujeres”.
Y por eso Pedro Sánchez tiene ahora la osadía de hablar de “error” en la desaparición de las denuncias de dos víctimas, para además arrogarse la responsabilidad “en primera persona”, en un gesto entre frívolo y grotesco. Hay tanta ignorancia sobre qué es la violencia machista, cuáles son sus mecanismos y cómo se debería atajar, que el presidente, y todo su séquito, necesitarían una formación de primero de feminismo antes de volver a abrir la boca.
Efectivamente, la violencia contra nosotras se ha silenciado durante toda la historia en todos los ámbitos. Así que estos señores deberían sentarse en cada reunión de amigas, compañeras, conocidas e incluso desconocidas donde ahora fluye, crece y se multiplica en voz alta todo aquello que nos han callado. Lo que eran las voces de unas pocas se ha transformado en el clamor de todas. Esto, en el caso del PSOE, es especialmente grave, y muy preocupante que no lo sepan ver.
¿Cómo es posible que, después del retrato putero de José Luis Ábalos y compañía les hayan pillado en cueros las agresiones de Salazar? ¿Cómo se explica que tras la purga de mujeres —Adriana Lastra, Laura Berja, Andrea Fernández…— que hizo Cerdán en el PSOE no se activara una revisión a fondo del partido? Por la sencilla razón de la costumbre. Creyeron que, eliminando a las mujeres, se quitaban de encima “el problemilla”.
Pero erraron, como empieza a ser costumbre en ese partido, al definir el problemilla. El problemilla no eran ni son las mujeres que denuncian la violencia de acoso dentro de la formación, sino ellos, los hombres. Y no sólo los que agreden o acosan, sino también los que se callan, que ahora vemos son todos. Y no es un problemilla, sino un señor problema en el caso de un partido que se llenó la boca con la peregrina idea de que era “feminista” mientras despedía por la puerta de atrás a las mujeres que osaban hablar de igualdad y violencias.

O sea, que el PSOE tiene un problemón. Alguien entre ellos —no tengo ninguna esperanza— debería admitir que hicieron una purga de mujeres por la igualdad cuando lo que deberían haber hecho es una limpia de agresores. Esa opción, esa decisión tremenda, ejecutada por los amigos de 40 y 50 de Pedro Sánchez ante los ojos de todo el partido, no la podrán solucionar los mismos que callaron, y son todos. Así de fácil. Así de terrible.
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