Opinión
Un FARO europeo contra la oscuridad del odio

Por Elma Saiz
Ministra de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones
-Actualizado a
Hoy 9 de mayo, Día de Europa, es el momento perfecto para conmemorar los casi 40 años de Unión Europea. Pero también para reflexionar sobre el rumbo que está tomando nuestro continente y su forma de enfrentar los muchos retos que tenemos.
Europa no es solo un espacio geográfico o una unión económica. Es, ante todo, un proyecto de convivencia basado en la paz, la justicia y la defensa de los derechos humanos. Unos principios que hoy se ven amenazados por el auge de movimientos reaccionarios y euroescépticos que se nutren de promover el miedo y la división, y sobre todo de propagar discursos de odio.
Mucho se ha escrito y se ha dicho sobre el odio. Hay una frase que me cala profundamente: “Nadie nace odiando a otra persona por su color de piel, por su origen o su religión”.
Tampoco elegimos dónde nacemos. Nadie elige pertenecer a un territorio en guerra, asolado por la pobreza o el cambio climático. De igual manera que nadie elige nacer ni alto ni bajo. Ni rico ni pobre. Ni blanco ni negro. Cuando el destino, la providencia o el azar nos colocan en unas coordenadas concretas, la realidad es que no hemos elegido nada en absoluto. Odiar por cualquiera de estas condiciones es tan injusto como poco inherente al ser humano.
El odio es una emoción que se desarrolla a medida que crecemos y nos enfrentamos al mundo. Se alimenta del entorno, de lo que nos enseñan, y de cómo se interpretan las diferencias o las amenazas.
En los últimos años, Europa está siendo testigo de un preocupante resurgir de estos discursos, que ya no son marginales, sino que se están normalizando desde las instituciones y los parlamentos. Partidos de derecha y extrema derecha están haciendo del odio una herramienta política. Señalan a colectivos vulnerables, difunden bulos sobre migración y criminalidad, y erosionan deliberadamente los valores fundacionales del proyecto europeo: la dignidad humana, la igualdad, la libertad y el respeto a los derechos humanos. Todo ello nos hace más débiles y más enfermizos como sociedad.
Por lo tanto, ante cualquier afección, un buen diagnóstico es el primer paso hacia la curación. Detectar con precisión lo que nos ocurre permite actuar con eficacia.
Apostar por una evaluación rigurosa es esencial para sanar. Para ello en España contamos con el Sistema FARO, la nueva metodología que emplea el Observatorio Español contra el Racismo y la Xenofobia (OBERAXE) que, desde el 1 de enero de 2025, identifica y analiza en tiempo real los contenidos de discurso de odio con motivación racista, xenófoba, islamófoba, antisemita y antigitana, publicados en cinco de las plataformas de redes sociales con mayor implantación en España, y que pueden ser constitutivos de delito, de infracción administrativa, o de infracción de las normas de uso de las propias plataformas.
Ya son alrededor de 40.000 mensajes de odio detectados en apenas cuatro meses. Discursos que tienen como principales objetivos a la población del norte de África, musulmana y afrodescendiente, y que se disparan tras episodios relacionados con la seguridad o la economía. Este patrón no es casual, sino parte de una estrategia narrativa que deshumaniza y culpabiliza a colectivos enteros, inoculando miedo y resentimiento. Más de un 27% de los contenidos reportados ya han sido retirados por las plataformas, pero la cifra revela también el largo camino que queda por recorrer con ellas para generar un entorno digital que no atente contra la dignidad de nadie.
Como dijo Ángela Davis, “no basta con no ser racista, hay que ser antirracista”. Y hoy, tampoco basta con decirse demócrata, hay que demostrarlo. Es hora de ser activamente defensores de la democracia frente a quienes quieren vaciarla y erosionarla desde dentro.
La población extranjera es hoy una fuente de riqueza y fortaleza para Europa, pero especialmente para España. Nos ha convertido en un país más diverso, tolerante y resiliente. Siempre digo que no podemos ver la inmigración como un fenómeno de masas. Son personas que individualmente llegan con unas condiciones de vida y una mochila que les pesa, pero no les impide llegar con ilusión por desarrollar un futuro lejos de la miseria, la necesidad o incluso el riesgo de muerte. 3 millones de esas personas están hoy afiliadas a nuestra Seguridad Social y representan el 14% de los trabajadores y trabajadoras de nuestro país.
Sabemos perfectamente que ni la migración ni estas personas son una amenaza. La verdadera amenaza son quienes las convierten en chivos expiatorios para alimentar un proyecto de exclusión, intolerancia y autoritarismo. Si no frenamos esta deriva, el continente que levantó la bandera de los derechos humanos tras las heridas del siglo XX podría volver a perderse en la oscuridad.
Fue Desmond Tutu quien advirtió, “si eres neutral en situaciones de injusticia, has elegido el lado del opresor”. Por eso, los que creemos en la Europa de la solidaridad, la convivencia y la paz no podemos permanecer en silencio. No podemos ser neutrales. Hoy más que nunca, necesitamos que todos los demócratas revisiten los principios que hicieron posible la unidad europea: la defensa de la diversidad, el respeto a las minorías y la protección a la dignidad de todas las personas.
Y para conseguirlo no podemos banalizar el odio. Ni aceptar el temor malintencionado y la ignorancia como argumentos. Contra esa oscuridad, lo que necesitamos son más FAROS. Faros que alumbren el camino hacia una Europa más justa, más humana y más fiel a los valores que le he han convertido en baluarte de bienestar y progreso.
En un tiempo en el que los principios fundacionales, los que nos han dotado de las mayores cotas de prosperidad, se ven atentados, debemos reafirmar nuestro compromiso con un Europa democrática e inclusiva. No podemos permitir que se desdibujen los logros que tanto ha costado alcanzar. Debemos seguir defendiendo estos principios con firmeza, sin ceder ni un paso atrás. Y esto es lo que hoy, Día de Europa, todos los demócratas deberíamos recordar.

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