Opinión
Xenófobos sin fronteras
Investigador científico, Incipit-CSIC
-Actualizado a
Una de las últimas ocurrencias de Trump ha sido conceder asilo a los afrikáners, los blancos sudafricanos descendientes de colonos neerlandeses. El motivo aducido es que son objeto de discriminación racial y persecución. Algunos hablan incluso de genocidio. Efectivamente, algunos granjeros blancos han sido asesinados y muchos han visto cómo asaltaban sus propiedades. Por otro lado, es cierto que el Gobierno sudafricano ha aprobado una ley que permite la expropiación sin compensación “cuando es justo, equitativo y en interés público”, lo cual ha hecho sonar las alarmas entre los terratenientes. También es cierto que un líder político, Julius Malema, se ha hecho famoso con sus discursos de odio contra los blancos.
Ahora bien, esta es una parte de la historia. Pero hay más partes. Una parte que no se suele contar es que quienes sufren los asaltos a las granjas y mueren asesinados no son solo propietarios blancos, sino también trabajadores negros. De hecho, en Sudáfrica mueren asesinadas 27.000 personas al año -en 2022 era el quinto país del mundo con más homicidios- y que la inmensa mayoría de los muertos son negros pobres, no blancos de clase media.
También habría que contar que Malema ha sido expulsado del Congreso Nacional Africano y condenado en sede judicial por delitos de odio -mientras en España seguimos esperando que un político de ultraderecha se siente en el banquillo por sus declaraciones xenófobas.
Y que los afrikáners, que solo representan el 7% de la población de Sudáfrica, poseen el 50% de las tierras, gracias al expolio colonial. Y que la población blanca, 30 años después del fin del Apartheid, sigue siendo varias veces más rica que la población negra.
Desgraciadamente, las tensiones que sufre Sudáfrica solo nos han empezado a interesar cuando un blanco ultraderechista ha ofrecido asilo a otros blancos ultraderechistas. Porque lo cierto es que en Sudáfrica hay xenofobia. Es un problema grave y que lo será cada vez más. Existen grupos de escuadristas, como Operación Dudula, que atacan a extranjeros, destruyen sus negocios y llaman abiertamente al exterminio.
Lo que sucede es que las víctimas de la xenofobia sudafricana son otros africanos -zimbabuenses, mozambiqueños, somalíes, nigerianos, congoleños- y por eso no nos enteramos mucho. El discurso de Operación Dudula y otros movimientos afines no es muy distinto al de cualquier partido de extrema derecha en España y Europa. Los mismos tópicos y los mismos bulos.
Pero al igual que en el Norte Global, las soflamas contra inmigrantes han logrado crear un estado de alarma que magnifica enormemente la cuestión. Una encuesta realizada en 2021 reveló que casi la mitad de la población de Sudáfrica creía que en el país -con una población de 60 millones- había entre 17 y 40 millones de inmigrantes. La realidad es que no llegan a 4.
Los discursos anti-inmigración y la violencia contra los extranjeros, incluyendo pogromos, han sido un problema en África durante más de dos décadas, pero los discursos xenófobos se han intensificado en los últimos años, en paralelo a lo que sucede en el resto del mundo.
Porque es indudable que se trata de un fenómeno global y alimentado por el populismo reaccionario: países que han sido tradicionalmente cuna de migrantes, como la India, ven crecer hoy los sentimientos xenófobos -contra los bangladesíes. En Turquía, el discurso de odio también se extiende -contra los sirios. Los países árabes, como Arabia Saudí, son famosos por la manera horrenda en que tratan a sus inmigrantes -con y sin documentos.
Abordar la xenofobia como un fenómeno global -y no exclusivamente de Occidente- ayuda a comprender qué es lo que está sucediendo. Porque la historia europea de discriminación racial no sirve para explicar la India o Arabia -o solo en parte.
El caso de Sudáfrica ofrece varias pistas. El crecimiento exponencial de la población, el número de migrantes, el desempleo, el crimen y la inestabilidad de sus vecinos alimentan el odio al extranjero. Pero la población ha crecido más en Etiopía, que es el segundo país con más refugiados de África (un millón), la pobreza es rampante y vive rodeada de estados fallidos y en guerra. Pese a todo, la xenofobia está a años luz de la sudafricana, así que los elementos mencionados no son determinantes.
La clave está en otro lado: Sudáfrica es el país más desigual del mundo, según los datos del Banco Mundial. El coeficiente Gini, que se usa para medir la desigualdad, es de 63 en Sudáfrica, frente a 33,9 en España (y 35 en Etiopía, muy cerca de nuestro país). Los países más desiguales del mundo, como Colombia o Brasil, son también los que tienen las tasas más altas de asesinato.
Frente a los discursos de la ultraderecha y sus argumentos racistas -en Europa y en el resto del mundo- hay que insistir una y otra vez en el problema fundamental al que nos enfrentamos y que no para de crecer: la desigualdad. Esta, y no la migración, es la gran crisis de nuestro tiempo.
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